Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO
Domingo 12 de junio del 2011, Pentecostés
Comentario a Juan 20,19-23.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Hoy se cumplen 50 días desde que comenzamos a celebrar litúrgicamente la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, este año la noche anterior al domingo 24 de abril. En la liturgia seguimos la cronología de san Lucas, que al final de las siete semanas, nos pone la venida del Espíritu Santo, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, primera lectura de hoy. En cambio, el evangelio según san Juan nos dice que todo sucedió en un solo día. El domingo que Jesús resucitó, nos dice este evangelista, ese mismo día sopló sobre sus discípulos diciéndoles: "reciban el Espíritu Santo”. No quiere decir que el Espíritu Santo haya estado guardado en un cajón en la Casa del Padre hasta este momento, desde luego que no, porque el Espíritu venía trabajando en Jesús, en sus discípulos y en el mundo. Pero el Espíritu se concede para cada misión que el Padre eterno encomienda a los suyos. El Espíritu Santo tiene una multitud de dones que reparte gratuitamente a los que va sumando a la Obra de Dios de muy diversas maneras.
     Cuando Jesucristo resucita y sube a la derecha del Padre, y pasa a otra forma de presencia entre nosotros, es entonces que debemos de preguntarnos ¿y ahora qué, se acabó todo? ¿Le aplaudimos y le echamos porras a Jesús porque hizo todo tan admirablemente, desde su encarnación hasta su entrega de la vida en una cruz? No. Lo que debemos de preguntarnos es, ¿qué sigue?
     La Obra de Dios continúa realizándose por la fuerza de su Espíritu. La tarea de la salvación entera de este mundo ha quedado en nuestras manos, en las manos de la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús. Pero no la vamos a realizar nosotros con nuestras débiles fuerzas, con nuestro parco entendimiento, con nuestro apocado corazón. Es la fuerza, la sabiduría, la gracia del Espíritu Santo el que va a llevar a adelante la Obra de Dios por medio de nosotros, con nosotros y hasta sin nosotros, y en ocasiones hasta en contra de nosotros, cuando nos pasamos a la contraparte del Evangelio.
     Ahora que celebramos litúrgicamente la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, sobre la Iglesia, sobre el mundo, sobre cada uno de los creyentes y seres humanos, con toda la diversidad que él sabe hacerlo, quisiera que al menos los que nos decimos creyentes tomáramos conciencia del trabajo que el Espíritu quiere hacer en cada uno de nosotros para la salvación del mundo:
     ¿Vivimos y actuamos en este mundo como morada del Espíritu? ¿Qué tenemos que hacer para que nuestros católicos sean conscientes de ello, desde el catecismo y el hogar?
     ¿Dejamos al Espíritu que actúe en nosotros o lo hacemos a un lado para tomar nuestras propias decisiones?
     En nuestra vida de oración, ¿pedimos constantemente la asistencia del Espíritu, y pedimos que abra nuestro corazón y nuestra mente, y ponemos todos los medios a nuestro alcance?
     En los grupos donde el Espíritu Santo está de moda ¿se dejan conducir por él, o lo quieren manipular a su antojo?
     Si el Espíritu nos ha sido dado a todos los creyentes, ¿nuestra jerarquía se toma en serio nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestra manera de ser Iglesia? ¿O dirigen como si la Iglesia y el Espíritu fueran propiedad de ellos?
     ¡Cuántas cosas cambiarían en la Iglesia, en nuestro país, en el mundo si los creyentes fuéramos dóciles al Espíritu de Dios!
 

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