Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
EL DÍA DE LA SALVACIÓN
Comentario al evangelio del domingo 33º ordinario, 17 de noviembre del 2013
Lucas 21,5-19.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.

     Estamos casi para terminar el año litúrgico. Hemos venido siguiendo durante estos domingos, ya 33, al evangelista san Lucas. Desde finales del capítulo 9 nos dijo que Jesucristo se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y así hemos venido caminando detrás de él. Finalmente, en el capítulo 19, llegó a la gran ciudad y al templo sagrado para los judíos. Una vez que Jesucristo recibió a varios grupos con sus preguntas tramposas, se pone a contemplar la grandiosidad del templo de Jerusalén. No leemos todo el capítulo 21, pero yo quisiera referirme a algunos versículos más que los que hemos proclamado.

     Ya que Jesucristo entregará la vida en una cruz y dejará de estar físicamente con sus discípulos, es necesario dejarlos preparados y enseñados. Primeramente les anuncia la destrucción completa de la construcción grandiosa que era el templo de Jerusalén. Sabemos que no solamente se trataba del anuncio de la caída de una construcción de piedra, sino principalmente de toda la estructura cultual, ritual, legal de la religión judía, algo que aún no ha sucedido por completo porque en la Iglesia nos hemos encargado de seguir sosteniendo. Pero la intención de Jesucristo ha sido iniciar con una nueva religiosidad, una nueva manera de relacionarnos con Dios. Esa manera no es otra más que su persona, su enseñanza, su práctica de vida efectivamente salvadora.

     ¿Cuándo sucederá esa destrucción, y cuál es la señal por la que se pueda saber anticipadamente que se va a dar?, le preguntan los discípulos. Jesucristo no responde por el cuándo ni por la señal de su inminencia. Su respuesta es más integral, más profunda, más vital. Hoy no proclamamos toda esa respuesta, sólo unos versículos, pero usted puede leer todo el capítulo 21. Hágalo en verdad, para que se quede con la idea completa que nos quiere comunicar Jesús.

     Primero viene la advertencia: porque, tal como ha sucedido hasta nuestros días, aparecen muchos usurpadores de Jesús, que ganan adeptos anunciando el fin del mundo. Y como señales no faltan: catástrofes, terremotos, tsunamis, inundaciones, guerras, etc., pues la gente se va detrás de ellos. Bien claro nos dice Jesús que no les creamos, que no nos dejemos engañar. Pero como nuestra gente no conoce la Palabra de Jesucristo en los santos evangelios, pues, "lo primero que te digo y lo primero que haces”.

     Jesucristo habla de persecuciones. Sobre aviso no hay engaño. No nos hagamos la falsa idea de que el cristianismo es una religión de la prosperidad, como sectas que han aparecido. Muchos predicadores no son fieles a esta palabra de Jesús, sino que como falsos profetas le anuncian a la gente el bienestar, la salida mágica (y le llaman fe) a los problemas. No. Jesucristo no vino a engañarnos: por seguirlo a él podemos sufrir persecuciones, prisiones, comparecencias ante autoridades, odios, traiciones… nada de lo que él no haya padecido primero. Por eso nuestra Iglesia está tan enriquecida con el glorioso testimonio de infinidad de mártires. Como a ellos, Jesús nos convoca a ser perseverantes en nuestra fe, a no doblarnos ante las adversidades, porque él, su Palabra, su Buena Noticia son nuestra fortaleza.

     Más adelante, en el versículo 27 nos habla de su venida, del día de nuestra liberación plena. De este día habla el profeta Malaquías en la primera lectura. En el Antiguo Testamento se concibe el día de Yahveh como un día de terrible castigo, el día de la ira del Señor que aniquilará a todos los malvados. Jesucristo es el que nos revela que el Dios compasivo y misericordioso quiera la conversión de todos los pecadores, incluidos nosotros. Su primera venida ha sido un acontecimiento de salvación para la humanidad, y su segunda, igualmente será el día de la salvación plena.
 

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