Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
LA LEY MÁS SUPERIOR DE JESÚS
Comentario a las lecturas del domingo 23 de febrero del 2014
7º del tiempo ordinario
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Continuamos proclamando el sermón de la montaña. Esta enseñanza de Jesús se extiende del capítulo 5 al 7 de san Mateo. Estúdielo usted completo.

     Jesucristo está comentando algunos mandamientos de la ley de Moisés y les está dando su justa aplicación. Nos habló en los versículos anteriores del mandamiento de no matar, no cometer adulterio, no repudiar a la mujer y no jurar en falso. El de ahora no es propiamente un mandamiento sino una costumbre social, cultural y religiosa en la que estuvo inmerso el pueblo judío, y en la que estamos todavía inmersos nosotros, a nivel personas y naciones. Nosotros bebemos esa mentalidad en algunos pasajes del Antiguo Testamento, incluso en nuestras oraciones diarias en la recitación de los salmos: "Levántate, Señor, con tu ira, álzate con furor contra mis adversarios” (Salmo 7,6); "Yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo; y no me volvía sin haberlo aniquilado” (Salmo 18,38); "Los inicuos son exterminados, la estirpe de los malvados se extinguirá” (Salmo 37,38). Nuestro señor Jesucristo recoge este proceder de un pueblo tan religioso y lo transforma completa y radicalmente: "Amen a sus enemigos”, sorprendentemente nos enseña.

     Son mandamientos de Jesucristo el amor a Dios sobre todas las cosas y personas, y el amor al prójimo como a uno mismo, lo dirá en San Mateo 22,37-39. También es mandamiento de Jesucristo el amor al interior de la comunidad: "ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 13,34). También Jesucristo nos ha dejado el amor a los pobres, a los pequeños, a los últimos, a los sufrientes. Que aunque no lo diga expresamente con esas palabras, nos lo ha dejado en su misma persona: en la evangelización de los pobres (Mateo 11,5), en la acogida que les da a los pecadores (Mateo 9,10), en sus milagros realizados con tanta ternura en favor de los enfermos. Pero el de ahora es un amor que nos sacude fuertemente. Suena bonito, pero a la hora de la práctica es cuando vienen las resistencias y los asegunes. Pensemos concretamente, con nombres, en los que nos han hecho daño, que nos han calumniado, insultado, defraudado, que nos han robado, que han golpeado o incluso matado a alguno de nuestra familia; o pensemos en la delincuencia callejera o en el crimen organizado, quienes han trastornado completamente nuestra convivencia. ¿Se puede amarlos con sinceridad? Quizá algunos a lo más que lleguemos es a decir: ‘Dios que los perdone’.

     Pues ahí está el llamado de Jesús, su Palabra de Maestro, su enseñanza, su invitación a seguirlo por ese camino. Como verdaderos creyentes, como humildes creyentes en la Palabra de Jesús, nos debemos preguntar: ¿Cómo amar a nuestros enemigos? ¿Les diremos: ‘sígannos haciendo daño’?

     La respuesta a esta pregunta nos la puede contestar el mismo Maestro: ¿cómo amó él a sus enemigos? Los amó con un amor salvador, no consentidor. No amó a sus enemigos con un amor que sigue la corriente, siempre los llamó a la conversión. Pero jamás les hizo ni les deseó algún mal, jamás le pidió al Padre que los destruyera.

     Vemos a Jesús hablándoles muy fuerte a los sumos sacerdotes, a los escribas y fariseos, incluso hasta los miraba con ira. Leemos en los evangelios: "mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón” (Marcos 3,5). Al sumo sacerdote Jesús le respondió con toda claridad y hasta aspereza, lo que provocó que un guardia le diera una bofetada. En este momento Jesucristo no puso la otra mejilla, sino que le reclamó con severidad: "¿por qué me pegas?” (Juan 18,23). En la cruz se atrevió pedir: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Jesucristo nunca se hizo cómplice del pecado sino que siempre amó al pecador buscando su conversión. A una mujer la despidió con estas palabras: "tampoco yo te condeno, vete y en adelante no vuelvas a pecar” (Juan 8,11).

     Ésta es la manera de proceder, desde su corazón, de Jesucristo, y de ella debemos beber y alimentarnos espiritualmente con actitud de discípulos. Necesitamos ser formados en el amor a los enemigos. Dejemos que Jesucristo nos forme por medio de su Santo Espíritu.

     El amor a los enemigos es de las notas más distintivas del cristianismo entre las diversas religiones y religiosidades del mundo. El amor a los enemigos nos hace lo más parecidos al Padre de las misericordias: "Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

 
 

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