Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 

RELACIÓN CON LOS SACERDOTES
 
Los presbíteros, que conforman el clero de una diócesis, tanto sacerdotes diocesanos como religiosos, son los principales colaboradores del obispo en el ministerio pastoral. La armonía entre el obispo y sus sacerdotes y viceversa es indispensable para que todas las cosas marchen bien en la diócesis. Desgraciadamente no es éste el caso de Chihuahua. Desde un principio se notó que JFA llegaba a la arquidiócesis no como un padre y pastor para los sacerdotes sino como un enemigo. En primer lugar ya traía una "lista negra” con un número de sacerdotes a los que, sin darse la oportunidad de conocer personalmente, comenzó a hostigar sordamente. El ostracismo y la marginación a que sometió JFA a buen numero de sacerdotes de muchos méritos y de gran capacidad intelectual y pastoral, arrancó a un obispo de la región el comentario de que "la arquidiócesis de Chihuahua ha sufrido un inmenso daño al privársele de la aportación de sus mejores sacerdotes”. Habiendo perdido JFA la confianza en los sacerdotes de mediana y avanzada edad, por la mayor libertad con que éstos criticaban su desempeño, trató de compensarlo volviendo su mirada hacia los sacerdotes jóvenes, los que él ha venido ordenando, a quienes ha utilizado para toda clase de cargos, aprovechándose del ascendiente que tiene sobre ellos y la falta de un punto de comparación que éstos tienen con otras administraciones.
 
La actitud negativa de JFA pronto pasó de la "lista negra” y se extendió a casi todo el presbiterio, por lo que sus relaciones con la mayoría de los sacerdotes fueron haciéndose cada vez más tirantes. Pronto cundió el desaliento y las consecuencias en la pastoral se dejaron sentir en una situación de estancamiento, de falta de entusiasmo y de nuevas iniciativas, de rutina y, lamentablemente, de críticas negativas y comentarios mordaces continuos. Es impresionante observar cómo prácticamente no hay un simple encuentro de dos sacerdotes o una reunión más numerosa, en la que las críticas acerbas al obispo no salgan a relucir.
 
Cualquiera, con un dejo de ironía, podría comentar que esto es habitual en todas partes y hasta se hace broma de ello. Pero aquí no estamos hablando de bromas, sino de una situación generalizada, constante y de fuerte intensidad. Otra forma de "desahogo”, común entre los sacerdotes, es acudir al arzobispo emérito a compartir sus cuitas con él, quien los escucha con paciencia y comprensión, pero conscientes ambos de que él no puede hacer nada más que escuchar y guardar una prudente discreción. Para que las anteriores afirmaciones no se queden en el aire, pasemos a describir más en detalle algunos episodios concretos entre JFA y sus sacerdotes. Estos episodios son de dos clases: los protagonizados por grupos de sacerdotes y los protagonizados por sacerdotes en particular.
 
El camino de la corrección fraterna

Con el empuje y la iluminación del Concilio Vaticano II nuestra Iglesia de Chihuahua vivió años de ilusiones, de trabajo en equipo, de elaboración de cartas pastorales con la participación de todos los sectores de la Iglesia, de apertura al mundo, con muchas limitaciones, desde luego. Ahora, en estos últimos diez años, la Iglesia de Chihuahua se ha visto frenada y ha caído en el desánimo, y en muchos casos hasta en la amargura. Hemos vivido experiencias muy serias y dolorosas: entre sacerdotes y el obispo, entre las religiosas y el obispo, no se diga entre los laicos y el obispo, que en verdad han sido los más maltratados, como lo probamos con algunos casos expuestos en otro lugar. Frente a esta situación, los sacerdotes hemos venido practicando o querido practicar la corrección fraterna con nuestro obispo siguiendo los pasos que nos enseñó el Maestro: "Si tu hermano llega a pecar, ve y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si los desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18,15-17). Desde que la presencia de JFA en la Arquidiócesis comenzó a provocar alarmantes muestras de inquietud, tanto en laicos como en sacerdotes, un grupo de éstos últimos se comenzó a reunir para analizar la situación desde una óptica más responsable, tratando de superar el simple desahogo y la amargura estéril.
 
Lo hacían con un serio sentido de la corresponsabilidad, tratando de aportar elementos válidos para superar la situación. Decidieron entonces tomar el camino, tan evangélico, de la corrección fraterna y decidieron establecer con JFA un diálogo respetuoso, invitándolo a analizar algunas causas de la incomodidad que afectaba a toda la comunidad diocesana. Para iniciar ese diálogo, decidieron expresar por escrito sus puntos de vista y presentárselos a JFA para analizarlos junto con él. El escrito se hizo y rehizo muchas veces hasta que quedó aprobado y luego fue firmado por 26 sacerdotes. Luego se nombró una comisión para que en nombre de todos los firmantes se entrevistara con JFA, se lo leyera y lo discutiera con él. El martes 16 de agosto de 1994 esa comisión, integrada por siete sacerdotes, se reunió en el arzobispado con JFA y le leyó y entregó el documento que a continuación reproducimos. Este documento, como se verá, puede ser una síntesis de todo este libro, pues de una manera resumida, y ya desde la temprana fecha de 1994, expresa la mayor parte de lo que en este libro se dice:
 
