Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





(El p. Chevrier nos invita a tener lo necesario y saber contentarse con ello. VD 295).

 

JESÚS, ENSÉÑANOS A PONER EL CORAZÓN EN TU REINO

Domingo 7 de agosto de 2022, 19° ordinario

Lucas 12,32-48.

Carlos Pérez B., pbro.

 

"No temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino”. Con estas palabras tan llenas de ternura y fortaleza, comienza el pasaje evangélico de hoy. Pero vienen seguidas de una frase que seguramente nos sacude a todos: "Vendan sus bienes y den limosnas”.

Nuestro señor Jesucristo se encamina decididamente hacia Jerusalén, donde entregará enteramente la vida por la salvación de esta humanidad. En el camino no pierde el tiempo, nos va regalando enseñanzas muy nutritivas que son todas ellas de carácter universal, es decir, para creyentes y no creyentes, para todo ser humano.

Estas palabras de hoy hay que conectarlas con lo que escuchamos el domingo pasado, y también con el pasaje que la liturgia dejó de lado, el abandono en la providencia de Dios nuestro Padre, seguramente porque en el ciclo A, el año próximo nos tocaría escucharlas en el evangelio según san Mateo, capítulo 6. Pero conviene que las retomemos ahora porque el año que viene no vamos a alcanzar el domingo 8° ordinario, porque se atravesará antes la cuaresma.

El domingo pasado, ante la súplica de un hombre que le pedía que le dijera a su hermano que compartiera con él la herencia, Jesús nos hacía esta advertencia: "cuídense de la avaricia”. De veras que ésta es una enseñanza universal. A esta humanidad nos hace mucho daño la avaricia, es decir, el amor a las cosas materiales, el deseo de poseer por poseer, incluso la ambición de poseer (y despojar a otros) para darse a la buena vida, como lo pensó el hombre de la parábola que obtuvo una gran cosecha. A renglón seguido, Jesucristo nos enseña algo que él vivió al pie de la letra: "No anden preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán… fíjense en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta… Fíjense en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¡cuánto más a ustedes, hombres (y mujeres) de poca fe!”.

Por eso continúa diciendo: "vendan sus bienes y den limosnas”. Jesucristo lo dice con mucha facilidad, como si nosotros, simples seres mortales, tuviéramos su entereza, su fe, su radicalidad, su arrojo. Frente a él, somos demasiado apocados. ¿Alguien se anota, en este siglo XXI para hacerlo así? Seguramente tenemos muchos pensamientos ("inteligentes”, desde luego), excusas, pretextos, para no tomarnos las palabras de Jesús tan al pie de la letra. Bueno, no leemos aquí la palabra "todos” nuestros bienes, pero suponemos que se está refiriendo a todos porque esa acción ciertamente que sería la prueba más contundente de la autenticidad de nuestra fe. El Padre ha tenido a bien darnos su reino, ¿para qué queremos lo demás? Así lo contemplamos en nuestro Maestro. ¿Qué propiedades tenía él? ¿Qué patrimonio se fue haciendo al venir a este mundo? Cuando lo crucificaron, lo despojaron hasta de su ropa. Nada se llevó, nada necesitaba.

Para no engañarnos a nosotros mismos, Jesucristo nos regala una frase de oro: "donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”. ¿Dios es tu tesoro, el evangelio, las enseñanzas de Jesús, tu fe cristiana? Pues ahí pondrás tu corazón. Pero examinémonos, ¿cuáles son las cosas que apreciamos, a qué le concedemos más tiempo, cuáles son nuestras aspiraciones? La verdad es que ahí está nuestro corazón.

No vayamos a pensar que Jesucristo está equivocado, o que hoy está fuera de época, que las cosas en tiempos modernos ya no pueden ser así. El verdadero cristiano es el que afirma que las enseñanzas de Jesucristo son sumamente sabias, que este mundo no las puede comprender. En la medida que uno se va haciendo su discípulo, poco a poco le va perdiendo el amor a las cosas materiales, o mejor aún, las va poniendo al servicio de la obra de Jesús, del proyecto del Padre llamado reino.

Si algo nos impide crear ese mundo de fraternidad que nos muestra Jesús, es precisamente el apego a las cosas que llamamos nuestras. El día que todos los seres humanos seamos capaces de desprendernos de ellas, ese día nuestro mundo habrá cambiado de raíz; la creación será de todos en la medida que cada quien lo necesite.

En relación con las otras enseñanzas que hemos escuchado hoy, yo quiero destacar al verdadero servidor. Hay que hacer este llamado a todos nuestros católicos: nuestra vocación es el servicio, porque nuestro Maestro no ha venido a ser servido sino a servir. Y los que primero debemos acoger ese llamado enérgico, somos los sacerdotes y los obispos. Jesucristo nos habla aquí hasta de azotes. Qué bueno fuera que, si es necesario, Jesucristo pusiera encargados de que nos los dieran. No tanto por los vicios que aquí señala Jesús, sino porque, ‘conociendo la voluntad de nuestro amo’ no buscamos cumplirla. Y, además, por el maltrato a las personas a nosotros encomendadas. Podemos ser exigentes, hasta con cierta energía, cuando hace falta para entrar en la obra de Jesús, pero no somos los dueños del rebaño, sino servidores.

Nuestra jerarquía eclesiástica protege mucho a sacerdotes y obispos, pero muchas veces en perjuicio de los laicos.

 


 

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