Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
LA RENUNCIA PARA PODER SER DISCÍPULO
Comentario a Lucas 14,25-33, evangelio de la Misa del domingo 5 de septiembre del 2010, 23º ordinario.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
    Quisiera detenerme en cada una de las lecturas que la Iglesia nos ofrece para la Misa de hoy, aunque sea brevemente.
     En sintonía con el llamado que nos hace nuestro Señor en el evangelio para que nos detengamos a calcular o discernir hasta qué grado nos pide que lo sigamos, el libro de la Sabiduría nos enseña y nos motiva a pedir el Espíritu de sabiduría de Dios, a tomar conciencia de lo limitado que es nuestro entendimiento y nuestro corazón, nuestra carne, para discernir o descubrir los designios de Dios. En ese mismo tono recitamos el salmo 90 (89), poniendo el acento en nuestra poquedad, y pidiéndole a Dios que nos abra los ojos y el entendimiento para conocer sus obras y su gloria.
     Filemón tenía un esclavo, en aquellos tiempos que se usaba la esclavitud. Onésimo huyó de su autoridad y fue a dar con san Pablo, prisionero por causa de Jesús, y a fin de cuentas esclavo él también, aunque no de los hombres. Pablo recibe los servicios de este ex esclavo y lo convierte a la fe en Cristo. En un momento se lo envía a Filemón, con una carta llena de humanidad y escrita con el corazón, como lo sabe hacer este apóstol, una carta que ustedes deben leer de nuevo y despacio.
     Jesucristo va caminando a Jerusalén, lo hemos venido insistiendo en estos domingos. Su meta no es llegar a la ciudad santa para ofrecer sacrificios, como lo haría cualquier judío. No. La meta de Jesucristo es su pascua, su entrega de la vida en una cruz, por la salvación del mundo, por la vida plena para esta pobre humanidad.
     En ese caminar, en un momento dado, Jesús hace una pausa, se detiene y nos detiene a nosotros. No quiere él que nuestro seguimiento y el de mucha gente, sea un mero seguir la corriente, así como dice el dicho: "¿A dónde va Vicente? A donde va la gente”. Seguir a Jesús sólo porque ahí va la bola; eso no, de ninguna manera. Jesucristo quiere seguidores conscientes, sabedores de los alcances de la pascua de su Maestro, discípulos dispuestos a todo, al igual que él. Por eso nos pide que hagamos cálculos, mejor dicho, que hagamos un ejercicio de discernimiento. Nos pregunta: "¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo?".
     Muchos católicos lo somos sólo por tradición, porque nos bautizaron de pequeños, porque esa religión nos dejaron nuestros padres. Es necesario que todos nos detengamos a examinar por qué somos cristianos, o más bien, que sea Jesucristo el que nos cuestione: ¿por qué vienes detrás de mí?
     Esta es otra cara del evangelio de Jesucristo. Su evangelio es un anuncio de gracia, de misericordia, de amor, de perdón. Eso es cierto, eso no se le quita con lo que hoy nos pide Jesús. Las exigencias y la gracia van juntas, la renuncia y el don de Dios.
     Conviene pues que nos fijemos bien en las condiciones que nos presenta hoy Jesús. Muchos podemos decir que la religión católica es la más bonita, sus cantos, sus ceremonias, sus sacramentos, sus oraciones, su liturgia, sus tantas cosas. Puede ser que aduzcamos que en esta religión nos va mejor, porque Dios nos está bendiciendo mucho.
     Pero Jesucristo nos presenta hoy un lado de nuestro seguimiento en el que generalmente no nos queremos detener: las exigencias y las consecuencias de ser discípulos suyos. Veamos textualmente sus palabras: "Si alguno quiere seguirme y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo”.
     Nos sorprende que Jesucristo hable de odio; ésa es la traducción textual más fiel del evangelio de hoy. El Misal o Leccionario ha suavizado esa traducción, para hacerla más aceptable a nuestros oídos, pero san Lucas nos transmite esa palabra fuerte de Jesús: si no odias a tu padre, madre, mujer, hijos, hermanos y a sí mismo. ¿Cómo se entiende que Jesús nos hable hoy de odio si su mandamiento es el amor? En qué sentido y con qué fuerza usa Jesucristo esta palabra tan dura, lo podemos entender a partir del odio a uno mismo. Y el odio a uno mismo se entiende más fácilmente si uno mira a Jesucristo crucificado. Él no se odió a sí mismo directamente, pero su muerte a fin de cuentas es una renuncia tan radical a sí mismo que se puede describir como un odio. Así debemos entender lo demás. El seguimiento de Jesús debe ser tan radical que nada se puede poner a su mismo nivel: Jesús por encima de todo.
     La segunda exigencia para ser discípulo es tomar la cruz y seguir sus pasos. No se trata de la cruz que nos viene por sí misma, que son los sufrimientos y los problemas de la vida. La cruz de la que aquí nos habla Cristo es la que uno asume voluntariamente, por él, por su obra, la cruz que nos viene por ser discípulos suyos. Sobre aviso no hay engaño, dice el dicho. Jesucristo no nos está ofreciendo una religión color de rosa como muchos la quisieran y la predican, con efectos inmediatos. El camino que Jesús nos ofrece es la cruz, su cruz, nuestra cruz como seguimiento suyo. Éste es el verdadero cristianismo. Que nadie se engañe.
     Y la tercera exigencia es la renuncia a todos nuestros bienes para poder ser discípulos suyos. Esto se nos está quedando en el olvido, sobre todo por la fuerza de este sistema económico consumista, hipermaterialista en el que estamos sumergidos. No es que los bienes materiales sean malos. Lo que pasa es que ellos nos apuntan en una dirección y Jesús en otra. Y nuestra decisión firme está por Jesús, queremos seguir sus pasos no los llamados del consumo. En todo caso, hay que poner los bienes materiales, la ciencia y la tecnología, no para nuestro consumo egoísta, sino para el servicio de la obra de Jesucristo, que es la salvación de esta humanidad.
 

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