Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




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JESUCRISTO EN SALIDA SE VUELVE UN CONTAMINADO

Domingo 14 de febrero de 2021, 6° ordinario

Marcos 1,40-45.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Es extraordinario este pasaje que nos ha tocado proclamar hoy. Hay que agradecerle a san Marcos y su comunidad el excelente trabajo realizado al presentarnos tan magistralmente a nuestro Señor Jesucristo. Permítanme poner de relieve algunos detalles que son toda una revelación profunda para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia. Para ello, debo seguir la versión de la Biblia de Jerusalén, que en este caso es más exacta. El pasaje es breve pero sumamente rico. Recordemos, de entrada, que el primer milagro de Jesús, en este evangelio, fue la expulsión del espíritu de la impureza. Pues ahora nos explicamos el por qué de esta manera de inaugurar la obra de Jesús.

El leproso se le acerca a Jesús para suplicarle: "si quieres, puedes limpiarme”. El leccionario utiliza el verbo "curarme”, pero esto da a entender que sólo le pide una curación médica. No. El leproso lo que le suplica a Jesús es la pureza ritual y espiritual, además de la física. Se trataba de un hombre que era considerado en el mundo judío como una cosa sucia, un pecador, un excluido de la comunidad social y religiosa, privado hasta de su propia familia, no podía acudir al templo ni a la sinagoga, ni a reunión alguna de personas, como lo estamos nosotros, en momentos, en esta pandemia. Pero en aquellos tiempos no era una mera cuestión sanitaria, sino sobre todo religiosa.

Jesucristo extiende su mano y lo toca diciéndole: "quiero, queda limpio”. No le dice "sana”, sino que se refiere a una pureza interior y exterior, una pureza ritual y espiritual.

En cuanto a la reacción de Jesús ante el leproso, hay algunos manuscritos griegos muy antiguos que nos ofrecen una u otra versión. Unos dicen que Jesucristo ‘compadecido’, extendió la mano; otros dicen que Jesucristo ‘indignado’ o ‘encolerizado’, extendió la mano. El leccionario romano se pronuncia por "se compadeció de él, y extendiendo la mano…”  La nueva Biblia de Jerusalén, por el contrario, se pronuncia por la palabra "encolerizado”. Es que se piensa que es la versión más original. Jesucristo reaccionó encolerizado ante la situación del leproso. Es cierto que también se compadeció, como es propio del Hijo de Dios y como lo vemos en otros lugares del evangelio, como por ejemplo en 6,34 cuando se topó con las multitudes hambrientas de la Palabra de Dios y del pan material. Pero en el caso del leproso, algo hizo reaccionar a Jesús con cólera. ¿Por qué? Lo acabamos de escuchar en la primera lectura, Levítico 13,45: "El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada”.

Cualquiera que escuche o lea esta sentencia tan cruel, tan despiadada, sentirá indignación por semejante exclusión de una persona. ¿No es así? Se le condenaba a vivir solo, a morirse prácticamente de hambre, pues nadie se le podía acercar. Las gentes de buen corazón les dejaban comida en despoblado para que se alimentaran como los animalitos del campo. Pues eso fue lo que hizo reaccionar a nuestro Maestro con indignación y coraje. Por eso, enérgicamente le dice: "quiero, queda limpio”.

Jesucristo lo envía a presentarse ante el sacerdote, que en aquel tiempo fungía como autoridad sanitaria, para que le extienda una declaración de pureza, no meramente exterior, sino, como lo vemos en otros pasajes de este evangelio, una pureza interior: éste no es un pecador, éste no es algo sucio, éste es un hijo a quien Dios ama.

La obra de Jesucristo será, en este evangelio, abrazar a todos los excluidos en un abrazo de inclusión amorosa: lo vemos así con el paralítico perdonado y sanado, en la comida con publicanos y pecadores, con las mujeres purificadas del capítulo 5, el pasaje de los cerdos y los habitantes del otro lado del lago, la declaración sobre lo que realmente hace impuro al hombre  del capítulo 7, la mujer sirofenicia de este mismo capítulo, etc.

La exclusión, o el descarte, como el Papa Francisco lo llama, es una asignatura que hoy día tenemos como una prioridad el superar para tanta gente en nuestras sociedades: por motivos de pobreza, de escolaridad, por motivos de racismo, de nacionalidad, orientación sexual, por motivos de religión o de cultura; hay tantos pretextos para marginar, cuando eso se trae en la mente y en el corazón de nuestras sociedades.

Este abrazo incluyente conlleva la consecuencia de que el mismo Jesús se vuelve impuro. Quien toca a un leproso, se contamina. Por eso, san Marcos concluye el pasaje con estas palabras que nos producen escalofríos: "Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios”. Parafraseando al Papa Francisco, decimos categóricamente: preferimos ser una Iglesia contaminada por juntarse con los excluidos, que una Iglesia santona que se cuida de no ensuciarse.

 


 

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