EL DISCÍPULO SE RECREA
ESUCHANDO AL MAESTRO
Domingo 20 de julio de 2025,
16° del tiempo ordinario - C
Génesis 18,1-10; Lucas 10,38-42.
Los
invito a poner atención a toda la persona de Jesús, a su modo de vida, no sólo
a sus enseñanzas verbales. A Jesucristo lo contemplamos en los santos
evangelios en escenas muy sencillas, como lo fue él en toda su vida encarnada.
Lo que, en una ocasión, decía él mismo sobre Juan Bautista, le queda
especialmente a él: "¿Qué salieron a ver en el desierto? … ¿Un hombre elegantemente vestido?
¡No!” (Lucas 7,24).
Jesucristo era un hombre del pueblo, un pobre galileo, sin dinero, amigo de
publicanos y pecadores, amigo de los pobres. Recordemos varias escenas en que
lo vemos así: nace en un portal de Belén (Lucas 2,7); pasó una temporada en el
desierto (Lucas 4,1); vivió su ministerio en Galilea, no en Jerusalén (Lucas
4,14); caminando a la orilla del lago (Marcos 1,16); en casa de Simón y Andrés,
junto con Santiago y Juan, todos a hospedarse en bola (Marcos 1,21); predicaba
a la orilla del lago, no en un recinto elegante (Lucas 5,1); etc. A su paso por
un pueblito de samaritanos, le negaron hospedaje (Lucas 9,52). Ahora lo
contemplamos en la casa de dos mujeres. ¿Por qué no se hospedó en alguna casa
elegante, de algún dignatario? ¿O en un hotel cinco estrellas, como hacemos
nosotros? Porque era un pobre galileo. Nos lo podemos imaginar sin vestiduras
clericales, vestido como un pobre. Bella imagen en su camino a Jerusalén donde
le arrebatarían la vida como si fuera un criminal.
Si me permiten desvariar,
si me permiten presumir, les diré que Dios me ha concedido el privilegio de
compartir la vivienda, el alimento y el hospedaje en numerosas casas
campesinas, en las parroquias en que he estado, especialmente en mis primeros
20 años de presbítero. Los colchones no eran de esos que se anuncian en la
tele, pero dormía muy a gusto, en el mismo cuarto que los muchachos, incluso
con niñas y niños (entonces no sonaba la pederastia clerical. Era la confianza
que le tenían al sacerdote), comiendo frijoles con café negro tres veces al día.
En alguna ocasión me tocó dormir bajo un techo de lámina, sin paredes, en la
misma cama con un ancianito, allá por el ejido de Pocitos, casi en la frontera
con Coahuila. Perdonen que les comparta tan bellos recuerdos que me vienen al
corazón ahora que ya estoy viejo. Los viejitos vivimos de recuerdos.
En su camino a Jerusalén
así vemos a Jesús. No debemos pensar que ésta fue una escena única, sino una
constante. Pues en casa de estas mujeres contemplamos lo que nos hace tanta
falta promover entre nuestros católicos: la escucha personal, atenta,
obediente, del Maestro que nos habla, que nos enseña. Así lo escuchamos en el
evangelio: Martha en sus quehaceres, "María se sentó a los pies de
Jesús y se puso a escuchar su palabra”.
Nosotros
podemos revivir estos momentos (vivencialmente, místicamente) cada vez que
entremos a los santos evangelios: que nos sentemos a los pies de Jesús a
escucharlo con cariño, con amor. ¿No es esto lo que nos hace ser verdaderamente
cristianos? No nos imaginemos a María hincada rezándole a Jesús. No es así. San
Lucas nos lo dice claramente: se sentó a sus pies a escucharlo.
En
la primera lectura vemos a Abraham, nuestro padre en la fe, que se da cuenta
que el ángel del Señor ha llegado a las puertas de su tienda y no lo deja
seguir su camino sino que lo invita a detenerse, y le brinda de comer. Se trata
de un verdadero creyente que percibe el paso de Dios por su vida. Así nosotros:
hemos de vivir con las antenas levantadas para darnos cuenta cuando y de la
manera que Dios pasa por nuestras vidas. No seamos despistados porque
desaprovechamos el momento. Pero la Biblia, especialmente los santos
evangelios, son nuestro recurso para escuchar a Dios que nos habla.
María
se enfrentó en ese momento a la exigencia de su hermana que quería quitarla de
tan bella compañía. El Maestro salió a defenderla, corrigiendo a su hermana, y
al mismo tiempo invitarla a hacer lo mismo. Esa invitación es para nosotros. ¡Cuántas
cosas, cuántos pendientes, cuántos quehaceres nos impiden sentarnos a los pies
de Jesús! Los minutos que pasamos al interior de los santos evangelios,
escuchando a Jesús, no son tiempo perdido, al contrario, es nuestra mejor
parte.
El
padre Chevrier encontraba un especial gusto al ponerse a estudiar el Evangelio:
"Leo el santo Evangelio. ¡Qué bien dicho está todo lo que ha dicho nuestro Señor,
y cómo debemos esforzarnos por practicarlo!... Estudiemos siempre este bello
libro”.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.