Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


El Padre Maldonado y la Eucaristía

Pbro. Dizán Vázquez

2005

Los santos y la Eucaristía.

En el capítulo 6 del Evangelio de San Juan Jesús les dice a los judíos que él les va a dar no un alimento que se acaba, sino un alimento que dura hasta la eternidad (v. 27). En forma progresiva les va revelando el gran misterio: Él mismo es ese pan de la vida,... el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de ese pan vivirá para siempre" (vv. 48. 51). A medida que avanza en el discurso, Jesús se va haciendo más explícito y finalmente les deja caer, ante el escándalo de sus oyentes, la gran revelación: "El pan que yo les voy a dar es mi carne, para la vida del mundo" (v. 51).

En la Última Cena Jesús les descubre a sus apóstoles la forma concreta en que nos iba a dejar su carne y su sangre como alimento: bajo el signo del pan y del vino. Lo que nosotros llamamos el sacramento de la Eucaristía.

Desde entonces, la Eucaristía, como celebración y como comunión, ha sido el principal alimento de los discípulos del Señor. Ella es la que ha dado fuerza a los mártires, alimentado la inocencia de los santos y mantenido la unidad de la Iglesia.

Por eso no debemos extrañarnos que todos los santos hayan hecho de la Eucaristía el centro de su vida, porque la Eucaristía es una forma concreta y visible, muy humana, de establecer con Cristo nuestro Señor una relación directa, personal, incluso afectiva, porque aunque la relación con Cristo la puede sostener el cristiano de muchas maneras, siempre que haya fe en él, el hombre necesita relacionarse con sus seres queridos a través de signos que materialicen esa relación. Eso lo sabía Jesús y por eso nos dejó la Eucaristía como signo visible de su presencia entre nosotros.

Aunque todos los santos han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, algunos se distinguen especialmente por una relación más explícita y directa con este sacramento. Unos han dedicado su vida a la adoración, otros han dado su vida por defender este misterio. La vida de nuestro santo chihuahuense, San Pedro de Jesús Maldonado, se puede caracterizar por varias virtudes en las que destacó: su martirio, su celo apostólico, su piedad, etc., pero creo que por encima de todo eso lo podemos llamar "el santo de la Eucaristía".

Entre las pocas palabras textuales suyas que se han podido conservar, se han hecho célebres aquellas que pronunció, siendo un joven seminarista, al final de un retiro espiritual, y que serán, efectivamente, como el programa de su vida: He decidido tener siempre mi corazón en el Cielo y en el Sagrario. Para quien pudiera malinterpretar el sentido de estas palabras, tomándolas como expresión de una espiritualidad evasiva y desencarnada, recordemos lo que nos dice San Pablo en su Carta a los Colosenses: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (v. 1).
La devoción eucarística en Chihuahua en tiempos del Padre Maldonado.

La devoción del padre Maldonado a la Eucaristía no fue fruto de la casualidad sino de la influencia del medio ambiente eclesial en que vivió. En consonancia con la Iglesia universal, la diócesis de Chihuahua era una iglesia local muy centrada en la Eucaristía. Y según la orientación de esa época, anterior al Concilio Vaticano II (1962-1965), se ponía más énfasis en la Presencia real y en su adoración que en la celebración eucarística, aunque ésta última no se descuidaba.

Antes de 1905, por excesiva reverencia, mal entendida, hacia la Eucaristía, la gente no comulgaba sino raras veces. El papa San Pío X, entre 1905 y 1910, publicó una serie de decretos que impulsaron fuertemente la recepción de la Eucaristía: 1905, sobre la comunión frecuente; 1906, sobre la comunión frecuente también para los niños; 1910, sobre la edad de siete años para que los niños pudieran recibir la Primera Comunión. Estos decretos generaron en todas las diócesis un clima de fervor eucarístico que ejerció gran influencia en la formación espiritual de Pedro de Jesús Maldonado, que vivió en esas fechas de sus 13 a sus 18 años.

¿Cómo se expresaba la piedad eucarística en aquellos años en que gobernaba la diócesis de Chihuahua su segundo obispo don Nicolás Pérez Gavilán, que van de 1902 a 1919? En ese periodo Pedro de Jesús Maldonado hace su Primera Comunión, ingresa al seminario y se ordena de sacerdote.

