Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿POR QUÉ JESUCRISTO CONVIVE CON LOS PECADORES?
Comentario a Lucas cap. 15, v. 1-3 y 11-32, evangelio del domingo 14 de marzo del 2010, 4º de cuaresma
Carlos Pérez Barrera, pbro.
 
     Jesucristo les propone tres parábolas a las gentes que lo están escuchando, observando y criticando. Con esas tres parábolas les da razón de su comportamiento: por qué se junta y convive con los pecadores.
     Hoy sólo proclamamos la tercera parábola. La primera es la parábola del pastor que tiene cien ovejas y pierde una. La segunda es la parábola de la mujer que tiene diez monedas y pierde una. A la tercera la conocemos como la parábola del hijo pródigo, pero sería mejor llamarle la parábola del padre misericordioso, porque el padre es el protagonista de esta historia. Y así comienza: "un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre”. No dice "un hombre tenía un padre y un hermano, y decidió salirse de la casa”.
     Pues bien, ¿con cuál de los personajes de la parábola se identifica cada uno de ustedes? Puede ser que de buenas a primeras nos identifiquemos con el hijo menor, el que se fue de la casa de su padre con su parte de la herencia en sus manos, y lo malgastó todo. Quizá no nos consideremos tan pecadores como para decir "he matado, he robado, he cometido adulterio, le he hecho mucho daño a algunas personas”. Bueno cada quien. Pero lo que sí es más común es pensar, en nuestro examen de conciencia, en la falta de fidelidad a Dios nuestro Padre: las faltas a Misa, al estudio de su Palabra, al apostolado, que también es un mandamiento de su Hijo, nuestras faltas al amor a Dios y al prójimo como el mismo Cristo nos lo enseña; etc. Todos tenemos conciencia de ser pecadores.
     La Iglesia nos ofrece este texto de oro en el tiempo de cuaresma para que, en esa conciencia de haberle fallado a Dios nuestro Padre, sigamos el camino que nos indica Jesús para retornar a él, al Padre que siempre nos está esperando con los brazos y el corazón abiertos.
     Veamos: el hijo menor toma esa decisión, salirse de la casa. Y una vez que sale, toma el camino de la perdición, del despilfarro, del desenfreno. Vive su vida para sí mismo, sólo piensa en sí, se encierra en su yo. Pero llega un momento en que toma conciencia de su caída. Ahí comienza el retorno a la casa del Padre. Toma conciencia y pasa a la obra, toma la decisión de volver, y de volver arrepentido, consciente de que ha perdido todos sus derechos: "ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus trabajadores”.
     Nuestra vida cristiana incluye, entre muchas otras cosas muy fundamentales, esta toma de conciencia y esta toma de decisión. No se puede ser cristiano siendo indiferente a las propias faltas: ofensas a los demás, pleitos, egoísmos, soberbia, amor al dinero y a los bienes materiales, abandono de los valores humanos, faltas a los derechos de los demás. A veces los católicos dejamos los pecados atrás, como si el tiempo fuera el autor del perdón. NO. Hay que tener la suficiente humildad, así nos lo enseña Jesucristo en varios pasajes del evangelio, para decir: papá, mamá, hijos, hermanos, amigos, sociedad, pobres todos, etc., he pecado contra Dios y contra ustedes, ya no merezco que me traten como antes. ¡Qué bello momento cuando se da así! Nuestra práctica católica del perdón y de la reconciliación, tanto con Dios como entre nosotros, deja mucho, muchísimo qué desear, generalmente la tomamos como algo mágico. Jesús nos enseña a recorrer el camino del hijo menor, a tener un verdadero arrepentimiento.
     Lo demás es cosa del Padre: lo vio de lejos, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello, le besó efusivamente, le vistió, le puso su anillo, calzado, le organizó una fiesta… ¿por qué tanto? Porque encontró a su hijo que se le había perdido y eso lo llenó de felicidad. Así es Dios Padre, Jesucristo lo conoce muy bien. Y así sucede cuando cada uno de nosotros decide volverse a Dios.
     Cuando se trata de cosas, todo mundo se pone feliz cuando encuentra algo que se le perdió. Pero cuando se trata de personas, el resentimiento es el que nos gana. Ésta es la actitud del hijo mayor, la de los escribas y fariseos que criticaban al Maestro porque convivía con los pecadores, y la de nosotros, gentes tan religiosas.
     Salir al encuentro de los pecadores (y de nosotros mismos que lo somos también) para llevarles la reconciliación es la bella misión que recibimos del Hijo de Dios. "Déjense reconciliar con Dios", nos dice hoy san Pablo.
 

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