Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




TENER EL ESPÍRITU DE DIOS ES TODO

Domingo 5 de junio de 2022, Pentecostés

Hechos 2,1-11; Juan 20,19-23.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Para concluir este tiempo de pascua, celebramos la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia y sobre el mundo. Es el 50° día a partir del día de la resurrección de Jesucristo. La palabra ‘pentecoste hemera’, quiere decir simplemente ‘50° día’. Hemos escuchado las dos versiones, una de Hechos y la otra del evangelio según san Juan. El libro de los Hechos no pretende ser histórico, sino que nos habla de la plenitud de la obra del Padre en Jesucristo, mediante la acción del Espíritu Santo. Los números 40 para la ascensión de Jesucristo a los cielos, y las siete semanas para la efusión del Espíritu, son números bíblicos altamente simbólicos, son números que indican plenitud. Por eso, hemos de creerle al evangelista san Juan que nos refiere que el mismo domingo de la resurrección, Jesucristo sopló sobre sus discípulos al Espíritu Santo. Y no pensemos que el Espíritu Santo estaba esperando que le dieran permiso para empezar a trabajar en la Iglesia por la salvación del mundo. La sagrada Escritura nos refiere que el Espíritu Santo siempre está activo, desde la creación. En los santos evangelios vemos que el Hijo de Dios se encarnó por obra del Espíritu Santo. Vemos al Espíritu llenar a Isabel y a María en su encuentro en la sierra de Judea. Lo vemos actuar también en los ancianos Simeón y Ana. En la vida de Jesús siempre está presente, en su bautismo, en su vuelta a Galilea, en su programa mesiánico.

Aún con eso, podemos hablar de estos tiempos del Espíritu si tomamos en cuenta que Jesucristo ya no está corporalmente, físicamente para continuar la obra del Padre. Jesús hizo su parte en esos treinta y tantos años de vida encarnada entre nosotros. En el evangelio escuchamos que Jesucristo resucitado sopló sobre los discípulos para infundirles al Espíritu Santo. Ahora sigue esta nueva etapa, el tiempo de la Iglesia, el tiempo de los discípulos, de la comunidad de los discípulos, la misión a todo el mundo. Pero no vamos a la deriva, para eso nos comunicó Jesucristo al Espíritu de Dios.

El Espíritu Santo trabaja siempre, lo decimos siguiendo la enseñanza de Jesucristo sobre sí mismo y sobre el Padre: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo (Juan 5,17). Aprendamos a discernir el trabajo del Espíritu Santo en todas las cosas, en todos los momentos de nuestra vida y de nuestra historia. Ejercitémonos en la docilidad al santo Espíritu de Dios. Si te dejas mover por él, el Espíritu hará esas cosas mayores, de eso nos habla Jesús en la última cena: "el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Juan 14,12). Es más, aprendamos a pedir al Espíritu Santo en nuestra oración, como nos lo enseña Cristo: "Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lucas 11,13). Nosotros no movemos al Espíritu Santo a nuestro antojo, es el Espíritu Santo el que nos mueve a nosotros.

En la Iglesia católica hablamos mucho del Espíritu Santo. Cada vez que nos persignamos, por poner un ejemplo, los mencionamos. Pero, una cosa es hablar de él, y otra, dejarnos conducir efectivamente por él. Y la verdad es que el Espíritu no está para que hablemos de él, porque de palabras está lleno el viento que se las lleva.

Es una cuestión fundamental, fundamentalísima que tenemos que realizar con nosotros y con todos nuestros católicos. Lo nuestro no es una estructura religiosista, de actos piadosos, de cumplimientos, de normas, de hábitos estandarizados. Lo nuestro es dejar que el Espíritu haga su trabajo en nosotros, en todos los católicos para beneficio del mundo. En una ocasión se lo decía Jesucristo a un notable fariseo, magistrado entre los judíos: ‘tienes que nacer de nuevo’… "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Juan 3,8). Éste es el verdadero estilo de ser católicos. Como nos hemos encerrado en nosotros mismos, por eso hemos convertido a nuestra Iglesia en una mera institución humana, de costumbres estáticas, de juegos de poder, de honores y ‘dignidades’, de exterioridades. Incluso hay que decir, que hemos pretendido apoderarnos del Espíritu, como si él tuviera que ceñirse a nuestros proyectos. Pero no es así. Nosotros estamos o debemos estar al servicio del Espíritu para la transformación profunda de todo nuestro mundo, para que esta humanidad dé ya el paso de la carnalidad a la espiritualidad. Si me permiten decirlo crudamente: para que ya dejemos de ser animalitos y nazcamos a la dimensión del Espíritu ("Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Juan 3,6), le decía Jesús a Nicodemo). Sin el Espíritu no somos nada.

Decía el p. Chevrier: "Tener el espíritu de Dios, lo es todo” (V. D. 231).


 

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