Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





PARTIDARIOS DE LA VIDA

Domingo de Resurrección – ciclo C, 20 de abril de 2025

Lucas 24,1-12.

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Hemos celebrado el viernes santo la terrible y dolorosa muerte de nuestro amado Jesucristo, el sacrificio del Regalo que el Padre nos ha enviado por su Espíritu para traernos, con sus enseñanzas y toda su persona, la buena noticia de su misericordia, de su amor, de su gracia, de su vida, la vida plena. Pero este mundo, del que nosotros formamos parte, lo ha recibido con una cruz, símbolo, por un lado, de la muerte, del odio, la envidia y el egoísmo de los seres humanos, y, por otro lado, el lado de Dios, símbolo de la vida, del amor, de la entrega de sí mismo.

Este año, en la vigilia pascual, nos ha tocado proclamar el relato de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo en el evangelio según san Lucas. Cada año les insistimos a nuestros católicos que los santos evangelios no nos platican ese momento preciso de la resurrección, como en cambio sí lo hacen con muchos otros momentos de la vida de nuestro Señor, por ejemplo su encuentro con las multitudes, el llamado de los primeros discípulos, sus milagros, incluso su pasión y su muerte. Nos dicen que Jesús murió a las tres de la tarde. Y, por el contrario, no nos dan detalles de la hora y la manera en que resucitó. Eso lo dejan en el misterio.

Lo que sí hacen los santos evangelios y demás escritos del nuevo testamento, es platicarnos la experiencia que vivieron sus discípulas y discípulos en el encuentro con el Resucitado. San Lucas, en su capítulo 24, nos habla de tres momentos. El primero se trata de que un grupo de varias mujeres que fueron al sepulcro con intenciones de ungir el cuerpo de Jesús muerto y sepultado, a la usanza de aquellas gentes. Pero precisamente eso fue lo que no encontraron, el cuerpo muerto de Jesús, sino a dos hombres que les dijeron que no buscaran entre los muertos al que estaba vivo. Ellas, como buenas apóstolas, fueron a llevar esa buena noticia al resto del grupo.

El segundo momento que nos relata el evangelista, es la experiencia que vivieron dos discípulos que iban a su pueblo llamado Emaús, de su encuentro con el Resucitado, cómo fueron iluminados por su palabra y por su presencia en la fracción del pan. Y san Lucas nos relata, como un tercer momento, la experiencia que vivió todo el grupo en su encuentro con el Resucitado en Jerusalén, la encomienda de que fueran todas y todos a dar testimonio de la Vida de Dios a todo el mundo.

Convendría que todos los católicos repasáramos esas experiencias, tanto en los cuatro evangelios como en las cartas de los apóstoles, porque el encuentro personal y vivencial con Jesucristo resucitado es lo que nos hace ser verdaderamente cristianos. No somos devotos o miembros de un tipo de religión como las hay tantas en el mundo y en la historia, de prácticas cultuales, de costumbres, de tradiciones piadosas. No. Somos discípulos, seguidores de un Maestro que entregó la vida por la salvación-transformación de esta humanidad, y continúa vivo enseñándonos, formándonos, fortaleciéndonos, llenándonos de su gracia, amor y misericordia, especialmente a partir de los santos evangelios y con la fuerza de su Espíritu para enviarnos al mundo, precisamente a este mundo en el que se padecen los efectos  y las consecuencias de nuestros pecados, los peores impulsos de la muerte, violencia doméstica y social, hostigamiento, asesinatos, secuestros, corrupción gubernamental, privada y eclesiástica, guerra, destrucción y muerte.

Nosotros, al celebrar la pascua de resurrección del Hijo de Dios, nos declaramos firmemente partidarios de la vida. El Dios que se manifiesta en su Hijo Encarnado, Crucificado, Resucitado, es el Dios de la Vida, del Amor, de la Misericordia, del Perdón.


 

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