"Sr. Arz. Dn. José Fernández Arteaga: Nos dirigimos a usted con todo respeto y con un sincero espíritu de caridad, no buscando otra cosa, sino el bien de Usted mismo, de los sacerdotes que formamos este Presbiterio y, sobre todo, del Pueblo de Dios que forma esta querida Iglesia Particular de Chihuahua. Hacemos esto inspirados en el Evangelio, donde el Señor nos inculca el deber de corregir al hermano (Cfr. Mt. 18,15), aun cuando éste sea un superior jerárquico (Gál. 2,11). También nos sentimos urgidos por un espíritu de corresponsabilidad, como nos enseña el Decreto "Christus Dominus": "Todos los presbíteros, diocesanos o religiosos, participan y ejercen, juntamente con el Obispo, el sacerdocio único de Cristo y, por tanto, quedan constituidos en diligentes cooperadores del orden episcopal... Las relaciones entre los obispos y los sacerdotes diocesanos deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural, de forma que la unión de voluntad de los sacerdotes con la voluntad del obispo haga más fecunda la acción pastoral de los mismos" (N.28). Doctrina confirmada en el Derecho Canónico en el c.384: "El Obispo Diocesano atienda con peculiar solicitud a los presbíteros, a quienes debe oír como sus cooperadores y consejeros...". En las observaciones que a continuación hacemos, sólo queremos expresar las cosas como nosotros las percibimos. Por eso le rogamos encarecidamente que las analice con atención, si es posible en diálogo con sus sacerdotes, religiosas y laicos, para poder alcanzar un mayor grado de objetividad y de justicia. Hemos dividido las observaciones en seis apartados:
 
PASTORAL: 1.- Indudablemente que lo más significativo para nuestra Diócesis ha sido la convocación que Usted ha hecho y los primeros pasos que se han dado para la realización del PRIMER SINODO DIOCESANO.
 
2.- Sin embargo, al respecto queremos expresarle nuestra preocupación de que el Sínodo no sea realmente "un caminar juntos" y un poner en práctica la eclesiología de comunión y participación promovida por el Vaticano II. Más bien nos ha dado la impresión de que el Sínodo ha sido convocado por Usted, no para recoger la riqueza de las experiencias en nuestra tarea evangelizadora, sino más bien para dar la imagen ante la alta jerarquía de que se está llevando un buen trabajo de pastoral en nuestra Arquidiócesis. Además, con ello nos da la impresión de que pretende "disciplinar", de acuerdo a su propio y muy particular criterio, al clero y demás agentes de pastoral afanándose en mostrar así su autoridad episcopal.
 
3.- Enseguida le exponemos algunas de las razones que nos hacen pensar en todo lo anteriormente expuesto:
3.1.- El 25 de Julio de 1991, Usted anunció en México, no en la Diócesis, y ante un reducido y poco representativo grupo de peregrinos a la Basílica, un Sínodo Diocesano que no había consultado con nadie, especialmente con el Consejo Presbiteral, como lo establece el derecho en el c.461: "En cada Iglesia Particular debe celebrarse el Sínodo Diocesano cuando lo aconsejen las circunstancias a juicio del Obispo de la Diócesis, después de oír el Consejo Presbiteral".
3.2.- Poco después, el 24 de Noviembre, en la clausura del Centenario de la Diócesis, decretó formal, solemne y públicamente el dicho Sínodo, que habría de comenzar de inmediato, sin ninguna preparación. Días después, en una reunión con los sacerdotes, se le hicieron ver esas irregularidades y se le propuso una comisión que preparara seriamente el Sínodo. Después de esa reunión "congeló" su propia iniciativa por más de un año. Ahora lo volvió a ofrecer como tema de las pasadas Reuniones Generales del Clero en Octubre del 93 y en Mayo del 94. En este asunto ha mostrado un comportamiento confuso y poco claro para nosotros.
3.3.- Desde el primer momento ignoró totalmente el plan de evangelización que teníamos, expuesto en tres cartas pastorales muy reconocidas y alabadas incluso en otras Diócesis, sin tener en cuenta que dicho plan no había sido elaborado sólo por su antecesor, sino que era fruto de un largo proceso de reflexión de todo el Presbiterio y de muchos miembros del Pueblo de Dios. No tomó, pues, en cuenta, un proceso de evangelización que ya se llevaba a cabo, dejando que la acción pastoral y los ánimos de muchos agentes de pastoral decayeran. Ahora bien, si el Sínodo tuviera la finalidad de recoger nuestra riqueza eclesial en el aspecto evangelizador, lo m s lógico es que se tomaran en cuenta las cartas pastorales mencionadas que, por cierto, están basadas en los últimos y más importantes documentos de la Iglesia. Además, debería participar como consultor en las tareas del Sínodo el Sr. Arzobispo D. Adalberto Almeida y Merino, ya que su aportación y experiencia son muy dignas de tomarse en cuenta.
3.4.- El Sínodo no ha recibido apoyo económico para sus actividades, aun después de la consulta que se hizo en la que se pidió que se utilizaran los diezmos para apoyar los trabajos sinodales. Además la Comisión Coordinadora no se puede reunir sin su presencia, lo cual denota un excesivo afán de control.
 
4.- Por otro lado, aparte del Sínodo, nos preocupa la situación pastoral de la Diócesis por algunas actitudes suyas que desafortunadamente son frecuentes en su persona:
4.1.- A muchos asuntos que requieren de su autoridad, les da largas, demora excesivamente la respuesta o simplemente los echa en el olvido. No delega ningún asunto en otras personas para que se agilicen los trámites. Por ejemplo, descuidó notablemente lo relativo a la Beatificación del Padre Maldonado, que era un momento único para la renovación espiritual de la Diócesis. La preparación, ya muy apresurada, pudo hacerse sólo por la presión de los sacerdotes. Después de la beatificación no ha habido ninguna continuidad.
4.2.- Rehuye sistemáticamente los instrumentos y organismos pastorales de participación y consulta. Por ejemplo, para nombrar el Consejo Presbiteral esperó exactamente un año, es decir, hasta el último día que el Derecho le daba de plazo para convocarlo. Luego le dio largas al asunto para retardar lo más posible su conformación y pleno funcionamiento. Se retardó también para el nombramiento del Colegio de Consultores Diocesanos y cuando el anterior estaba en funciones, nunca lo consultó (Cfr. c.501-502). No hay tampoco Consejos de Economía ni de Pastoral (Cfr. c.511-514).
4.3.- Prácticamente no hay en la Diócesis un movimiento, organismo o comisión pastoral que haya contado con su apoyo decidido. A no pocos los desanima y les pone trabas para funcionar. Al parecer, su empeño es mantenerlo todo bajo un rígido control, lo cual ahoga cualquier iniciativa.
4.4.- Le ha faltado apoyar decididamente a los diáconos permanentes y a los ministerios laicales. Desde su llegada están detenidos y a los ministerios prácticamente se les desconoce. Da la impresión de que Usted no acepta estas legítimas formas de ministerialidad en la Iglesia.
4.5.- Se ausenta con demasiada frecuencia de la Diócesis descuidando asuntos propios de su cargo y compromisos previamente adquiridos.
 
