Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
SU INICIO COMO ARZOBISPO DIOCESANO

JFA tomó posesión de la arquidiócesis el 24 de junio de 1991. Para entonces los chihuahuenses ya lo conocíamos bastante y no esperábamos sorpresas, ni buenas ni malas de él. Pero sí comenzamos a sufrir más duramente la nueva "línea pastoral” caracterizada básicamente por un freno a todas las actividades y a todo impulso de vida en la diócesis. Desde entonces la vida se detuvo en la Iglesia de Chihuahua.

Uno de los aspectos más visibles de su comportamiento como obispo fue "hacer borrón y cuenta nueva” con respecto al proceso de renovación conciliar que se llevaba a cabo en Chihuahua y en particular con el proceso de evangelización integral que se había puesto en marcha como plan de pastoral para la diócesis. Ahora bien, este plan de pastoral, fruto de largos años de estudio y experimentación, no era sólo obra del arzobispo anterior, sino del presbiterio y de gran número de religiosas y laicos comprometidos que trabajaron arduamente en él. Todo eso JFA simplemente lo arrojó al cesto de la basura, pero lo más grave: sin sustituirlo por otro plan, ni igual, ni mejor, ni peor, simplemente por nada. Si se le pregunta a JFA por qué desconoció pura y simplemente el plan de pastoral que había, sin tomarlo al menos como punto de partida, es decir, como instrumento provisional de trabajo, mientras se revisaba, enmendaba, actualizaba o se sustituía por otro más adecuado, responde con su típica actitud evasiva que a muchos desconcierta y desarma: "Yo no quité nada. Yo nunca dije que no servía o que ya no estaba vigente. Ese plan está ahí para que lo utilice el que quiera”. Efectivamente, él no lo canceló por un decreto o por un acto oficial expreso del que pudiera más fácilmente hacérsele responsable. Simplemente lo ignoró, jamás hizo la más leve alusión a él y mucho menos dio una consigna para aplicar o revisar tal o cual parte del mismo. Ciertamente no pocos párrocos, al ver que la acción pastoral de la diócesis quedaba en el aire, siguieron aplicando el plan que ya había, pero como iniciativa personal y, por tanto, desarticulada y cada vez más a la deriva.

Su valoración del periodo anterior
JFA venía con la convicción de que la arquidiócesis de Chihuahua era un caos y que él había sido elegido por la Santa Sede, en concreto por el delegado apostólico Mons. Prigione (y esto último sí es cierto), para poner orden y restaurar esta iglesia diocesana.
Así se lo hizo saber a un grupo de egresados del seminario, a los que hizo esperar largo tiempo para ordenarlos de sacerdotes sin darles ninguna explicación.
Les dijo: "Aquí nunca ha habido pastor y yo vengo a poner orden”. A ellos nunca les dijo con claridad las razones por las que dilataba su ordenación. Por un lado, quería más información, y por otro, parece que quería respetar al pie de la letra los intersticios que pide la Iglesia.
El problema es que no sabe hablar claro y deja a las personas en la incertidumbre. Éstas se quedan con la impresión de que utiliza las normas de la Iglesia para manejar alguna carta debajo de la mesa. Peor aún fue el comentario que hizo con ocasión de la visita del Papa a Chihuahua, en mayo de 1990, comentario que revela el concepto tan negativo que tenía de los católicos chihuahuenses y de su anterior pastor: "Finalmente los católicos de Chihuahua han regresado al Papa”.
 

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