Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





EL ESPÍRITU DE LA EXCLUSIÓN

Domingo 26° ordinario, 26 de septiembre de 2021

Números 11,25-29; Marcos 9,38-48.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Continuamos con esta sección especial de San Marcos en la que estamos respondiendo a la pregunta fundamental de Jesús, ¿quién es él para nosotros? La respuesta personal de él será su pasión, muerte y resurrección, que nos anuncia anticipadamente en tres ocasiones mientras se encamina a Jerusalén. ¿Estamos entendiendo su misión, su mesianismo? No basta con decir que el Hijo de Dios vino a este mundo a redimir a la humanidad. No se trata de un dispositivo mágico de salvación. De serlo, bastaba que Jesús hubiera venido a la Luna o a Marte y desde ahí nos hubiera enviado un rayo de luz y de gracia para redimirnos. No es así.

Su camino de salvación es muy especial, es de sabiduría divina. El Hijo eterno se encarnó en un pobre de Nazaret, anunció la cercanía del reinado de Dios (este proyecto es central en la obra de Jesús), lo hizo presente por medio de parábolas, encuentros personales y con multitudes y por medio de milagros. Día con día fue entregando su vida y su gracia en la transformación de los pobres para hacer visible la llegada de ese Reino. Nos hizo ver que su camino de pobreza, de abajamiento, de renuncia a sí mismo, es el camino de la salvación que hemos de tomar todos. Jesucristo no tomó el camino del poder para salvar a esta humanidad, ni siquiera el camino de la religión judía, del templo y la religiosidad cultualista y legalista del antiguo testamento, es decir, ni el camino de Herodes ni el de los fariseos.

San Marcos nos hace ver que los discípulos se resisten a entrar vitalmente en el camino de Jesús: "Abran los ojos y guárdense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes… ¿Por qué están hablando de que no tienen panes? ¿Aún no comprenden ni entienden? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? ¿No se acuerdan… y todavía no entienden?” (Marcos 8,15-21).

El pasaje evangélico que hemos escuchado hoy se da después del segundo anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Jesucristo va a padecer como el último de los seres humanos, es decir, se ha colocado y se va a colocar aún más en el último lugar de todos, el lugar que nadie quiere para sí mismo, la cruz. Pero nosotros, en nuestros ambientes, en la sociedad y hasta en la Iglesia, nos peleamos por el primer lugar, por sobresalir, por colocar a nuestro yo en un lugar relevante.

Pues para que veamos que no estamos entendiendo las cosas de Jesús, san Marcos nos ofrece esta iniciativa de los discípulos: "Hemos visto a uno que expulsaba los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. ¿Qué decir de esto, qué hay detrás de estas palabras? Autoritarismo, espíritu de exclusión, miopía, reduccionismo, elitismo, ‘maña’ por estar prohibiendo… Éste no es el espíritu del Mesías.

Los discípulos se sienten propietarios del nombre de Jesús. Nadie, según ellos, puede utilizar ese nombre para expulsar demonios si no pertenece al grupo. Este espíritu excluyente de los discípulos se extiende hasta nuestros días, a nuestras sociedades autoritarias, a nuestras instituciones y no se diga a nuestra Iglesia. Hemos de revisarnos continuamente a la luz de las palabras y de la persona de Jesús. Jesucristo es universal, es patrimonio de la humanidad, les pertenece a todos los seres humanos, a los pobres, a los paganos, a los pecadores.

Nosotros somos servidores, no propietarios de su nombre y de su obra. Junto con otros, creyentes o no, colaboramos en la obra de la salvación de Dios. "No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Con estas palabras, nuestro Señor está abrazando a todos aquellos que, sin presentarse como creyentes, trabajan por la justicia, por los derechos humanos, por la reivindicación de los pobres, campesinos, mujeres, indígenas, migrantes. En este caso, nuestro papel está en discernir cuál es el trabajo que el Espíritu de Dios está realizando a través de todas las personas. Tengamos presente la respuesta de Moisés a Josué en la primera lectura: "¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.

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Un comentario aparte lo merece la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Santiago, con unas palabras que tristemente siguen estando vigentes en este siglo XXI: "Lloren y laméntense, ustedes, los ricos… El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor”, palabras en plena sintonía con el Maestro que dijo: "ay de ustedes los ricos…” (Lc 6,24). En este asunto, cómo ha perdido fuerza la palabra profética de nuestra Iglesia al haberse acomodado a este sistema económico social tan injusto. Al contrario, como que ahora se respira ese anticomunismo macartista (de los años 50’s en EU), denostando a quienes hablan de justicia e igualdad.

 


 

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