ADMINISTRACION:
1.- Llama la atención la forma como dispone del dinero de la Diócesis. Hace gastos excesivos a los que no siempre se les ve una relación directa con la pastoral. 2.- Hasta donde podemos ver, es general el descontento por el gasto tan elevado que ha hecho para remodelar la Curia Diocesana y su casa particular, sobre todo teniendo en cuenta la ausencia de planes pastorales y el poco presupuesto que se destina para necesidades más urgentes. La impresión que suele causar el lujo de las actuales oficinas en quienes las visitan no es muy favorable para la Iglesia, sobre todo en el contexto de la crisis económica tan aguda que est padeciendo el País. Es evidente el desinterés que manifiesta en conocer las necesidades económicas de los organismos diocesanos.
3.- No ha nombrado Consejo de Economía, a tenor de los c nones 492-494.
 
DOCTRINA:
1.- Estamos preocupados también porque en diversas ocasiones algunos sacerdotes han percibido en Usted una insuficiente preparación teológica.
2.- Hemos notado confusión de ideas en algunas homilías, en su actitud hacia los ministerios y en lo relativo a los sacramentos.
3.- Hemos notado en Usted un apego obsesivo a formas y criterios conservadores y un temor a cualquier aspecto novedoso en la pastoral, que parece revelar más que una fidelidad a la ortodoxia, una falta de sustentación teológica y de conocimiento de las más recientes orientaciones del Magisterio.
4.- En su actitud hacia los ministerios, las pláticas pre-sacramentales y la confirmación, nos parece que le falta valoración teológica y aprecio por la Eclesiología del Vaticano II y del Magisterio posconciliar.
 
TRATO PERSONAL:
1.- Con demasiada frecuencia, hasta podríamos decir que en la generalidad de los casos, las personas que acuden a Usted para tratar algún asunto relacionado con el trabajo pastoral que están desempeñando, salen de la entrevista desencantados por el trato que reciben.
2.- Las entrevistas con Usted suelen convertirse en monólogos en los que sólo Usted habla. No sabe escuchar ni mira a su interlocutor.
3.- No confía en sus sacerdotes. No dialoga. Más que alentar y apoyar sus iniciativas da la impresión de que todo lo quiere controlar. Sacrifica la eficacia y el dinamismo de la Diócesis en aras de un "orden" inmóvil y estéril. No ha hablado con los responsables de las áreas de pastoral ni de organismos tan importantes como el Tribunal Eclesiástico.
4.- Desde que llegó, aun antes de conocer a los sacerdotes, parece que ya traía fuertes prejuicios contra algunos de ellos y, en general, contra toda la Diócesis. A algunos sacerdotes los ha marginado y reducido al silencio, con la táctica de dejarlos en sus cargos, pero al mismo tiempo prescindiendo de ellos.
5.- Trata de una manera desigual y caprichosa a los sacerdotes. A algunos que son fieles y apostólicos los ha reprimido con dureza, prohibiéndoles alguna actividad, mientras que ha tolerado o favorecido a otros que manifiestan evidentes fallas de conducta (p. ej. alcoholismo) o doctrina muy discutible.
6.- En los laicos confía mucho menos que en los sacerdotes. Prácticamente los ha ignorado y ha sido desconsiderado en el trato con ellos. P. ej. en la reunión de laicos para el Sínodo, al decir de ellos mismos salieron un tanto desanimados de su plática y hasta desorientados. Incluso a laicos muy entregados y eficientes, que ejercen importantes cargos al frente de organizaciones apostólicas, les ha dado a entender que no valen nada.
7.- En sus homilías y mensajes a parroquias y grupos se le nota frecuentemente una tendencia a confirmar su autoridad, aunque ésta en ningún momento haya sido cuestionada. En ello refleja una cierta inseguridad y temor de no poder gobernar adecuadamente la Diócesis.
8.- Con frecuencia falta a sus compromisos contraídos con personas y comunidades. A veces, a última hora envía suplentes. Tampoco suele acompañarnos en los retiros.
9.- Ha mostrado hacia las autoridades civiles una actitud servil y oportunista a la que somos muy ajenos en la Diócesis. Por ejemplo, callando o dejando de orientar ante evidentes injusticias y solicitando o aceptando "favores" que comprometen nuestra labor pastoral.
10.- Muchos sacerdotes no vemos en Usted a un padre, un hermano o un amigo que está siempre dispuesto a ayudarnos, sino más bien a alguien que está lleno de hostilidad apenas contenida hacia esta Diócesis.
 
