Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?
Comentario a Lucas 13,22-30, evangelio de la Misa del domingo 22 de agosto del 2010, 21º ordinario.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Nuestro señor Jesucristo va encaminándose a Jerusalén, esta nota es de san Lucas, y es muy importante. Jesucristo no va a Jerusalén a ofrecer sacrificios, como era lo propio del pueblo judío, sino a ofrecerse a sí mismo en sacrificio, un sacrificio por la salvación del mundo. En esta caminata hacia su pascua, es pertinente preguntarse por la salvación. Y una de las tantas personas que Jesús se encontró por el camino, nos hace el favor de lanzar la pregunta que seguramente muchos de nosotros se ha hecho en más de una ocasión: ¿son pocos los que se salvan? En la manera de hacer la pregunta muchas veces va la respuesta propia del que pregunta. Uno se puede preguntar si son muchos, cada quien a según su mentalidad rígida o laxa. Muchos nos imaginamos que a la mejor no vamos a caber en el cielo, o en el infierno. Jesucristo no responde cantidades, sino en la manera de alcanzar la salvación.
     Se pregunta por la salvación, pero nuestro Señor la traduce por una figura muy bella; él habla de "participar en el banquete del Reino de Dios". Y no es una sola vez que encontramos esta figura en los evangelios. Pensemos pues en la salvación como una atrayente fiesta en la que todos disfrutan de la felicidad de Dios, que es la única verdadera y plena.
     La salvación o el Reino de Dios es una gracia, muchas veces lo hemos dicho porque es enseñanza aprendida de nuestro Señor: el Reino de Dios no se puede comprar, ni nadie puede hacer los suficientes méritos como para merecerlo. Dios lo da gratuitamente a quien quiere. Y como Dios es el dador, él tiene todo su derecho de exigir a los beneficiarios: "Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta"...
     Siempre hemos dicho que Jesucristo es incluyente. Excluyentes, los escribas y fariseos. Sin embargo, ahora nos topamos con unas palabras que podrían parecernos de exclusión: "No sé quiénes son ustedes… Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal… y ustedes se vean echados fuera". Pero no. Debemos tomarlas como una llamada enérgica al esfuerzo, a la conversión, a poner lo que está de nuestra parte. Nadie puede sentirse excluido de antemano, porque nadie está impedido de echarle ganas.
     Vivimos en tiempos de laxitud, de dejadez, de flojera, al menos en algunos aspectos y en algunos momentos. La tecnología nos está educando en esta manera de ser. Ya ni siquiera tenemos que levantarnos del sillón para cambiar de canal de televisión o de pieza musical.
     Pero, ¡ojo!, seamos fieles al evangelio de Jesús. No se trata, como lo entendíamos antes, de vivir una vida de penitencia y de mortificación sin ningún sentido ni provecho. El llamado de nuestro Señor va dirigido más bien a vivir los valores que él proclama en el evangelio: el amor a Dios y al prójimo, la entrega de sí mismo por la salvación del mundo, el amor a los enemigos, el arrepentimiento, el perdonar como Dios nos perdona, la renuncia a uno mismo pero para que Dios y el prójimo, y el Reino de Dios ocupe cada quien su lugar en mi vida.
 

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