Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





PONER EL CORAZÓN EN LAS COSAS QUE VALEN

18º domingo ordinario. 4 agosto 2019

Lucas 12,13-21.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Cuántas veces he escuchado esta queja y estos casos a lo largo de mi labor pastoral. Cuántas familias divididas a la muerte de los padres. Aunque el llamado que nos hace Jesús hoy no es éste, yo sí les pido a todas las familias que arreglen sus asuntos hereditarios a tiempo. No les dejen pleitos a sus hijos.

Esta recomendación que les hago no fue la respuesta de Jesús a este hombre que le pedía que le dijera a su hermano que compartiera la herencia con él. Nuestro Señor se niega a constituirse en juez de este tipo de causas. Y Jesús tiene razones para ello, como yo sacerdote las tengo para no pronunciarme de buenas a primeras a favor de repartir equitativamente lo que dejan los padres, así sea una casa humilde y unos cuantos enseres. Hay que considerar varias cosas: por ejemplo, uno de los hijos, o generalmente una hija, es la que se queda a cuidar a los papás por años. Y resulta que los hijos que se mantenían más alejados de sus papás son los que al final, a la hora del sepelio, se aparecen y reclaman su derecho de hijos, y son los que más reclaman. Las leyes humanas están de su lado, porque desgraciadamente una cosa es la ley y otra la justicia. Si le pidieran a uno mediar en estos asuntos, el sacerdote terminaría envuelto en el mismo conflicto.

Por otro lado, si nos pusiéramos a hacer justicia, pues la verdad es que tendríamos que repartir este mundo equitativamente entre los pobres, porque acaba de decir el Inegi que los ricos en este país superan en 18 veces en sus ingresos a los de los pobres.

La respuesta de Jesús es más radical, y vale tanto para uno como para otro hermano, y para todos nosotros: ‘cuídense de la avaricia’. La primera lectura, tomada del Eclesiastés (y todo este libro), nos hace ver las vanidades en las que ponemos los seres humanos nuestros corazones. La palabra vanidad viene de vano, vacío. Todas las cosas son nada y vacío frente a Dios y sus proyectos. Y para ejemplo, está la sapientísima parábola de Jesús: te afanas por las cosas materiales, acumulas y acumulas y no sabes cuánto te queda de vida. Creo que los que se dedican al crimen organizado son la mejor muestra de la verdad de Jesús. ¿Para qué sacrifican su vida y su tranquilidad si terminan asesinados jóvenes? ¿Cuánto te dieron por asesinar a una o dos personas, cinco mil pesos? (cfr. Plaza Artz). Aunque sean 50 o 500 mil, ¿de qué te sirven si te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel? Y si no te conviertes definitivamente de la muerte a la vida, te privarás de la eternidad de Dios.

Pero no son ellos los únicos. Yo les digo a las personas que se dejan absorber por el trabajo y no se dan espacios para el servicio en la Iglesia y en la sociedad, que no se dan tiempo para convivir con los hijos y con la familia, que no se dan tiempo para la oración y la misa dominical. ¿Qué te sirve más a ti y a tu mundo: el dinero que ganas con tantas horas de trabajo (o en otros casos dedicadas a la diversión) o el tiempo dedicado a Dios y al prójimo?

Los seres humanos no sabemos discernir.

 

 

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