Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
V - REFORMA DE LA IGLESIA: LA LITURGIA
V. 7 marzo 2014
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.

"Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciendo: tomen, éste es mi cuerpo” (Marcos 14,22).

     La víspera de su muerte, Jesucristo se sentó a cenar con sus discípulos por última vez. Según san Mateo, san Marcos y san Lucas, esa cena era la cena pascual de los judíos, la que ellos venían practicando anualmente desde hacía casi 1,300 años, desde los tiempos de Moisés. En los relatos evangélicos se ve que Jesucristo celebró una nueva pascua, con un nuevo cordero, él mismo, quien entregaba plenamente su vida al servicio del Reino, la voluntad del Padre, la salvación de este mundo; por esta causa entregó su vida hasta la muerte en una cruz. En cambio, según el evangelista san Juan, esa última cena de Jesús, no fue la noche de la cena pascual de los judíos sino una cena 24 horas antes de lo que afirman los otros evangelistas.

     Sea una u otra cena, desde entonces nosotros nos reunimos alrededor de una mesa para celebrar la memoria, el memorial de su pasión, muerte y resurrección, la fiesta de la vida plena a la que nos convoca el Padre eterno en su Hijo por el Espíritu Santo. Pero, ¡qué distancia o qué diferencia tan enorme! vemos entre la manera como Jesucristo celebró su Cena con sus discípulos y la manera como nosotros celebramos la Misa. Parece que a muchos no les llama la atención esta distancia. Algunas gentes sencillas sí nos cuestionan, cuando empiezan a tener acercamiento con los santos evangelios: ¿por qué no partimos nosotros un pan y tomamos del vino como lo hizo Jesucristo con sus apóstoles?

     Recalco este punto: "la manera”. Porque alguien dirá: ‘independientemente de la manera o rito, de lo que se trata es de la Cena del Señor’.

     Con el tiempo, esa cena se fue transformando radicalmente hasta llegar a una celebración con gente en silencio, con el sacerdote mirando hacia la pared, como si Dios no estuviera presente en la comunidad reunida sino fuera de ella, y además en una lengua que nadie conocía, fuera del celebrante. En la Iglesia católica, es preciso aclarar, existen varios ritos, bastante diferentes entre sí, que son conocidos como ritos orientales. El nuestro, el que todos conocemos, es el rito latino. Recientemente se le han hecho algunos ajustes, como la traducción a la lengua vulgar de todo el texto de la Misa, el que preside la celebración ha volteado su cara hacia la comunidad reunida, se ha hecho una nueva selección de pasajes de la Biblia, se han reducido las vestiduras, etc. ¿Han sido suficientes estos cambios?

     En realidad lo que yo le quisiera proponer a toda la Iglesia (jerarquía y resto del pueblo de Dios) no son cambios en los ritos, no quisiera proponer más ajustes a esta tercera edición del Misal romano cuya traducción al español se ha aprobado recientemente. Lo que yo le quiero proponer a todos, y es la propuesta de muchos, es que nos vayamos acercando al espíritu del evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

     ¿Qué es lo que quería Jesucristo: dejarnos un rito o el memorial de su pascua? Éste es un punto crucial para la elaboración de cualquier rito, por avanzado, modificado o simplificado que se quiera. La respuesta de nosotros es que Jesucristo no tenía pensado dejarnos un rito; ni por la práctica de las primeras comunidades se ve que la intención de nuestro Señor haya sido que, posteriormente a él, se estableciera un rito, sin el cual la celebración de su pascua sería inválida, o por lo menos ilícita. Como Iglesia debemos responder honestamente a esta pregunta.

     Hay quienes defienden un Misal o un Rito o ritual como si fuera de institución divina, como si Jesucristo mismo nos hubiera dicho ‘yo quiero que celebren exactamente de esta manera mi memorial’. Es el pecado en el que incurren los lefebrianos o integristas cuando defienden como único el Misal aprobado por el papa Pío V. ¿Haremos lo mismo nosotros con el Misal aprobado por el papa Pablo VI? Si así fuera, uno u otro Misal lo encontraríamos exactamente redactado en los santos evangelios. Pero la verdad es que Jesucristo no utilizó el Misal romano aquella noche santa. Si acaso tuviéramos que aferrarnos a un rito, ése deberíamos de sacarlo letra por letra de alguno de los evangelios.