ALGUNAS PROPUESTAS: Aunque a lo largo de la exposición se pueden deducir algunas sugerencias de acción queremos explicitarle algunas propuestas que pensamos le ayudarán mucho a Usted en su gobierno de la Iglesia y serán de gran beneficio para Nuestra Iglesia Particular de Chihuahua.
1ª.- Con respecto a la Pastoral, pensamos que es muy importante que Usted defina claramente y haga pública su postura con relación al plan de evangelización expuesto en las tres cartas pastorales de nuestra Diócesis.
2ª.- Creemos que sería de grande beneficio para todos y especialmente para Usted mismo que delegara responsabilidades para agilizar los trámites que muchos asuntos así lo requieren. Para ello, es necesario que sepa confiar en otras personas, aprenda a trabajar en equipo y su autoridad episcopal la conciba como un servicio y un respaldo y confirmación de la fe de sus hermanos.
3ª.- Para una mejor conducción de la Diócesis es indispensable que se asesore adecuada y oportunamente ya con los Consultores Diocesanos, ya con personas competentes y confiables que mucho le podrán ayudar; si Usted está dispuesto y abierto a escuchar sus planteamientos. Esto de ninguna manera disminuye, sino que le da sentido y dimensión eclesial a su autoridad episcopal.
4ª.- El Sínodo puede ser una oportunidad de oro para que Usted inicie un diálogo abierto y sincero con los diferentes organismos y movimientos apostólicos de nuestra Diócesis, con la finalidad de comprenderlos, apoyarlos, acompañarlos y buscar su mutuo enriquecimiento.
5ª.- Para una Pastoral realmente evangelizadora y que llegue "a todos los ambientes de la humanidad” y logre, "con su influjo, transformar, desde dentro, renovar a la misma humanidad” (Cfr. E.N. 18), se requiere que nosotros, los pastores, conozcamos la realidad que vive nuestro pueblo, estemos muy cercanos a los sufrimientos del mismo, a semejanza del Buen Pastor, y acompañemos con nuestra palabra y con nuestro testimonio "sus anhelos de justicia y liberación" (Cfr. S.D. 74). De esta manera, nuestra Pastoral podrá "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (E.N. 19).
 
Por todo esto, es necesario llevar a cabo lo que el Documento de Santo Domingo llama "la inculturación del Evangelio" (Cfr. S.D. 228-230). Por lo cual le sugerimos los siguiente:
· Que procure, debidamente asesorado, orientar oportunamente, desde la luz de la fe y del Evangelio y con profundo sentido pastoral, sobre los diversos problemas sociales, culturales, políticos o religiosos que está viviendo nuestra sociedad. La Iglesia ya no puede quedarse al margen de todos estos problemas. Tiene la obligación de dar su punto de vista moral sobre todos estos asuntos.
· Que la Comisión Diocesana de Pastoral Social reciba un fuerte apoyo de parte suya para que se dinamice y actúe más decididamente en la línea que se expresa en el Documento de Santo Domingo, en el sentido de apoyar solidariamente los esfuerzos de la sociedad civil, de grupos eclesiales y de otras instancias por abatir la pobreza, la marginación y lograr mayor justicia y paz para todos. 6ª.- Hemos palpado en algunos miembros de la Iglesia mucha preocupación por el Seminario Regional del Norte, en el sentido de que se está viviendo un clima de autoritarismo y prepotencia en algunas decisiones que afectan la vida de los seminaristas y que crean un ambiente de desconfianza que obstaculiza el diálogo y la sana convivencia tan necesarios para una adecuada formación sacerdotal. Creemos que Usted deber analizar cuanto antes esta situación (junto con los demás Obispos de la Región) para tomar las medidas más adecuadas y pertinentes al respecto.
 
CONCLUSIONES:
1.- En resumen, nos atrevemos a pensar que hay actualmente en Chihuahua un generalizado malestar y descrédito de la figura del Obispo. Laicos, sacerdotes, religiosos(as), gente de todos los niveles sociales; personas alejadas de la Iglesia, así como fieles practicantes y colaboradores de toda la vida, periodistas y militantes de todos los partidos políticos, prácticamente todas las personas con las que tratamos, se expresan negativamente de Usted. A veces lo hacen en serio, con frecuencia en broma. Esta situación creemos que debilita a la Iglesia Diocesana para hacer frente con decisión y prontitud a los grandes retos que presenta la progresiva descristianización de nuestra sociedad.
2.- Le reiteramos que hemos decidido hablarle con claridad y honestidad, movidos únicamente por el amor a nuestra Iglesia Particular de Chihuahua buscando, con espíritu fraterno el bien de Usted y el bien de todo el Pueblo de Dios. Hemos preferido hacerlo de esta manera (tal vez un tanto dolorosa) y no quedarnos a un nivel de simples murmuraciones y de solapadas inconformidades, pues esto puede ser el inicio de un diálogo fecundo, abierto y con sentido evangélico, si todo esto lo hacemos con la mejor de las voluntades. Así lo esperamos y le rogamos al Señor que así sea para bien de todos.
Martes 16 de Agosto de 1994”.
 
Como cualquiera lo puede ver, la actitud de estos sacerdotes y la redacción de este documento está totalmente dentro de un marco de respeto, de corresponsabilidad eclesial, de corrección fraterna y de solidez doctrinal.
 
