Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





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EL COMBATE A LA PEDERASTIA CLERICAL

Sábado 23 de febrero de 2019

Carlos Pérez B., Pbro.

 

En estos días, 21-24 de febrero, el Papa Francisco se ha estado reuniendo con 190 presidentes de las conferencias episcopales del mundo para afrontar un mal que lastima gravemente a nuestra Iglesia y a nuestra sociedad, particularmente a personas innumerables víctimas de la pederastia clerical. No es toda la pederastia de la sociedad sino la que más nos duele.

Quiero externar estas reflexiones para aportar a esta lucha, cosa que todos los miembros de la Iglesia debemos hacer, porque hacer iglesia es responsabilidad de todos.

I. LA COMPASIÓN DE JESÚS.-

En primer lugar debemos decir que la motivación principal de cada cristiano y de toda la Iglesia ha de ser el amor a los más pequeños, la compasión que distinguía a nuestro Señor Jesucristo ("al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9,36). Nuestra principal falla institucional ha sido que hemos puesto nuestra atención en los clérigos y en la imagen de nuestra iglesia, en perjuicio de las víctimas. Nos hemos olvidado de ellas. ¿Cómo pudo ser posible eso? Es que hemos vivido encerrados en nosotros mismos. Hemos pensado que la salvación depende de nuestra imagen de iglesia. Nos hemos cuidado en exceso a nosotros mismos.

Hemos de poner nuestro corazón en los niños y las niñas, en los y las adolescentes, jóvenes, como también en los más pobres, en los últimos de nuestra sociedad como lo hacía Jesucristo. Son pocas las condenas que con tanta energía y drasticidad lanza el predicador de la bondad de Dios como ésta que encontramos en los evangelios: "al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar” (Marcos 9,42).

II. LA TRANSPARENCIA.-

Uno de los valores más grandes que encontramos en los santos evangelios, principalmente de parte de Jesús, es la transparencia. No se ocultan las fallas de los discípulos. Si Jesucristo le llamó ‘satanás’ a Simón Pedro, es algo que millones de creyentes y no creyentes de todos los tiempos hemos podido leer en los evangelios. Lo mismo apreciamos sobre los discípulos, que eran tardos para entender, si andaban por caminos contrarios a los del Maestro. Si uno le traicionó, ahí se consigna; si otro lo negó tres veces, igual; si en la hora de la verdad todos lo abandonaron, no se guarda silencio al respecto. Él nos enseña con toda claridad: La norma de Jesús la escuchamos en el evangelio: "Guárdense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijeron ustedes en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablaron al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados” (Lucas 12,1-3).

Así debe proceder nuestra Iglesia. ¿Por qué se ocultó durante tantos años, al menos en estos tiempos recientes, las malas conductas de los clérigos? La opacidad tiene sus costos a la larga. Si los santos evangelios se hubieran escrito en nuestro tiempo, la opacidad y el ocultamiento serían la nota que los caracterizaría.

III. LOS ENCUBRIDORES.-

Hemos de ver como un signo positivo que el ocultamiento no es la norma de nuestra Iglesia. (¿Lo ha sido en el pasado? Algunos se han atrevido a insinuar que la curia romana así lo pedía, y no quisieron arriesgar su puesto en el episcopado. Esto tendrá que decirse con claridad, incluso si algún Papa así lo pedía, si no con sus instrucciones claras, sí con sus actitudes al recibir notas sobre estos casos). El hecho de que hayan renunciado algunos cardenales prominentes, que episcopados enteros como el de Chile, hayan presentado su renuncia ante el Papa es algo que nos pone en el camino de la salud. Antes se pensaba que no había que tocar a los obispos, sólo a los soldados rasos que son los sacerdotes.

IV. REEDUCARNOS COMO IGLESIA.-

La tarea de siempre, de años y de siglos que tenemos que realizar es educarnos en la escucha de los santos evangelios, tanto a clérigos y laicos, a sacerdotes y obispos. Yo me atrevo a decir que no lo estamos. Estamos educados en una especie de eclesiasticismo, no en el seguimiento de Jesús. En los santos evangelios Jesús nos educa personalmente en su compasión, compasión por las víctimas, compasión también por los pecadores. Jesucristo nos educa en la transparencia, en la valentía, en la denuncia de propios y ajenos. En nuestra diócesis ha habido mucho silencio cómplice de los sacerdotes, de los laicos, mucho falso respeto humano hacia la jerarquía. Ahora que en Roma se ha aceptado abiertamente que ha habido muchos casos de pederastia clerical, ahora sí muchos nos atrevemos a mencionar tímidamente ese tema. Pero en su debido momento cuántos preferimos seguir ese dicho popular de que en boca cerrada no entran moscas. Hemos sido educados para callar, para no ser críticos. ¿Jesucristo era así? ¿Jesucristo educó en eso a sus discípulos? Claro que no. Y no sólo hemos guardado silencio cómplice, sino que también hemos culpabilizado a los que se atrevieron a denunciar hace años estos casos que ahora nos ocupan. Recordemos lo que se destapó aquí en Chihuahua allá por el año de 2003. ¿Quiénes callaron, quiénes se atrevieron a sacar la cara? Una religiosa africana ha expresado ante el pleno de esta reunión plenaria: "Tenemos que reconocer que son nuestra mediocridad, hipocresía y condescendencia las que nos han conducido a este lugar vergonzoso y escandaloso en el que nos encontramos como Iglesia”. Yo me atrevería a decir que ha sido nuestra cobardía. Estamos educados para agachar la cabeza ante nuestras jerarquías, porque si no lo hacemos podemos perder hasta el estado clerical, o nuestro lugar en la Iglesia. Es que no tenemos ante quién defendernos.

V. NUESTRA NORMA ES EL EVANGELIO, NO LA MENTALIDAD DE LA SOCIEDAD.-

Esta sociedad nuestra, el mundo de la intelectualidad, muchos defensores de derechos humanos, etc., con mucha justificación casi se atreven a pedir cadena perpetua si no es que la pena de muerte para los clérigos pederastas. Es una especie de sed de venganza. Como si el castigo, el más severo, fuera la solución de todas las perversidades que acarreamos los seres humanos.

Nosotros nos atrevemos a expresar ante todo mundo, y lo decimos convencidos con convicción profunda que la verdadera salud de nuestra sociedad y humanidad tan destruida es el amor. Sin suprimir el debido castigo pedagógico y preventivo para los verdugos de tantas víctimas, proclamamos que el amor a los enemigos es la verdadera salud de víctimas y victimarios. ¿Así lo vivimos y así lo enseñamos?

 

 

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