Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





JESUCRISTO ES LA VIDA HOY Y PARA SIEMPRE

Domingo 26 marzo 2023, 5° de cuaresma

Juan 11,1-45.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Contemplamos a Jesucristo en Betania, a las puertas de Jerusalén, donde él entregará enteramente su vida como el camino de la salvación de esta humanidad. Contemplamos al Hijo de Dios como un bello ser humano. El evangelista no teme en decirnos que Jesús amaba a estas dos hermanas y a su hermano. No teme decirlo de Martha y María que son mujeres, ni tampoco de Lázaro por ser hombre. Si su mandamiento nuevo es el amor, él ya lo vive de manera muy real, como también amaba en especial a un discípulo. Quien no vive el amor de manera real, no es cristiano. Un sacerdote, si no ama (no digamos en el aire o en la mente) a las gentes de su parroquia, especialmente a aquellas con quienes tiene trato, no es un verdadero discípulo de Jesucristo.

Ante el aviso de la enfermedad de Lázaro, el Maestro se tardó dos días más en donde estaba, y al llegar a Betania lo encontró ya en el sepulcro. Algunas gentes (ya no son tantas) quisieran que los sacerdotes, cuando se les presenta el apuro, se movieran en sus autos con torretas. Pensamos que esto no es sano en términos evangélicos. Los sacramentos y demás atenciones eclesiales, se dan de manera normal, no de emergencia, no mágicamente, no superficialmente. Cuántas personas católicas fallecen sin haber recibido un sacramento inmediatamente previo, ya sea por accidente, por un infarto o embolia, por una bala perdida, y no por eso pensamos que Dios no los va a recibir en su reino. Por eso, en otros lugares del evangelio, Jesús nos llama a vivir nuestra fe al día, a no dejar las cosas para el último momento, como la parábola de las muchachas que se prepararon o las que no se prepararon, de Mateo 25.

El diálogo de Jesús y Martha es por demás interesante. Tanto Martha como María le reclaman, o le presentan su queja con toda la confianza del mundo. Así se da entre quienes se aman. "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús le contesta confiadamente: "Tu hermano resucitará”. ¿Cuándo?, le preguntamos también nosotros a Jesús. Martha cree, como también nosotros, que todos vamos a resucitar en la resurrección del último día, en el día del juicio final. ¿Así lo creen todavía nuestros católicos en estos días? La respuesta de Jesús es tan profunda que no basta que la entendamos con la mente en este momento, sino que la vivamos día con día: "Yo soy la resurrección y la vida”. No dice Jesús que será la vida en el último día, sino en tiempo presente, SOY.

Para entender este "SOY la vida”, tendríamos que leer infinidad de veces este evangelio (y los otros tres) y hacerlo de manera pausada. Más que solamente leer, habría que conocer a Jesús muy de cerca, para llegar a vivir con intensidad sus palabras y su entera vida. Jesucristo es para nosotros la vida, la vida plena, la vida verdadera, la vida eterna, ya desde ahora. Así lo expresará Jesús en la última cena, en ambiente de oración: "Padre… Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo”. El verdadero cristiano-cristiana es aquel que ha adquirido una nueva vida, vitalidad, en su encuentro y seguimiento de Jesucristo.

Para el creyente ya no existe la muerte, lo único que existe es la vida. Puedo perder la vida en este mundo, pero la vida cristiana se vive desde hoy y para siempre. Un sacerdote, el p. Chevrier, decía convencido firmemente: "Quien tiene el Espíritu de Dios, no dice nada de sí mismo, no hace nada de sí mismo; todo lo que dice, todo lo que hace se apoya en una palabra o una acción de Jesús que ha tomado como fundamento de su vida; Jesucristo es su vida, su principio, su fin. No soy yo quien vive, es Jesucristo quien vive en mí”. (ver Gálatas 2,20).

Hoy no se lee en la liturgia la consecuencia que le acarreó a Jesús realizar sus señales de vida. Los invito a que repasemos en nuestra lectura personal (sobre todo porque estamos en cuaresma) los versículos 46-54. El sanedrín, la junta suprema de los judíos, deliberó y llegó al acuerdo de matar a Jesús, incluso a Lázaro (Juan 12,10), porque veían que Jesucristo era un peligro para su religiosidad. Es, en definitiva, una religión de muerte, como las sigue habiendo en nuestros días, y sobre todo sistemas sociales y políticos de muerte. Así ha sucedido con muchas discípulas y discípulos de Jesús, a los que este mundo que ama la muerte los ha matado. Como Jesús, fueron incómodos al sistema establecido, como el p. Rodolfo Aguilar, el obispo Oscar Arnulfo Romero, ahora canonizado, a quienes recordamos en estos días. Nos fortalece la declaración de los jesuitas de México ante el hallazgo del cuerpo de quien asesinó a dos sacerdotes: ellos dicen que no se alegran con la muerte de nadie, aunque sí piden que se haga justicia para los habitantes de la sierra.

Aprendamos, a partir de Jesús, a leer las señales de vida que el Espíritu suscita continuamente en nuestras gentes, sobre todo en los renglones de la caridad y del servicio. Son infinidad.

Preparémonos a celebrar y a vivir así la pascua de la vida de Jesús en la semana santa.

 

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