¿Cuál fue la respuesta de JFA? Escuchó pacientemente la lectura del documento que se le hizo ahí mismo. Luego les dijo a los padres que iba a pensar la respuesta y que se la daría a conocer, que él los llamaría. Jamás los llamó. En lugar de eso, apenas salidos los padres de su oficina, comenzó a tomar represalias contra algunos de ellos: al P. Vicente Gallo, que llevaba ya diez años como encargado del Secretariado de Evangelización y Catequesis, ese mismo día lo llamó y le dijo que dejara su cargo y se fuera de párroco a Camargo; al P. Dizán Vázquez, que estaba al frente del Centro Diocesano de Comunicación, le puso un equipo de sacerdotes que en la práctica anulaban sus facultades y sin quitarlo del puesto lo quiso nombrar párroco de una parroquia de la ciudad; al P. Jesús Antonio Hernández lo cambió a Cuauhtémoc, a sabiendas de que esa ciudad iba a formar pronto parte de otra diócesis; en el caso de Camilo, no tuvo que deshacerse de él, pues aprovechó que estaba en una parroquia que pronto iba a formar parte también de esa otra diócesis; al P. Miguel Ortega lo cambió de la parroquia de San Felipe. Como pasaban los meses y los años y JFA no hacía la menor mención de lo ocurrido y tampoco mostraba la menor intención de aplicar las medidas que los sacerdotes le habían pedido, éstos volvieron a redactar una carta, firmada esta vez por 27 sacerdotes, y se la entregaron el 20 de febrero de 1997 por medio de tres representantes del grupo. El texto de esta carta es el siguiente:
 
Sr. Arzobispo Dn. José Fernández Arteaga: Con fecha 16 de Agosto de 1994 un grupo de sacerdotes hablaron con Usted y le entregaron por escrito lo hablado. En dicho diálogo le expresaron sus puntos de vista sobre algunas de sus actitudes como obispo frente a esta arquidiócesis de Chihuahua, pidiéndole un cambio en dichas actitudes1. Ahora, los que firmamos esta nueva carta, vemos con preocupación que muchas de sus actitudes negativas se multiplican y además hemos comprobado algunas represalias de parte suya hacia algunos hermanos sacerdotes. Cuando celebramos la Eucaristía, cada día y cada domingo, nosotros, los sacerdotes y demás fieles católicos de esta arquidiócesis mencionamos con respeto su nombre, pidiendo al Señor toda clase de bendiciones para usted, a quien reconocemos como nuestro legítimo pastor2.
 
Esto lo hacemos con sinceridad y lo seguiremos haciendo, conscientes de que al proceder así, no sólo estamos pidiendo por su persona sino por el bien de toda esta Iglesia local a la que usted dirige. Sin embargo, eso no obsta para que nos demos cuenta de que durante estos pocos años que lleva usted al frente de la arquidiócesis, la figura de nuestro obispo se ha deteriorado profundamente en el pensar y sentir de la mayoría de los sacerdotes y demás fieles católicos de Chihuahua. Nos preocupa especialmente la situación de muchos sacerdotes: algunos se han tenido que cambiar de diócesis, otros quisieran hacerlo, otros han sido reprimidos duramente sin una causa justificada, todo esto está repercutiendo gravemente también en el Seminario; y tenemos el caso más reciente del P. Eduardo Estrada Lozano con cuyos planteamientos expresados en la reunión del día 7 de Enero en Aldama, la mayoría estamos de acuerdo como lo prueba el nutrido aplauso que recibió y las felicitaciones que le expresamos posteriormente3.
 
En general, entre los fieles, los comentarios adversos a su persona, lejos de disminuir, crecen de día en día. Su modo de tratar a la gente y su estilo de gobernar han llevado a esta iglesia local a una incomodidad y a un desaliento generalizados. Esto, evidentemente, nos perjudica a todos: a usted, pues seguramente lo ha percibido y le debe estar causando un gran sufrimiento moral; a nosotros, sus diocesanos, pues ciertamente la figura del obispo es esencial en la vivencia de nuestra fe cristiana y en nuestra misma relación con Dios, nuestro Señor4. Sufrimos también al ver estancada la vida cristiana de la arquidiócesis, al ver que se frenan y se desalientan casi todas las iniciativas y actividades pastorales de sacerdotes y laicos5. No queremos volver a mencionar en esta carta ni los comentarios que se hacen, ni las razones que se aducen para expresar esa inconformidad. Ciertamente contamos con más cantidad de testimonios y observaciones, provenientes de todos los sectores de nuestra Iglesia diocesana, que fundamentan esta inconformidad. Si fuera necesario, estamos dispuestos a mostrar y discutir esas pruebas con usted y con cualquier otro superior eclesiástico, siempre en un plan reservado.
 
Esperamos que no sea necesario, ni ahora ni nunca, mostrar a nadie, especialmente a sus superiores, este material. Más bien queremos apelar a su comprensión y generosidad para que ponga remedio a esta situación, sin tener que continuar largo tiempo en una acción que nos desgastaría a Usted y a nosotros, aún más de lo que ya estamos, con gran daño para la Iglesia. Una posible solución que nosotros vemos es que Usted dialogue con sus sacerdotes, que los oiga en un plan de padre y pastor, no solamente desde su autoridad como obispo que, tanto fieles como sacerdotes, se la reconocemos6. Si así lo hace verá que el clero de Chihuahua no es el coco, como parece que a Usted se lo pintaron, pues notamos que tiene miedo de dialogar con grupos de sacerdotes y fieles. Estamos convencidos que sólo a través del diálogo podrá Usted desarrollar mejor sus cualidades para el bien de la Iglesia y para su propia y legítima satisfacción personal. No admitiremos este diálogo con cada uno, sino con el conjunto del grupo que firme esta carta. Consideramos que este diálogo debe ser permanente. Sabemos que esta petición es arriesgada y difícil, y nos expone a un mal entendido de parte suya, pero nos atrevemos a hacerla porque sabemos que, como sacerdotes y como bautizados, somos corresponsables con nuestros obispos y con el papa en la buena marcha de la Iglesia7. No nos mueve en esto ningún mal sentimiento en contra de su persona. Al contrario, en todo deseamos su bien. Pero queremos que ese bien sea compatible con el bien de toda esta comunidad diocesana. Le pedimos que medite en la oración esta petición y que nos dé una respuesta favorable. Al Señor le pedimos que lo ilumine para que en su respuesta busque ante todo el bien de la Iglesia. Que Cristo el Señor, el Buen Pastor, lo acompañe en todo momento y lo llene de su gracia. Nos encomendamos también a sus oraciones. Chihuahua, Chih. a 3 de Febrero de 1997”.
 