     No, esto que proponemos muchos no es una simpleza o simplonada. Entrar en el espíritu de Jesucristo, en el espíritu de los santos evangelios es algo sumamente serio para nuestra vida cristiana.

     Con todo esto que estoy diciendo, permítanme este paréntesis, yo no estoy proponiendo que cada quien, cada sacerdote haga lo que le dé su regalada gana. No. Yo prefiero invitar a todos mis hermanos sacerdotes a que asumamos el Misal de Pablo VI, en su tercera edición, por disciplina eclesiástica, como lo más conveniente para llegar, aunque sea poco a poco, pero con firmeza, a una reforma litúrgica eclesial (de todos), cuando el consenso vaya siendo cada vez mayor, en la medida que todos los católicos, no solamente los sacerdotes, los obispos, los cardenales y el papa, vayamos siendo formados en el espíritu de Jesucristo. Ésta sería la verdadera y profunda reforma de la Iglesia que necesitamos, que nos sentemos a los pies de Jesús a escuchar obedientemente su Palabra; a que sigamos sus pasos, con fidelidad, queriendo ser como él, queriendo entrar en su voluntad, queriendo hacer las cosas como él las quiere, no como los fariseos, escribas, sacerdotes y sumos sacerdotes de aquel tiempo. Lo nuestro no son ellos, lo nuestro es Jesucristo.

     De seguro la propuesta que lanzamos a toda la Iglesia a muchos les parece una marcianada o cosa de lunáticos. La propuesta es que simplemente, sencillamente nos reunamos alrededor de una mesa para partir el pan como lo partió Jesús, y compartir el vino como lo compartió Jesús. Sólo eso, con la plena conciencia de que es su Cuerpo y su Sangre lo que compartimos, por la salvación del mundo. Quisiera que lo asumiéramos como Iglesia. ¿Maneras de hacerlo o ritos? Cada comunidad lo haría según su propio caminar, sin pretender imponerse a nadie. Escuchar previamente la Palabra de Dios es ciertamente una práctica que recibimos de Jesús (vean Mateo 7,24); con lecturas escogidas de antemano o en ese momento, siguiendo el leccionario que propone la Iglesia o con una elección propia. ¿Cuál es el problema? Que hubiera ritos elaborados por la misma jerarquía, qué bueno, qué riqueza, qué necesario, pero que no fueran normativos. Quienes quisieran celebrar la Cena de Jesús con solemnidad romana, que no les estuviera prohibido, pero también, quienes la quisieran celebrar con toda sencillez, que tampoco les estuviera prohibido. A nosotros nos ayudaría mucho, como lo ha hecho hasta ahora, el rito romano para los domingos, para esas misas con mucha gente, no para las pequeñas comunidades. Repito: ¿qué nos dejó Jesús: el memorial de su pascua o la manera de celebrarla?

     ¿Qué les parece la propuesta? Quienes estudiamos los santos evangelios nos trasladamos no solamente al momento de la Última Cena de Jesús (Primera y Única Misa de la Iglesia) sino también al tiempo de las primeras comunidades (tiempo en que se escribieron los evangelios), y no podemos imaginarnos ninguna otra cosa, ningún rito establecido. Los santos evangelios son prueba de que lo establecido, como cosa de institución divina, era solamente partir el pan y el vino como el Cuerpo y Sangre de Jesús. Repasemos Mateo 26,20-29; Marcos 14,17-25; Lucas 22,14-38; Juan 13,1 hasta 17,26 y también 1 Corintios 11,17-34 y Hechos 2,42-47.

     Hay un escrito muy antiguo que se llama "Didajé” o "Enseñanza de los doce apóstoles” que da estas instrucciones para la celebración eucarística:
"En lo que toca a la acción de gracias, la haréis de esta manera: Primero sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David tu siervo, la que nos diste a conocer a nosotros por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. / Luego sobre el trozo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento, que nos diste a conocer por medio de Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos… A los profetas, dejadles dar gracias cuanto quieran”.
     Como vemos, ni siquiera contiene las palabras de Jesús al partir el pan. Esta es una instrucción sencilla que por el tono se ve que no pretendía ser normativa universalmente como de hecho nunca lo fue, sólo era una fórmula que se ponía al servicio de las comunidades primitivas.
 
