Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





CRISTIANOS PREPARADOS Y CRISTIANOS INDOLENTES

Domingo 12 noviembre 2017

Mateo 25,1-13.

Carlos Pérez B., pbro. 


Seguimos contemplando a nuestro señor Jesucristo en los atrios del templo de Jerusalén. Ha venido a esta ciudad y a su templo sagrado para vivir el enfrentamiento final con la clase dirigente del pueblo judío. No es una confrontación meramente personal, es la confrontación de dos proyectos, dos maneras de vivir la fe, dos maneras de vivir la relación con Dios y con los demás, incluso dos proyectos de sociedad o comunidad humana, dos maneras de entender los propósitos de Dios.

Después de haber recibido el cuestionamiento de varios grupos religiosos, ahora Jesucristo se ha quedado con sus discípulos y con el pueblo, sus oyentes bien dispuestos a acoger sus enseñanzas y su gracia.

Como ya son sus últimos días entre ellos, aprovecha para dar los ajustes necesarios a su obra: les habla del reino de los cielos, para que no se les olvide cuál ha sido su misión fundamental al venir a este mundo: no fueron sus milagros considerados de manera particular, ni alguna de sus enseñanzas de manera dispersa. No. Su gran propuesta es la transformación radical y completa de esta humanidad, proyecto al que Jesús le llama ‘reino de los cielos’. Esa buena noticia será la misión que nos dejará encomendada a nosotros para que le demos continuidad, apoyados siempre por su santo Espíritu. Por la realización de este proyecto vino al mundo, y por este proyecto entregó la vida cada día, desde que tomó un cuerpo como el nuestro, y que finalmente entregaría en una cruz.

Así es que, al hablar de personas responsables o irresponsables, de talentos o dones, en este capítulo, no olvidemos que se trata de su proyecto del reino que nos va a encomendar explícitamente al resucitar.

"El reino de los cielos es semejante”, nos dice como tantas veces. Cuántas parábolas suyas comienzan con esta fantástica frase. El reino es semejante a diez muchachas. Todos y cada uno de nosotros debemos de preguntarnos con cuáles muchachas se identifica cada quien, con las previsoras o las descuidadas.

Con esta parábola nos está diciendo nuestro Señor cómo quiere que sea nuestra vida cristiana una vez que él nos deje con la tarea del reino al morir y resucitar. Nos dice el Maestro que hay quienes viven la vida cristiana completamente despistados. No sólo no se preparan para la llegada de ese reino, sino que principalmente no participan activamente en su realización. Las muchachas descuidadas representan a todos aquellos cristianos, a todos los seres humanos que viven su vida atrapados en la corriente del mundo. No les interesa otra cosa más que sus necesidades personales, su consumo, sus compras. No tienen puesta ni su mente ni su corazón en el futuro de Dios, en su propuesta, en su proyecto para este mundo. No están al corriente en la vivencia de su fe. Son aquellos que no están al corriente en sus responsabilidades: no cumplen con sus sacramentos, no van a Misa, no se han casado por la Iglesia; su caridad, su servicio, su apostolado es como una lámpara que languidece por falta de aceite. Si se les apaga, ellos tranquilos, quitados de la pena.

Los cristianos activos, los que se han comprometido con el reino, están representados en las muchachas previsoras, las que llevaron sus botellas de repuesto, las que, al llegar el novio, entraron con él a la fiesta. Son los que participan activamente en la realización del reino de Dios, los que salen de sí mismos hacia los demás, los que tienen su lámpara permanentemente encendida para la llegada del novio que es Jesús y su santo reino. De este reino nos habla más delante, en la última parte de este capítulo del evangelio, pasaje que escucharemos como buena noticia dentro de dos semanas, en la fiesta de su reinado, que no es un imperio de poder, como los sistemas de poder humanos, sino el reinado del amor de Dios, su caridad, su justicia.

Qué duras se escuchan las palabras que les responde Jesús a las muchachas descuidadas, y a los católicos igualmente indolentes en su vida de fe: "Señor, señor, ábrenos. Pero él les respondió: Yo les aseguro que no las conozco”.

La mayoría de nosotros nos sentimos muy cómodos pensando que Dios, en su misericordia no nos va a pedir cuentas de nada, sin embargo, no podemos hacer a un lado la advertencia tan severa que hoy nos hace nuestro Maestro.

 

 

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