NOTAS DE ESTA CARTA:
1) En ese escrito creímos, y seguimos creyendo, que se trataba de una legítima acción de corrección fraterna, de acuerdo con Mt.18,15.16. Por eso, según este texto, lo hemos hecho primero "a solas tú con él" en múltiples ocasiones, y también en grupo, pero siempre con discreción, para que conste "por la palabra de dos o tres testigos". También nos hemos inspirado en Gál.2,11, ya que en este caso, como en el caso de san Pablo con san Pedro, se trata de un superior jerárquico.
2) Cf. todas las Plegarias Eucarísticas. Con la Ch.D.2 reconocemos que "los obispos... han sido constituidos por el Espíritu Santo, que les ha sido dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores". "Los presbíteros... teniendo presente la plenitud del sacramento del orden de que gozan los obispos, reverencien en ellos la autoridad de Cristo, pastor supremo" (P.O.7).
3) "En el ejercicio de su oficio de padre y pastor, sean los obispos en medio de los suyos como los que sirven; buenos pastores que conocen a sus ovejas, y a quienes ellas también conocen; verdaderos padres que se distinguen por el espíritu de amor y solicitud para con todos y a cuya autoridad, conferida desde luego por Dios, todos se someten de buen grado... Abracen siempre con particular caridad a los sacerdotes... teniéndolos por hijos y amigos, y, por tanto, prontos siempre a oírlos... consagren eficaz misericordia a los sacerdotes que de cualquier modo se hallan en peligro o desfallecieron en algo" (Ch.D.16). "Las relaciones entre los obispos y los sacerdotes diocesanos deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural, de forma que la unión de voluntad de los sacerdotes con la voluntad del obispo haga más fecunda la acción pastoral de los mismos" (Ch.D.28). "Por razón de esta comunión en el mismo sacerdocio y ministerio, tengan los obispos a los presbíteros como hermanos y amigos suyos, y lleven, según sus fuerzas, atravesado en su corazón el bien, tanto material como espiritual, de los mismos" (P.O.7).
4) "Los obispos, puestos por el Espíritu Santo,... han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno" (Ch.D.2). "Los obispos mismos son los principales administradores de los misterios de Dios, así como también moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica en la Iglesia que les ha sido confiada" (Ib.15). "Los presbíteros,... reúnen en nombre del obispo la familia de Dios, como una fraternidad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la conducen a Dios Padre" (P.O:6).
5) "Respeten (los obispos) a sus fieles la participación que les corresponde en las cosas de la Iglesia, reconociendo su deber y también derecho de cooperar activamente en la edificación del Cuerpo místico de Cristo" (Ch.D.15).
6) El diálogo, en el que el obispo, por su misión de enseñar, ha de ser modelo, debe distinguirse "por la claridad de lenguaje, así como por la humildad y mansedumbre, e igualmente por la debida prudencia que, junto con la confianza, fomente la amistad y tienda por naturaleza a unir los ánimos"(Ch.D.13).
7) "Todos los presbíteros... participan y ejercen, juntamente con el obispo, el sacerdocio único de Cristo, y, por ende, quedan constituidos próvidos cooperadores del orden episcopal" (Ch.D.28). "Los presbíteros, a una con los obispos,... participan del mismo y único sacerdocio y ministerio de Cristo... Por el don del Espíritu Santo que se ha dado a los presbíteros en la sagrada ordenación, los obispos los tienen como colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios" (P:O:7)”.
 
La respuesta que les dio JFA a los sacerdotes que le entregaron la carta fue la misma de siempre: "Denme tiempo para reflexionar y ver cómo realizamos este diálogo”. Uno de ellos le insistió en que no se fuera a alargar el tiempo para este diálogo. Pero el diálogo, otra vez, nunca llegó. En vez de eso JFA retomó sus acostumbradas prácticas de intimidación. Llamó a uno de los sacerdotes firmantes, un sacerdote joven que trabajaba en el Seminario, y lo convenció de que no se tomara en cuenta su firma. A otro, también joven, lo amenazó con mandar la carta a Roma, donde su nombre iba a quedar manchado. Trató de chantajearlo prometiéndole que si retiraba su firma lo mandaría a estudiar a Roma. Éste se mantuvo firme.
 
A otro también lo quiso chantajear con la promesa de mandarlo a Roma. En ningún momento, con ningún sacerdote, trató de dialogar sobre el contenido mismo de la carta.. La siguiente carta del padre Carlos Pérez, escrita en Ojinaga el 25 de octubre de 1997 y dirigida a los 27 sacerdotes que firmaron la carta entregada a JFA el 20 de febrero de 1997, es un buen resumen del estado de ánimo de los sacerdotes ante la nula respuesta de JFA a la mencionada entrevista y de la situación que prevalecía en la arquidiócesis en esos meses:
 