En primer lugar está, como siempre, la celebración de la Santa Misa. Hay que recordar que hasta antes del Concilio (1962-1965) la Misa se celebraba sólo por la mañana, y generalmente muy temprano. Eso hacía que en las tardes quedara una especie de "vacío celebrativo” que se llenaba con muchas prácticas devocionales: el Santo Rosario y otras celebraciones marianas, unas semanales, otras mensuales y otras anuales; también había toda clase de novenas, según el día de la semana: a la Divina Providencia, a San José, etc.; y, finalmente, las Horas Santas y otros ejercicios eucarísticos. Estas prácticas devocionales que nutrían la fe del pueblo católico, generaron la publicación de una gran variedad de libros centrados en el culto eucarístico. Muchas ediciones alcanzó, por ejemplo el librito Hora Santa, del padre Mateo Crawley-Boevey, misionero de los Sagrados Corazones.

En el Primer Almanaque Chihuahuense, que se publicaba en esos años, se registran los actos eucarísticos que había habitualmente en la ciudad de Chihuahua cada semana: "Todos los jueves, Hora Santa en Catedral y Parroquia de Santo Niño (las dos únicas parroquias que había entonces en la ciudad). Los jueves primeros con solemnidad, con exposición del Santísimo todo el día. Los viernes primeros de cada mes Misa solemne, exposición del Santísimo todo el día y ejercicio vespertino. Exposición del Santísimo todo el día, los segundos y terceros domingos de cada mes, en la parroquia del Santo Niño y en Catedral, respectivamente".

Obviamente estaban muy florecientes toda clase de asociaciones de laicos, especialmente las que tenían fines devocionales. Destacaban entre ellas las que tenían como objeto fomentar el culto a la Eucaristía, como la asociación de la Vela Perpetua y después, ya en el periodo de don Antonio Guízar Valencia, la Adoración Nocturna Mexicana.

El tercer obispo de Chihuahua, monseñor Guízar Valencia llegó a la diócesis en 1921. Era un hombre enamorado de la Eucaristía. Él fue quien en 1941 convocó a la celebración del Primer Congreso Eucarístico Diocesano, que fue uno de los acontecimientos más importantes en la vida de la Iglesia en Chihuahua en el siglo pasado. Una de las cosas que más impresionaron a don Antonio cuando llegó a Chihuahua fue que, a pesar del gran fervor que había para adorar la Eucaristía, poca gente comulgaba. Se propuso hacer que cambiara esta situación y para eso se valió de dos medios: fomentar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, especialmente con los Viernes Primeros de cada mes. En la década de los cuarenta las comuniones en Catedral los Viernes Primeros llegaron a sumar hasta cinco mil. El otro medio fue promover la Adoración Nocturna, que se estableció en la diócesis poco después de su llegada, en 1922.

Fechas principales en la vida del Padre Maldonado

Establecido ya el contexto en que el padre Maldonado bebió el fervor eucarístico que lo caracterizó toda su vida, recordemos algunas fechas significativas de su vida, que nos van a servir para ubicar en el tiempo lo que vamos a decir posteriormente de su ministerio.

Pedro de Jesús Maldonado Lucero nació en la ciudad de Chihuahua en 15 de junio de 1892, muy cerca de lo que hoy es el templo parroquial del Refugio. En septiembre de 1909, a los 17 años de edad, ingresa en el Seminario de Chihuahua, dirigido por los Padres Paúles. Ahí mismo, en una escuela que estaba anexa al seminario, había hecho su primaria. Al terminar sus estudios sacerdotales tuvo que ir al Paso, Texas, a ordenarse, pues monseñor Pérez Gavilán se encontraba en México atendiendo su salud. Recibió la ordenación de manos del obispo de El Paso, Mons. Jesús Schuler. Regresó luego a Chihuahua y cantó su Primera Misa en el templo de la Sagrada Familia el 11 de febrero de 1918. Tenía 25 años de edad.

La escasez de sacerdotes hizo que a los pocos días de ordenado fuera nombrado párroco de San Nicolás de Carretas, con encargo de atender también las parroquias de San Lorenzo y San Francisco de Borja.

En diciembre de 1922 es trasladado a la parroquia de Santa Rosa de Cusihuiriachi y en octubre de 1923 a la de Jiménez. Tiene que salir pronto de ahí por un conflicto con los masones y el 1º de enero de 1924, a sus 32 años, es nombrado párroco de Santa Isabel, donde había de permanecer hasta su muerte, es decir, 13 años con diversas interrupciones.

No me voy a detener en otros aspectos de la vida de nuestro santo, sino que me seguiré ciñendo al tema que nos ocupa: la relación de San Pedro de Jesús con la Eucaristía.

