Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




EL SENTIDO PLENO DE LA HUMANIDAD

Domingo 5 agosto 2018, 18º ordinario

Juan 6,24-35.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Recordemos que Jesucristo se había encontrado con la multitud en un monte a orillas de lago de Galilea, y les había dado de comer a miles de personas con tan sólo cinco panes de cebada y dos pescados que traía un muchachito. Todos comieron a saciarse y hasta sobraron doce canastos. Este milagro lo encontramos seis veces en los cuatro evangelios: dos en Mateo, dos en Marcos, uno en Lucas y uno en Juan. Nosotros lo hemos escuchado el domingo pasado en el evangelio según san Juan. Y es este último evangelista el que nos transmite el discurso o enseñanza de Jesús sobre el Pan de vida, todo el capítulo 6. Según la comunidad evangélica de san Juan, que recibió este material del milagro, Jesucristo vio necesario no dejar a aquella gente ni a nosotros, discípulos también de Jesús, que nos quedáramos en el solo milagro sino que nos adentráramos más hondo en el propósito de Dios, que es lo que nos indica este milagro como una señal de algo más grande.

Repasemos: Jesucristo realiza el milagro y huye al monte para que no lo vayan a hacer rey, porque sabía él cómo era la gente de aquel tiempo y sabe cómo somos nosotros los de hoy día: nos dejamos impactar por el momento y podemos hacer rey o presidente al que pensamos que nos puede conceder algún favor inmediato y material, al que tiene algo para darnos. Decimos: "a ver qué nos va a dar”. Así estamos en nuestro país, a la expectativa del candidato que hemos elegido porque va a sacar adelante nuestra economía doméstica. Pero, ¿tenemos algún proyecto de nación a futuro? Eso como que no le importa a la mayoría, mientras no nos falte de comer el día de hoy. Muchos no estamos dispuestos a sacrificar algunos satisfactores del presente inmediato; preferimos sacrificar objetivos superiores.

Lo vemos en la primera lectura con el pueblo de la antigüedad. Protestaban contra Moisés porque tenían hambre en su caminar por el desierto. Preferían ser esclavos con comida, en Egipto, que libres con privaciones, aunque tenían la tierra prometida por delante. También san Pablo, en la segunda lectura nos habla de la vida y los afanes de los gentiles: de placer y bienestar puestos por encima de la vida en el Espíritu. Esto es como un espejo en el que debemos vernos la presente generación.

Como en aquellos tiempos, Jesús nos recibe con unas palabras que nos deben sacudir: ‘ustedes me buscan porque comen pan hasta saciarse’. Es decir, buscamos a Dios y a los santos en la medida que nos puedan beneficiar, de manera inmediata o inmediatista. Pero, ¿buscamos a Jesús por algo más? ¿Lo buscamos por su proyecto del reino de amor y de justicia para toda la humanidad? ¿Lo buscamos porque queremos llegar a ser el hombre y la mujer nuevos? No trabajen por la comida que se acaba, nos dice Jesús, sino por la comida que permanece para la vida eterna. ¿Cuál es esa comida o alimento? Jesucristo en toda su persona, el Hijo de Dios.

Decir que Jesucristo es el Pan de la vida eterna puede ser una frase vacía, como tantas frases que utilizamos en nuestra Iglesia. No la repitamos sólo con los labios. Que lo digan sólo quienes han encontrado en Jesús el sentido pleno de sus vidas, el sentido pleno de toda la humanidad. Que lo digan quienes están dispuestos a poner a Jesucristo como un alimento superior al pan de cada día, quienes lo han y lo están gustando.

Todos los seres humanos, creyentes y no creyentes, debemos tomar conciencia de lo que somos y lo que estamos llamados a ser. ¿Somos animalitos que sólo han venido a este mundo a comer? De los animalitos que en verdad están reducidos a su animalidad por carecer de espíritu, no podemos quejarnos. Pero los seres humanos somos seres superiores, no sólo en condición sino también en vocación. Somos seres espirituales que necesitamos un alimento espiritual para ser cada día más espirituales, para ir superando nuestro nivel de animalidad. Para alcanzar nuestro verdadero nivel de espiritualidad es necesario alimentarnos del verdadero hombre del Espíritu que es Jesús.

No nos quedemos en el aire: ¿cuánto tiempo dedicamos a la comida material? ¿cuánto tiempo dedicamos al alimento espiritual: la caridad, el servicio, la promoción del hombre nuevo, a la escucha de la Palabra de Jesús, a la oración, a los sacramentos?

 

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