Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
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LA VIRTUD DE LA ESCUCHA DE LA PALABRA
Miércoles 8 de septiembre del 2010
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Son innumerables los pasajes de la Biblia en los que Dios nos llama a abrir nuestros oídos a su Palabra. Nuestro Dios es un Dios que habla, es una de las grandes diferencias que hay entre nuestro Dios y el dios de muchas otras religiosidades. Hay "religiones” en las que Dios no se comunica con sus creyentes. Entre esas religiosidades incluimos a cierto tipo de catolicismo, muy extendido por cierto, en el que solamente se tienen prácticas religiosas, pero no se atiende a la voz de Dios, a sus mandatos.
     El Dios de los cristianos es un Dios que habla y por ello los creyentes debemos ser todo oídos a su voz, atentos a sus labios.
     Veamos algunos ejemplos de esta escucha atenta a la Palabra en la que debemos educarnos:
     En el Antiguo Testamento, Dios, por medio de Moisés, le dice a su pueblo cuál es la principal virtud que espera de él, o cual es la práctica religiosa principal y única de un pueblo creyente, de su pueblo escogido. Lean Deuteronomio 4,12-14. Fíjense cómo insiste este pasaje bíblico en que el pueblo oía rumor de palabras pero no percibía figura alguna. Con esto Dios le está diciendo a su pueblo que escuchar la Palabra es la manera de ser fiel a la alianza que Dios hizo con ellos en aquella montaña sagrada. Dios quiere ser Palabra y no figura para su pueblo.
     Y es que hay dos religiones distintas en el mundo: la religión de un Dios mudo, un Dios que no habla, que solamente es figura a la que darle culto, pero que no dice nada, que no dicta mandamientos sabios para su pueblo, un Dios que no conduce a su pueblo por el camino de la justicia y del amor. Y otra es la religión que tiene un Dios que sí habla, que enseña a su pueblo con su Palabra, que revela su amor a su pueblo, que entra en diálogo, que lo corrige cuando es necesario, que le dicta mandamientos sabios para que su pueblo camine por senderos de justicia, un Dios que se da a conocer a sí mismo mediante su Palabra. Escuchando su voz, el pueblo sí sabe lo que Dios espera de él.
     En otro pasaje del Antiguo Testamento, en el que la Iglesia ha querido ver una profecía sobre Jesucristo, el Siervo de Dios, el profeta Isaías nos describe cuál es el corazón y la actitud del verdadero servidor de Dios. Lean Isaías 50,4-5. Fíjense en esa bonita expresión: "abre mi oído mañana tras mañana”. Porque a Dios hay que escucharlo cada día. No puede considerarse creyente quien piensa que ya se sabe todo lo que es bueno en la religión católica, que se conduce como si Dios no tuviera nada nuevo que decir porque ya sé lo que tengo que hacer. Y no sólo hay que abrir el oído, es necesario irlo educando cada día, para percibir mejor la voz de Dios en la Biblia.
     Ahora vayamos al Nuevo Testamento. Nos queremos detener en una bellísima imagen de una mujer creyente y discípula de Jesús. En su camino a Jerusalén, Jesucristo llegó un día a hospedarse en casa de dos hermanas. Ya conocemos este pasaje. Una de las hermanas se puso a hacer los quehaceres de la casa, mientras la otra se sentó a los pies de Jesucristo para escuchar sus enseñanzas. Leemos Lucas 10,38-42. Aquí hay dos partes contrapuestas: la de Martha y la de María. ¿Cuál es la más importante, cuál es la única parte necesaria? Es Jesucristo mismo el que lo dice, y así quisiera él vernos a todos los católicos verdaderos discípulos, sentados a sus pies escuchando con toda devoción su Palabra.
     ¿Los católicos vivimos nuestra vida en esa escucha de la Palabra de Jesús? Sólo quienes se sientan a leer y estudiar la Biblia, de manera especial los santos Evangelios, podrán reconocerse a sí mismos en esta imagen de María, la discípula de la Palabra.
     Jesucristo nos hace ver que es más importante para nuestra fe escuchar la Palabra de Dios que aferrarnos a una religiosidad aprendida. Esto fue lo que discutió en una ocasión con los judíos, quienes tenían una religiosidad muy férrea y con ello se cerraban a la Palabra de Dios. Leamos Juan 8,42-47. El que escucha la Palabra de Dios a fin de cuentas es el que está con Dios y es de Dios.
 

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