La Misa del Padre Maldonado

Prácticamente todo el ministerio del padre Maldonado, como el de todos los sacerdotes que ejercieron su ministerio en ese tiempo, se desarrolló en medio de grandes dificultades y peligros para su vida, pues tanto la segunda, como la tercera y la cuarta década del siglo pasado fueron de persecución para la Iglesia. La diferencia con otros sacerdotes fue que él no llegó a ver días mejores aquí en este mundo.

Aunque no siempre con la misma virulencia, se puede decir que los 19 años de su vida sacerdotal fueron años de persecución en nuestra patria y en nuestro estado. En 1918 era presidente del país Venustiano Carranza. Eran todavía los años turbulentos de la Revolución y las tropas de Carranza se distinguieron por su hostilidad contra la Iglesia Católica. En 1920 toma el poder Álvaro Obregón y en 1924, precisamente cuando el Padre Maldonado llegaba a la parroquia de Santa Isabel, asumió la presidencia de la República Plutarco Elías Calles, animado de un odio ciego contra la Iglesia. Como todos sabemos, Calles llevó a cabo un persecución sangrienta de 1926 a 1929, en la cual murieron 23 de los 25 mártires canonizados por el papa Juan Pablo II el 21 de mayo junto con San Pedro de Jesús.

Al terminar la persecución callista parecía que venía la paz para la Iglesia, pero fue sólo un respiro pasajero. En 1934 se hace cargo del gobierno de Chihuahua el general Rodrigo M. Quevedo, furibundo anticatólico, que desencadenó una persecución peor que la que hubo en Chihuahua en tiempos de Calles. En todo eso Quevedo contaba con el apoyo de Lázaro Cárdenas, que llegó a la presidencia también en 1934.

Durante largos periodos, tanto en la década de los veinte como sobre todo en la de los treinta, el padre Maldonado tuvo que ejercer su ministerio a salto de mata, como conejo perseguido por el cazador. Celebraba la Misa y los demás sacramentos a escondidas, en casas particulares, en graneros, en arroyos y en cuevas. Se había mandado hacer un pequeño altar portátil que llevaba a todos lados.

Para el padre Maldonado la celebración de la Misa no era un rutina sino una experiencia espiritual que lo asemejaba al Mártir del Calvario. Cada Misa era además una gran aventura que le podía costar la vida. Por eso la vivía intensamente y ponía en ella toda su alma. Nosotros, en la mayoría de los casos, no valoramos tanto la Eucaristía, la vivimos con superficialidad y faltamos fácilmente a ella por cualquier motivo, porque no nos cuesta ningún trabajo celebrarla, sea como sacerdotes o como laicos, pero en tiempos de persecución es cuando se descubre quién le da valor y quién no. Recuerdo la anécdota que cuenta un arzobispo vietnamita que dirigió los ejercicios cuaresmales para el papa y sus colaboradores de la Curia Romana. Pasó trece años en las cárceles comunistas y una de las cosas que más le hacían sufrir era el no poder celebrar la Eucaristía. Una vez logró hacerse de un frasquito de vino, que sus parientes introdujeron en la cárcel como medicina. Cada noche, cuando ya todos se dormían y los guardias se alejaban, él ponía en la palma de su mano tres gotitas de vino y una de agua y una miga de pan que conservaba de lo que les daban para comer. Ahí, sobre ese altar y en esa "catedral” tan peculiar, pronunciaba las palabras de la Consagración y luego pasaba un fragmento de pan consagrado a los presos católicos que lo acompañaban y que estaban avisados de lo que estaba sucediendo.


El padre Maldonado valoraba tanto la celebración de la Misa para sus feligreses, que aun con peligro de su vida no quería dejarlos privados de ella. En una ocasión, en 1934, la policía lo expulsó al Paso, Texas. Ahí hubiera podido quedarse en paz con su obispo y los demás sacerdotes exiliados, pero el padre Maldonado regresó a los pocos días a su parroquia a escondidas, para seguir administrando los sacramentos.

La Adoración Nocturna

Su amor a la Eucaristía no se manifestaba sólo en la celebración de la Misa, sino en la adoración del Santísimo, que en ese tiempo, como vimos, estaba más fuerte que en nuestros días. El padre Maldonado, como el santo Cura de Ars, pasaba horas enteras de rodillas ente el Santísimo Sacramento del Altar. Los testimonios que se recogieron para en su proceso de canonización repiten continuamente: "Era un sacerdote piadoso, amante de la Eucaristía", "Su principal devoción era la Santa Eucaristía", etc. Realmente cumplió el propósito que se hizo cuando era un joven seminarista: "He decidido tener siempre mi corazón en el Cielo y en el Sagrario".

