Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA FELICIDAD DE SEGUIR AL MAESTRO

Domingo 28° ordinario, 10 de octubre de 2021

Sabiduría 7, 7-11; Marcos 10,17-30.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Detrás de este pasaje evangélico que proclamamos hoy debe resonar la pregunta que nos hacía Jesucristo en Marcos 8,29: "¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Entrar de cuerpo entero en la comprensión del mesianismo de Jesús, no tanto entenderlo de manera meramente mental, debe ser nuestro máximo interés. Hoy tenemos un ejemplo de quien se resiste a entrar en el camino de Jesús, que no es lo mismo que ser una persona muy religiosa.

Este hombre (según san Mateo es un joven) se le acerca con una pregunta crucial para todo creyente: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? A muchísimas personas, hay que reconocerlo, como que no les interesa de plano la vida eterna, sólo esta vida. Aunque, la verdad, todos quisiéramos la vida perenne, la juventud perenne, la fortaleza, la salud y la felicidad perennes. Los que confesamos ser creyentes, desde luego que nos preguntamos y tenemos un vivo interés en la vida eterna.

Como buen judío, según lo manifiesta más delante, se pregunta por lo que debe "hacer”. Los judíos así entendían y vivían su religiosidad o su relación con Dios: hacer cosas, efectuar prácticas, cumplir con la ley de Moisés. No se pregunta por el ser sino por el hacer, y mucho menos tiene conciencia de la gratuidad del llamado de Dios a la vida eterna.

Jesucristo le responde repasándole algunos mandamientos, los que tienen relación con el prójimo, cosas que ya practicaba este buen judío. Jesucristo lo mira con amor. Bello detalle que nos ofrece el evangelista. Jesucristo amaba a los pecadores pero también a lo que cumplían los mandamientos. Así es que hay que decir que desde esa mirada amorosa Jesucristo le deja caer este llamado que, tanto para este hombre rico, como para los discípulos de aquel tiempo, como también para nosotros, nos cae como un balde de agua fría en invierno, si amamos este mundo materialista, sobre todo si nos quedamos con eso de vender todo lo que tenemos y dárselo a los pobres. Esto como que nos hace dejar de lado el llamado gratuito del Maestro a seguirlo, que ahí está nuestra felicidad y la vida eterna.

Este hombre bien representa a los católicos que entusiasmados nos acercamos corriendo a Jesús pensando que es como un ídolo que empatiza con nuestras aspiraciones e intereses. La inmensa mayoría de nosotros los católicos está muy a gusto con ese catolicismo ligero (light) que nos hemos inventado: ir a misa de vez en cuando, persignarnos en ciertos momentos del día, y más o menos portarnos bien, incluso saber recitar una que otra oración. Pero ese catolicismo no le sirve a nadie, ni al que lo practica ni mucho menos a nuestra sociedad. ¿Acaso se puede uno ganar la vida eterna con esas prácticas religiosas? Y la humanidad ¿se va a ver beneficiada y transformada por personas que nos reducimos a esa religiosidad? Según el Maestro, claro que no. Es preciso entrar en su camino, caminar detrás de él, que su Persona es lo que nos conduce a la vida eterna, no sólo individualmente, sino a toda la humanidad. El evangelista san Juan nos ofrece esta frase de Jesús en la que personaliza el plan de Dios: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6). Y san Marcos nos menciona muchas veces la palabra "camino”. De hecho, la pregunta por su identidad, aquí en san Marcos, se la lanzó Jesucristo a sus discípulos en el ‘camino’ a Cesarea de Filipo, porque sólo en el camino se puede responder, sólo siguiéndole los pasos a Jesús por su camino.

Lo de vender todo para dárselo a los pobres es el equivalente a romper todas las trabas que puedan detenernos en ese seguimiento, y es involucrar a los pobres en esa caminata. ¿Se puede caminar detrás de Jesús desentendiéndose de ellos? Claro que no, porque Jesucristo no es un Maestro que nos encontremos en una ermita, sino en los caminos de Galilea. Ahí están las multitudes a la orilla del lago, los pescadores, el endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm, la suegra de Simón, el leproso, aquellas mujeres de 12 años (una de enferma y otra de edad), los ciegos, el sordo tartamudo, etc. En el camino de Jesús están los pobres… y ahí encontramos a Jesús, la vida eterna. Jesús nos enseña con su mismo actuar, a poner a los pobres y los sufrientes en el primer lugar de nuestra vida.

Los discípulos se sintieron en un principio excluidos de la vida eterna, como también nosotros cuando empezamos a encontrarnos con Jesús en los santos evangelios, pero luego comprendieron la llamada gratuita del Maestro y tomaron conciencia de lo que habían dejado por él. El, en otras ocasiones rebelde de Pedro, lo expresa con gusto. Lo mismo nos pasará a nosotros cuando miremos en retrospectiva lo que hemos dejado por Jesucristo y lo que hemos ganado con él, el ciento por uno. (En una ocasión, en una capilla rural, respondiendo a mi pregunta ‘¿cuánto hemos ganado por seguir a Jesucristo?’, alguien respondía: ‘el uno por ciento’. ‘Exacto’, le confirmé, para hacerle sentir que había respondido muy bien, aunque cambiando el orden de las palabras, ‘el ciento por uno’).

Convendría hacer aquí un repaso de la primera lectura.


 

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