Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





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EL MISTERIO DE LA VIDA

13 de junio de 2021

Marcos 4,26-34.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Jesucristo está en la orilla del mar, en una barca enseñando a la multitud. Esta vez no lo vemos realizando milagros. Les está exponiendo el reino de Dios, esa proclamación con la que apareció desde el principio, su programa, el proyecto del Padre que lo trajo a este mundo. ¿Recuerdan? "Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1,14). Jesucristo tiene puesta su mente y su corazón en el reino de Dios, porque de lo que hay en abundancia en el corazón, habla la boca, lo diría en otro evangelio (ver Mateo 12,34). Tanto sus milagros como sus enseñanzas tenemos que leerlas en esta clave, no aisladas, es la proclamación de que el reinado de Dios ha llegado a nosotros, a partir de los pobres.

En este capítulo 4, san Marcos recoge 5 parábolas de Jesucristo: la parábola del sembrador, la de la lámpara y la medida, y las de la semilla que crece por sí sola y del grano de mostaza. Hoy hemos proclamado sólo las dos últimas.

Quizá nosotros, gentes de la ciudad, nunca nos hemos detenido a contemplar el misterio de la vida, el milagro de la vida, el misterio de Dios que encierra una semilla, de las que abundan por doquier, las que sembramos en nuestro jardín, en nuestras macetas, o las que siembra el viento por todo el campo. Los árboles y las plantas son extremadamente generosos en producir semillas. Los álamos, los fresnos, las lilas, los frutales, etc. Ponga usted aquí el nombre de sus árboles preferidos. Todos lo hacen. Pero también las hortalizas, la yerba del campo. Pues Jesucristo nos hace mirar no sólo la generosidad de las plantas creadas por Dios sino también el misterio de vida que encierra cada una de ellas. Hay semillas que duran años sin sembrarse, por decir, en un bote, en una bodega, cuidando que no les entre humedad. El frijol, el maíz, por ejemplo. Las ve uno y parecen que están secas, muertas. Pero no, encierran el milagro de la vida. Recuerdo cuando en la escuela nos ponían a sembrar un granito de frijol o de maíz en un vaso, con aserrín rodeado de un cartoncillo. Veíamos entre el cartón y el cristal cómo se hinchaba el granito, cómo echaba raíz, cómo se levantaba y sacaba hojitas, etc. Sorprendente.

Pues sólo un contemplativo de la creación, como el mismo Jesucristo, nos hace volver sobre algo tan cotidiano, porque, una vez que lleguen las lluvias (así lo esperamos y se lo pedimos a Dios) veremos surgir la vida hasta en los cerros.

Bueno, así es el misterio del reinado de Dios. No va a llegar como llegan los poderíos humanos, atacando un país y sembrando muerte por doquier, con armas y bombas, para apoderarse de él. Así no vino Jesús, el Hijo de Dios. Se encarnó en el seno de una humilde muchacha, de un desconocido pueblo de Galilea, nació en un pesebre, fue un predicador ambulante, entre los pobres y los pecadores, entre los enfermos y los oprimidos… pero portando un grandioso proyecto: Dios ha llegado para reinar entre los seres humanos; ha llegado discretamente, sin hacerse notar, ha surgido como brota una plantita de una minúscula semilla, como la mostaza, pero así, sin imponerse por la fuerza, se está extendiendo por todo el mundo, con ese contenido de paz, de amor, de justicia que sólo vienen de Dios.

¿Quieres ser parte de este misterio asombroso, de este proyecto? Pues sé como Jesús, pequeño, pobre, pero poderoso en fuerza de vida, de alegría, de gracia, de salvación, de misericordia.

 

 


 

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