Obviamente ese amor a la Eucaristía no lo quería sólo para él. Fomentaba la adoración entre el pueblo, sobre todo a través de las Horas Santas, que celebraba con gran solemnidad. Un gran medio de difusión de la piedad eucarística entre el pueblo, sobre todo para los hombres, que comúnmente se mantienen más alejados de las prácticas de piedad, fue la fundación de la Adoración Nocturna Mexicana en la diócesis de Chihuahua. El primer grupo de Adoración Nocturna lo fundó el Padre José Quesada en 1922 en Jiménez, de donde era párroco. El padre Maldonado fue de los sacerdotes que acogieron con más entusiasmo esta asociación y la fundó en las parroquias en que trabajó.

Una expresión más de su amor a la Eucaristía era que no desaprovechaba ninguna oportunidad, siempre que estuviera a su alcance, de participar en los grandes eventos que se realizaban en honor de la Eucaristía. Entre esos eventos, los más importantes son los Congresos Eucarísticos.

A pesar de las dificultades para viajar en aquellos años, por la falta de los medios modernos que tenemos hoy y por las dificultades adicionales que había en el país, el padre Maldonado viajó a la ciudad de México para participar en el Primer Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró del 5 al 12 de octubre de 1924. Negros nubarrones se acumulaban ya en el cielo espiritual de México, presagiando la tormenta de la persecución que pronto se iba a desatar sobre los católicos mexicanos, y aquel testimonio de fe sirvió para fortalecerlos ante la prueba que los esperaba. Eso mismo significó el congreso para el padre Maldonado: una nueva oración en el huerto, una lucha interior y finalmente el consuelo de la fe que lo hizo tan fuerte en la hora del peligro.

Apenas dos años después, en 1926, el padre Maldonado partió también a la lejana ciudad de Chicago para tomar parte en el XXVIII Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en esa ciudad. Hoy día cualquiera la pensaría dos veces para ir hasta Chicago a un Congreso Eucarístico, pero el padre Maldonado, un sacerdote tan austero, que no gastaba nada para su propio placer y que nunca se le hubiera hacer un viaje tan largo por simples vacaciones, no dudó en hacerlo porque se trataba de honrar al Santísimo Sacramento.

La Eucarística en su Martirio

Uno de los grandes deseos que tuvo el padre Maldonado durante toda su vida fue el de dar su vida por Cristo. Le ofrecía su vida al Señor para que cesara la persecución y la Iglesia viviera en libertad. Otra cosa que le pedía al Señor era que no lo dejara privado de la Comunión sacramental a la hora de su muerte. Estos dos deseos se los concedió nuestro Señor de una manera admirable.

El 10 de febrero de 1937 era Miércoles de Ceniza. El Padre Maldonado, como era ya habitual, no podía utilizar ni el templo parroquial de Santa Isabel ni sus anexos. Tenía que atender a sus feligreses a escondidas como un delincuente. En esa ocasión había hecho su centro de operaciones en la casa de unas señoritas Loya, en la Boquilla del Río, a unos tres kilómetros del centro de Santa Isabel. Esa mañana el padre celebró la Misa e impuso la ceniza a los fieles en un cuarto improvisado como capilla.

Como a las cinco de la tarde, o tal vez un poco antes, el padre se encontraba rezando el Oficio Divino acompañado por algunas personas, cuando en eso llegó la policía a aprehenderlo por orden de las autoridades. Lo acusaban de haber prendido fuego a la escuela de Santa Isabel, pero el motivo era en realidad que seguía celebrando Misa sin permiso. Después de un intento fallido de esconderse, el padre finalmente se entregó, pero antes pidió que le dieran el relicario con ocho o diez Hostias consagradas que tenía para la comunión a los enfermos. El motivo de pedirlo fue tal vez que no quería desprenderse del Santísimo Sacramento para evitarle faltas de respeto y hasta profanaciones en aquella difícil situación, pero el pensar que con él estaba más seguro prueba que no se imaginaba hasta dónde iban a llegar sus enemigos.

Después de un penoso recorrido de tres kilómetros, a pie y empujado por los policías, que iban a caballo, al llegar a la presidencia pasó el padre la puerta, pero de inmediato el presidente municipal lo tomó de los cabellos y le propinó un golpe. Luego, cuando iba en el segundo escalón, pues lo llevaban al segundo piso, otro verdugo lo recibió con un tremendo golpe con las cachas de la pistola en la frente, quebrándole el cráneo en círculo y casi saltándole el ojo izquierdo. Al caer sobre los escalones los esbirros lo arrastraron hasta el segundo piso y ahí siguieron golpeándolo en el piso con las culatas de sus rifles.