"Hermanos 27 sacerdotes firmantes: Han pasado ya 8 meses desde que fuimos el p. Trevizo, Cereceres y un servidor a solicitarle al obispo una entrevista con todo el grupo. Ya desde agosto de 1994 un grupo de nueve sacerdotes se había presentado con él para entregarle una Evaluación sobre su desempeño como obispo al frente de nuestra diócesis. No es necesario repetir aquí todo el documento que se le presentó y que ustedes conocen. Se trata de una Evaluación seria, respetuosa y con alto sentido de eclesialidad y de colegialidad presbiteral. Lo contrario hubiera sido el ataque por debajo del agua, la indiferencia o la adulación. Digo yo que sin temor a represalias, y pensando sólo en el bien de la diócesis y de la Iglesia, este grupo acudió con él dando la cara. El obispo no acogió benignamente ni tomó en serio la difícil llamada de atención que se le ofreció. Todo lo contrario empezó a golpear a algunas de las personas que valientemente fueron con él. A Dizán lo siguió relevando de sus responsabilidades pero sin ninguna evaluación de por medio, sin llamar a reunión, sin revisar nada. A Chuma lo envió a Cuauhtémoc a sabiendas que ya estaba decidida la erección de la nueva cabecera de esa diócesis, y en el caso de Camilo se aprovechó de que ya estaba en ese territorio. Al p. Gallo lo relevó de la Comisión de Evangelización y Catequesis, también sin haber convocado a una evaluación seria, como lo requería el caso. Y a Miguel lo cambió de parroquia. Después siguió nuestra visita y nuestro escrito del 20 de febrero de este año. En esa ocasión yo le insistí al obispo, en repetidas ocasiones, que era mejor hablar directo y que no era necesario dejar pasar el tiempo.
 
Esperaba yo que él sacara su agenda y nos diera ahí mismo una fecha. Se negó a darnos fecha, dijo que había que pensar en alguna dinámica, que lo habíamos agarrado descuidado. Yo pensé que a lo mejor era prudente esperar un poco y no forzar las cosas para sacarle la cita ahí mismo. Pero han pasado 8 meses y ninguno de los tres ni el grupo en su conjunto ha recibido una respuesta a nuestra petición. Lejos de dar la cara, él mejor prefirió llamar a algunos sacerdotes más jóvenes del mismo grupo de los 27. De una manera por demás indigna de un obispo, ha tratado de hacerse retractar a esos sacerdotes jóvenes: expresamente les ha pedido, mediante presión de ser quemados ante los superiores, que retiren su firma de ese escrito. Estos sacerdotes le han dado muestra de su honestidad ante el grupo al mantenerse firmes en su postura. Pero el obispo no se ha dejado convertir por estas muestras de integridad de miembros de su presbiterio. El 18 de marzo, con motivo de la Misa de Consagración de Óleos, yo me di cuenta de esa que yo llamo vergonzosa e indigna manera de proceder en un obispo. Un compañero sacerdote, de los nuevos, ante la decepción sentida, estaba dispuesto a proponer en plena reunión del clero del mes de mayo, que era inútil seguir con los temas del Sínodo si primero no nos poníamos de acuerdo en esto.
 
Yo le sugerí mejor enviar una carta con tiempo haciéndole esa invitación a todo el presbiterio, para que si se aceptaba, se preparara con tiempo el abordar nuestra situación y una buena evaluación a esto que está en la base del Sínodo. Como respuesta el obispo me acusó de que yo lanzaba acusaciones sin tener derecho a ello, y cuestionaba la influencia que yo pudiera tener en el sacerdote joven y el diácono que estaban conmigo en la parroquia. Cumplió lo que veladamente era una amenaza al cambiarlos de parroquia. En su carta no menciona para nada la solicitud e insistencia que yo le hiciera aquel 20 de febrero. Como todo este historial no le ha servido a él para recapacitar y para convertirse, ni para agradecernos nuestro servicio cristiano de corrección fraterna, sino que al contrario, se ha empeñado en seguir igual, ganándose la antipatía de su presbiterio y del pueblo de Dios confiado a su cuidado. Por eso, yo pienso que la etapa de la corrección fraterna ya se ha agotado. Algunos nos hemos resistido a perder la esperanza de su conversión. Pero por mi parte les confieso que cada vez tengo menos confianza en que eso se dé. ¿Qué sigue pues ahora? Ha llegado el momento de solicitar su relevo del oficio tan sagrado que desempeña. ¿A quién le podemos solicitar el relevo? Al que en la Iglesia de hoy se ha reservado tan grave encomienda: el Papa. Es la hora de buscar los medios de solicitarle al Papa que le pida que renuncie a tan alta responsabilidad al frente de la diócesis. Sé que no soy el único y por eso quisiera que lo buscáramos juntos, que buscáramos la manera de hacerle llegar al Papa nuestra solicitud, por el bien de la Iglesia diocesana, por el bien de la Iglesia Universal. Para lo cual hago algunas consideraciones más: Nuestra situación no es un problema de teología o de eclesiología. Algunos nos leen escritos de San Agustín o de San Ignacio de Antioquía, o la Christus Dominus. Pero nuestro problema no es de teoría o de sentido de Iglesia. Estamos de acuerdo en el papel tan central y fundamental que el obispo desempeña y ocupa en una Diócesis: él es el factor de Comunión eclesial, es la garantía de que somos Iglesia Universal.
 
No andamos en estas agencias porque tengamos dudas o confusiones en este aspecto. Precisamente lo contrario, andamos en esto porque estamos seguros de que sin obispo no hay Iglesia, de lo contrario ni atención le poníamos al obispo y estaríamos dispuestos a caminar prescindiendo del obispo y hacer de nuestras parroquias feudos o refugios personales. Pero con todas las decepciones y riesgos, sufrimientos y malentendidos, lo que queremos es darle a la Iglesia de Chihuahua un buen pastor, y colaborar con ello porque la Iglesia Universal tenga buenos pastores, como los exigen estos tiempos tan cruciales que nos está tocando vivir. ¿No tenemos derecho a un buen pastor? En el seminario nos inculcaron que no se le podía dar a la Iglesia malos sacerdotes, que los necesitaba santos. Pues con mayor razón tratándose de obispos. Pongamos un ejemplo: si un sacerdote no demuestra que de veras tiene vocación pastoral, ¿se le seguirá sosteniendo como párroco sólo por razones teológicas, aún cuando se esté viendo y palpando el daño que se le causa a una parroquia? Más bien se tendrá que actuar con toda delicadeza para no hacerle más daño a la Iglesia, pero también se tendrá que actuar con toda firmeza porque el bien de la Iglesia es el que interesa, su crecimiento, el cumplimiento de su misión. El problema, pues, no es de teología sino de persona: algunos pensamos que no es la persona idónea para desempeñar el oficio de obispo por todas las observaciones que le hemos hecho personalmente y no a sus espaldas. Nos mueve sobre todo el ver cómo la Iglesia va sufriendo un grave detrimento. Tengamos claro que no son virtudes
 
