Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
Una casa aireada y alegre para la Pascua
Franco Barbero, 04-Abril-2010
 
    Esta semana santa ha sido especialmente triste y hasta maloliente por asunto de los escándalos y su mala gestión. Pero el animador de una comunidad cristiana italiana expresa la necesidad pascual de abrir las ventanas de la iglesia y llenarla de nueva alegría. (Traducción de atrio.org)
 
Pederastia en la Iglesia: ¿Taponar o convertirse?
 
La crónica continúa desenterrando episodios de pederastia. La lista se amplía día a día y nosotros a duras penas logramos percibir adecuadamente los daños, la angustia, los sufrimientos infligidos a las víctimas de esta violencia.
 
1)En estas semanas, mientras se busca restablecer la verdad y la justicia, muchos miembros de la jerarquía han adoptado una actitud defensiva que podría esconder el deseo de minimizar lo acontecido. Es una "liturgia” consabida tomársela con la liberación sexual, sacar a relucir una presunta campaña difamatoria, una estrategia planeada para dañar a la Iglesia católica, buscar el entramado oscuro del complot.
 
No han faltado, en verdad, gestos y voces que en el pueblo de Dios invitan a cambiar de camino, demostrando haber entendido que el bien de las personas es más importante que la reputación de la institución eclesiástica. Queda claro, sin embargo, que la regla romana del secreto absoluto, confirmada por el papa Ratzinger durante muchos años, ha favorecido la irresponsabilidad y la cobertura de estos abusos.
 
2) Temo que las jerarquías católicas quieran "hacer limpieza” y "pasar la hoja”, es decir, que cierren lo más pronto posible este incidente, con algún documento y alguna disposición de urgencia. No estoy negando la utilidad de que puedan tener las declaraciones y disposiciones inmediatas, pero de esta manera se puede correr el riesgo de perder la oportunidad de repensar las cosas de forma mucho más amplia y radical.
 
Todo el "capítulo” de la sexualidad, de los sentimientos, de lo corporal, del celibato obligatorio de los curas, del puesto de la mujer en la Iglesia, y de la bioética debería ser repensado. Sin el valor de mirar para dentro, violentados los menores y abandonados los "monstruos” a su desesperación y a su enfermedad, la institución Iglesia católica sólo podría presumir de presentarse como limpia y sana. Pero sería ilusorio, hipócrita y devastador, porque sólo mostraría la foto de una realidad eclesial incapaz de regenerarse. Es la percepción de este estilo eclesiástico lo que deja insatisfechos a quienes exigen de las jerarquías de la Iglesia católica que admita su connivencia y su complicidad.
 
3) Todos los días, mirando con preocupación a mi Iglesia, la veo como una casa cerrada, cada vez más cerrada. Falta el aire y el clima se hace irrespirable. Siento la pesadez del ambiente y el oxígeno enrarecido, típico de los sitios cerrados. Faltan los rayos del sol y las ventanas abiertas, el ruido de la calle, los pasos y las voces que alegran una casa y la hacen habitada por corazones palpitantes y cabezas pensantes.
 
Esta mi querida Iglesia es cada vez menos una casa. Se ha trasformado progresivamente en una fortaleza, en un palacio vetusto, desde el cual, según un ritual sagrado y cotidiano, se asoman los príncipes reinantes a saludar al pueblo, a solicitar reverencia, aplausos y obediencia. El viejo soberano repite las "antífonas” fuera del tiempo que proponen de nuevo los cuadros de las secretas estancias y los tesoros del museo. En el palacio, las funciones, los grados, y las sagradas tonsuras ocultan a las personas.
 
Se predica mucho la "santidad” y se cuida poco la "sanidad”. Cada cosa del palacio debe mostrarse bellamente, debe estar en su sitio. Cualquier cambio es visto con sospecha, como un atentado contra el orden establecido. La investigación es vigilada, los teólogos y las teólogas alteran la paz y el silencio.
 
La libertad de palabra y el ejercicio del pensamiento crítico son señalados como corrosivos porque plantean preguntas inquietantes y se meten a hurgar en los rincones oscuros. El palacio necesita adeptos que sean fieles ejecutores de las órdenes recibidas. En los corredores se oye el bisbiseo de grupos opuestos, todos tratan de tranquilizar al soberano y de conquistar su confianza.
 
Es inevitable –me interesa señalar esto– que en un fortín de este tipo, en una casa tan cerrada y tan asfixiante, nos enfermemos gravemente y pueda prosperar todo tipo de contagio. Cuando, en vez de ser ellos mismos, tienen que recitar un papel, entonces aparecen los trucos, los encubrimientos, las hipocresías, las perversiones, las violencias… El problema es que la pastoral católica ha trasladado el palacio vaticano en miniatura un poco por todo el mundo, exportando así un modelo de Iglesia patógeno.
 
¡No desesperemos! A mi modo de ver, el remedio existe. Las Iglesias locales, las comunidades parroquiales, los centros de espiritualidad y las distintas realidades comunitarias deben evitar reproducir el "palacio” y en lugar de eso, ser casas vivas, bulliciosas, rebeldes, desobedientes, acogedoras, creativas… Casas abiertas a la calle, con mucha atención y simpatía hacia todos los viandantes, y con el Evangelio en la mano, pero sobre todo en el corazón.
 
* cura, animador de la Comunità di Base di Pinerolo (Toscana) donfrancobarbero.blogspot.com
 

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