       Para los amantes del literalismo litúrgico, vean que los cuatro evangelistas no eran tales, ni las primeras comunidades, porque no nos transmitieron exactamente las palabras de Jesucristo como para plasmarlas en un misal. Son distintos entre sí. En la Cena de Jesús no hubo tantos rezos y sí mucha conversación: mandamientos y encargos de Jesús, anuncio de traiciones y negaciones, de abandono, enseñanzas, exhortaciones, mucha entrega de sí mismos. Hubo pan y vino, desde luego. Hubo personas alrededor de esa mesa, casi al ras del suelo. Si los evangelistas se dieron el lujo de no repetir exactamente lo mismo unos y otros, ¿por qué a nosotros es lo que más nos preocupa? Y los evangelios tienen un valor mucho muy superior a lo que nosotros vamos creando con los tiempos. Ningún texto litúrgico puede superar en valor a los relatos evangélicos. Si lo creyéramos en contrario, serían para nosotros las recomendaciones tan severas que les dirigía Jesús a los escribas y fariseos: "Hipócritas… dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres… qué bien violan el mandamiento de Dios, para conservar su tradición” (Marcos 7,6-9). ¿No es esto lo que estamos haciendo nosotros en la Iglesia al aferrarnos a nuestra tradición y haciendo a un lado la Palabra del Señor? Si pensamos o procedemos como si el misal romano, o cualquier otro ritual, es superior al relato de los santos evangelios, sean para nosotros las palabras de Jesús.

     Hay quienes nos exhortan a no cambiar ni una palabra ni una letra del texto litúrgico aduciendo como motivación a que lo hagamos por comunión con toda la Iglesia. No debemos confundir la comunión con la uniformidad. ¿Qué acaso los evangelistas y las comunidades que están detrás de ellos no estaban en comunión unas con otras? ¿Qué acaso el evangelista san Juan rompió la comunión católica al ofrecernos una cena un día anterior a lo que dicen los demás, dándose el lujo de ni siquiera mencionar la fracción del pan en esa cena? No. La Comunión no está en la uniformidad de ritos y palabras, la comunión está, según los evangelios, en la Persona de Jesús, tan diverso, tan universal, tan abierto. La cerrazón, la estrechez, la rigidez es lo que no es la comunión de Cristo.

     Repito: yo acepto e invito a los demás a que leamos todos el Misal romano en nuestras Misas, por disciplina eclesiástica. Por más que digan (aunque en ocasiones especiales sí entramos en el espíritu de la celebración) que no somos meramente lectores, la verdad es que sí nos hemos hecho tales. Basta asistir a una de tantas misas de domingo para comprobarlo. No podemos ni siquiera hacer nuestra propia oración colecta, u otras partes pequeñas de la Misa, porque eso es faltar a la comunión. Permítanme confesarme: yo leo tal cual todas las partes del Misal, con la variedad que éste mismo permite, incluso más que los especialistas en liturgia, porque promuevo el uso del misal anual o de las hojitas dominicales, para que la misma gente acceda a la riqueza del misal romano. No niego que el Misal romano tiene su riqueza y su belleza. Lo que propongo es acoger la riqueza de los evangelios, la belleza del Espíritu de Jesucristo.
     Muchos creemos, entre otras cosas, que la manera como celebramos la cena del Señor se ha convertido en un freno para que nuestros católicos y comunidades crezcan en su vida cristiana. Con esta liturgia los hacemos permanecer en la infancia de la fe: su participación es muy pobre, sólo recitar en voz alta o cantar algunas partes de la misa, sólo son oyentes, no conocen la Palabra que se proclama, no conocen integralmente la Palabra. Son creyentes, son fieles, es cierto, pero no se expresa su vitalidad en la celebración.

     Este punto es parte de mi propuesta que lanzo a toda la Iglesia. No es la liturgia, a pesar de que es ella la que más nos identifica como católicos actualmente ante propios y extraños, en cuanto a rito exterior (que no es lo mismo que el sacramento en cualquier forma que se realice) lo que más me interesa, lo que quiero es que pongamos todos el corazón en ir haciéndonos cada vez más fieles, como Iglesia entera, al espíritu del evangelio de Jesucristo. Más que una reforma litúrgica, lo que necesitamos es una reforma profunda de nuestra manera de ser Iglesia.

 
 

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