"extraordinarias” las que queremos ver en nuestro obispo. No le vamos a pedir a la Iglesia que quisiéramos tener un súper obispo. Lo que vemos son sus impedimentos. Su carencia de recta intención, la manera como utiliza su autoridad para la venganza personal, para las represalias, su capacidad para mentir, para confundir las cosas, su autoritarismo. Confunde el bien de la Iglesia con sus gustos meramente personales. No procura el bien de la Iglesia sino las personas que a él le caen bien. Esto es bien claro en las comisiones sinodales, en Notidiócesis, en Evangelización y Catequesis, en los eventos que se organizan o se desorganizan a nivel diocesano. Los remito a las evaluaciones y observaciones que hemos hecho anteriormente. Tampoco nos mueve ningún resentimiento. Yo personalmente no tengo de qué quejarme en lo que respecta a mi persona. Estoy muy a gusto en esta parroquia de Ojinaga, no he recibido agravios, pero no cierro los ojos a la sensible falta de un pastor que tiene nuestra diócesis. Somos conscientes de nuestros pecados y defectos. No estamos en el plan de tirar la primera piedra en contra de nuestro prójimo. Por eso andamos en esto con temor y temblor. Esto nos exige a nosotros ponernos en estado de Conversión más profunda. Esto es un espejo para nosotros mismos. Con nuestros pecados por delante lo que buscamos es el bien de nuestra Iglesia, en esto sí que no podemos ser irresponsables, porque caería sobre nosotros el oráculo del profeta Ezequiel 3,17-21, máxime que se trata del bien de la Iglesia. Igualmente somos conscientes de que no somos nosotros los indicados para discernir en definitiva si es o no apto para seguir de obispo. Sabemos que el indicado de realizar en última instancia este delicado discernimiento es el Papa, cabeza visible de nuestra Iglesia Universal. A nosotros lo que nos toca es pedírselo con toda humildad, pero también con insistencia. ¿Qué padre hay que si su hijo le pide un pan le dé una piedra? Nosotros estamos viviendo en carne propia el detrimento de nuestra Iglesia sólo porque su persona no tiene o cualidades o intenciones de ser un buen pastor. Así es que los pasos que siguen creo yo que son estos:
 
1° Formar una comisión que primero elabore un informe bien claro y cuidadoso de la experiencia que hemos vivido en estos años. Y luego sacar cita para entrevistarse con el Nuncio. En la pasada reunión regional de sacerdotes de septiembre, algunos le vimos muy buena disposición. Hay que aprovechar. Si acaso no nos puede conseguir la petición de renuncia, por lo menos nos tomaría más en cuenta en esta situación tan triste que estamos viviendo y que nos produce tantas amarguras.
2° Fortalecer nuestra unión como presbiterio, al menos de los que quieran subsanar en parte la carencia que tenemos de un buen pastor. Estamos cada día más dispersos. ¿Esa es la salida que nos conviene? Yo creo que de ninguna manera, lo que toca es lo contrario, como cuando unos hijos se quedan huérfanos, es cuando más unidos tienen que estar. Asistamos a las reuniones del presbiterio y eclesiales, aunque el desánimo nos haya invadido.
 
Se lo digo por experiencia personal. Después de haber enviado mi carta de marzo, en que tanto el obispo como dos de sus allegados me contestaron mal, yo hubiera quedado mal parado si me hubiera ausentado. Los demás hubieran dicho que cometí un error y que lo estaba pagando. Pero al hacerme presente en todas las reuniones, con la frente en alto, lo que le estoy diciendo a los demás es que no tengo nada de qué avergonzarme, al contrario, me siento orgulloso de haber tomado mi lugar, y siento que los avergonzados son ellos, por eso conservo sus cartas como unas medallas a mi favor. También el asistir a las reuniones, y eso es más importante, crea fraternidad, crea fortaleza entre nosotros y un buen ejemplo y testimonio para los más jóvenes. Se puede platicar con ellos, podemos aprender de ellos y ellos de nosotros, crecemos en espiritualidad.
 
3º Tenemos que consignar nuestra experiencia con las aportaciones de todos. Esto será, con el tiempo, un servicio a la Iglesia Universal. Algún día, Dios quiera que pronto, frente a estas experiencias tan tristes, la Iglesia va a implementar alguna otra manera de elegir obispos, con la participación de presbíteros y laicos, para que no lleguen los que son serviles y ambiciosos del poder, sino aquellos que de veras la Iglesia escoge, con la luz del Espíritu, como sus servidores. Dejo en sus manos pues esta inquietud y no dejemos pasar irresponsablemente más el tiempo. Su hermano en Jesucristo sacerdote: Carlos Pérez, Pbro. P.D.- Compartan este escrito con todos aquellos que se quieran unir a nuestra humilde súplica”. Finalmente, el grupo de sacerdotes que había redactado y firmado las dos cartas anteriores, después de ver que sus intentos de diálogo y de corrección fraterna con el interesado, como lo pide el Evangelio, no daban ningún resultado, decidieron hacer llegar su inconformidad a la Santa Sede a través del nuncio apostólico en México, que era en ese tiempo Mons. Justo Mullor García. 23 sacerdotes firmaron esta nueva carta, a la que agregaron, como anexos, las dos cartas anteriores a JFA y otros materiales de apoyo.
 
 
 
 

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