Cuando cayó la primera vez y mientras era arrastrado escaleras arriba, el padre no soltó el relicario, pero ya en el segundo piso, mientras lo seguían golpeando tirado en el piso, el relicario se le soltó de las manos y se abrió y las Hostias se desparramaron por el piso. Entonces, según una versión de los hechos, el presidente municipal, con desprecio, recogió las Hostias y se las metió en la boca diciéndole: "Cómete eso". ¡Así se cumplió el deseo del padre de comulgar en la hora de su muerte! De ese viático sacó el mártir las fuerzas espirituales que le hacían falta en ese supremo momento de su vida: fuerzas para confesar a Cristo con su vida y al mismo tiempo para morir perdonando a sus asesinos.

El 21 de mayo, al canonizar la Iglesia a San Pedro de Jesús Maldonado, supimos que se habían cumplido las palabras de Nuestro Señor: "A todo aquél que se declare por mí delante de los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32).

Las últimas pertenencias del Padre Maldonado
Dizán Vázquez Como es bien sabido, el padre Maldonado ejerció prácticamente todo su ministerio, de 1918 a 1937, en circunstancias harto desfavorables, en un clima de persecución y cuando no, de tensiones y de conflictos. Lo importante es que en ningún momento se dio por vencido ni tomó como pretexto la situación para disminuir su actividad de pastor a favor de sus feligreses. Muchas son las virtudes cristianas en las que destacó. En este Año de la Eucaristía podríamos fijarnos especialmente en su amor a este Santísimo Sacramento y su celo por impulsar entre sus feligreses ese amor. Espero tratar este tema en otra ocasión. Esta vez, aprovechando unos datos poco conocidos que encontré, quiero referirme a su pobreza. Ésta era no sólo fruto de su opción por Cristo, sino resultado inevitable, pero asumido libremente, de la vida errante que llevaba, aun dentro de su parroquia de Santa Isabel (pues me estoy refiriendo a la última etapa de su vida), situación que lo obligaba a un gran desprendimiento respecto a los bienes materiales y a servir a sus feligreses armado sólo con su amor y entrega personal. ¿Qué hubiera dejado el padre Maldonado en su testamento en caso de que lo hubiera querido y podido hacer? Esta es la lista de sus últimas pertenencias, las que tenía al momento en que lo aprehendieron y que le fueron requisadas por la policía y que quién sabe a donde fueron a parar. La lista se compone en gran parte de libros, por los cuales debió tener una especial preferencia, pues las pocas cosas que uno suele retener cuando tiene que dejarlo todo, son las que más aprecia. Ya es notable que en gran parte fueran libros, pero, además, por los libros que una persona lee nos podemos dar idea de quién y cómo es esa persona, cuáles son sus intereses, sus ideas y sus valores: "Dime qué lees y te diré cómo eres”. Estos son los libros que se le recogieron. Aunque el lector no los conozca, por los títulos se puede dar idea de su contenido y de las preferencias del padre: un Misal, el Breviario Romano (lo que hoy llamamos Liturgia de las Horas), Mina de oro de los predicadores, Repertorio universal del predicador (tomos III, IV, V, VI, VIII, IX, XIV, XVI, XIX y XX), La Suma del Predicador (tomo VIII), Sermones morales, Suma Moral (parte I), El Amigo Divino, La vida de la gracia, La Caridad, Intimidades de la Eucaristía, El espíritu de San Francisco de Sales, Meditaciones espirituales, del padre Luis de la Puente, El conflicto religioso de 1926, Héctor (una novela sobre los cristeros) y una caja de cartón con varios folletos. Por la brevedad de este artículo no nos podemos detener en el análisis de estas obras, pero ¡cuánto dicen de la espiritualidad y de las preocupaciones del padre! Además de sus libros, se le decomisaron un morral con papeles y un archivo de notas. ¡Lo que daríamos hoy por tener esos preciados papeles en los que sin duda el padre expresaría su pensamiento y tal vez informaciones valiosas sobre su vida y actividades! Sus pertenencias decomisadas incluían también una cruz de latón, cinco velas de cera, un velís de madera, una palia (para tapar el cáliz) y un estandarte de la Adoración Nocturna, así como una sotana y una camisa blanca... más lo que llevaba puesto. Me acuerdo también que su sobrina Conchita conservaba en su casa del Paso un pequeño órgano que se trajo el Padre de Chicago cuando asistió a un Congreso Eucarístico Internacional y una pequeña imagen de la Virgen. El Padre Maldonado nació pobre, vivió pobre y murió pobre, pero en su pobreza, como Cristo, nos enriqueció a todos.






 
 

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