Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
YA NO SON DOS SINO UNA SOLA CARNE
Comentario a Marcos 10,2-16.
Evangelio del domingo 27º ordinario
7 de octubre de 2012
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
 
     Lo primero que hay que decir de esta enseñanza de nuestro Señor, es que él sale en defensa de la mujer. Los fariseos no le preguntan sobre el divorcio como nosotros lo entendemos y vivimos, sino por el repudio, el rechazo de una persona. La pregunta es tendenciosa, lo anota el evangelista. Jesucristo no podía estar a favor de que los hombres pudieran repudiar a sus mujeres por el motivo que fuera. Pero ponían a Jesús entre la espada y la pared si contradecía a Moisés.

     Entre los judíos de aquel tiempo sólo el hombre tenía el derecho de repudiar o de rechazar a su mujer, de echarla de su casa. Ese derecho no lo tenían las mujeres. Moisés no les dio permiso de divorciarse, eso no estaba en su mente, sino que les dio el mandamiento de que si alguien rechazaba a su mujer, que le firmara un acta de divorcio. ¿Por qué? Porque una mujer en aquella sociedad machista al extremo quedaba completamente desamparada sin su marido, no podía trabajar fuera de casa o le era muy difícil, no podía sostenerse a sí misma. Por ello, para que pudiera ampararse con otro hombre y no fuera a ser acusada de adulterio, Moisés les dio ese mandato.

     La primera respuesta de Jesucristo es una pedrada bien directa: "por la dureza de sus corazones Moisés les dio este mandato”. Esto vale para aquellos y también para nosotros gentes del siglo XXI. A Jesucristo no le tiembla la lengua para decirnos la verdad. Somos gentes duras de cabeza y de corazón.

     Pero lo sustancial de la respuesta de nuestro Señor es esto: la unión del hombre y la mujer es parte de la obra creadora de Dios. Dios creó al ser humano hombre-mujer, como dos mitades que se encuentran y se unen para formar un solo ser. Ya no son dos, sino uno solo, una sola carne, una sola persona. Los seres vivos han desarrollado en su evolución muy diversas formas para reproducirse. Sólo los seres humanos, creados a imagen de Dios, tenemos el matrimonio monógamo y permanente, lo llevamos muy arraigado en el fondo de nuestro ser. Jesucristo, en su vida carnal, no ha inventado el matrimonio, nos ayuda a entenderlo desde la mente del Creador.

     Antes de plantearnos el problema del divorcio, tal como lo vivimos en nuestros días, tenemos que reconocer que muchas parejas, tanto creyentes como no creyentes, viven su matrimonio como una unidad de vida, hasta que la muerte los separa, en una unidad y entendimiento que uno dice que son uno solo. En la Iglesia proclamamos y celebramos esta unión como un sacramento viviente de Dios, signo del amor de Dios, de su fidelidad, de su alianza inquebrantable, de su entrega por el pueblo que ama. El sacramento no es una ceremonia, es toda una vida de pareja.

     Pero en muchos casos vivimos una realidad muy distinta. Cuántas parejas, ya sea que se hayan unido en unión libre, o meramente civil o eclesiástica, se han separado. Nuestras leyes civiles y nuestras costumbres sociales contemplan el divorcio legal o la separación de hecho, y en algunos casos más dolorosos hasta el repudio. Y nosotros en la Iglesia vemos que muchas veces el divorcio es un mal menor; que sería un mal mayor obligar a las parejas a permanecer unidas a fuerza. La Iglesia acepta la separación en casos extremos, pero no las segundas nupcias.

     ¿Qué hacer pastoralmente, es decir, con una mente y un corazón de pastor?

     A nuestros niños y jóvenes los tenemos que educar en esa mente de Jesús. Tomar pareja es una decisión a la que hay que prepararse: físicamente, económicamente, pero sobre todo espiritualmente. Y a esto último es a lo que menos le ponemos atención. Nuestros jóvenes deben llevar un buen noviazgo, profundo, prolongado, respetuoso. El hacer las cosas a la ligera, el dejarse llevar por el mero instinto, es lo que nos conduce al fracaso. El momento de la unión matrimonial deberá llegar a su debido tiempo, cuando ambos se hayan conocido y enamorado con intensidad, cuando ambos se puedan decir: "yo quiero vivir mi vida contigo, no me entiendo a mí mismo si no es contigo, eres la mitad de mi vida”. Y esto no es cosa de telenovela, es la voluntad de Dios que Jesucristo nos enseña a leer, a escuchar.

     Pero como los seres humanos somos duros de cabeza y de corazón, pues hay que prever que siempre se nos atraviesan las fallas y las caídas, que en algunos casos son definitivas.

     A las parejas que han tenido que separarse, y que incluso han encontrado una nueva relación, pues la Iglesia las quiere acoger en su seno. Así como las personas se pueden dar nuevas oportunidades, también las parejas se pueden levantar. Hay en nuestra Iglesia un movimiento que asesora y da terapia a los divorciados vueltos a casar. Pueden pedir informes en las parroquias.

     Desgraciadamente la Iglesia no las admite a un nuevo matrimonio, y por lo mismo, no las admite a la comunión sacramental. Muchos queremos que la jerarquía eclesiástica se abra a otros caminos, a otras salidas. Jesucristo, estamos seguros de ello, lo haría, porque para él nada es irremediable, todos tienen salvación si están dispuestos de corazón.

 
 

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