Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
DEJÉMONOS TRANSFORMAR POR LA GRATUIDAD DE DIOS
Comentario al evangelio del domingo 23 de marzo del 2014
3º de cuaresma
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     En estos tres domingos de la cuaresma que restan, vamos a proclamar tres capítulos del evangelio de Juan: el cap. 4 sobre los samaritanos, el cap. 9 que es la curación de un ciego de nacimiento, y el 11, la resurrección de Lázaro. Este pasaje de Jesucristo y la samaritana sólo lo encontramos en el evangelio según san Juan.

     En su caminar de Judea a Galilea, Jesucristo tiene que pasar por tierra de samaritanos. Judíos y samaritanos no tienen el más mínimo trato, aún en nuestros días. Jesucristo, a eso del mediodía, a la hora del calor más fuerte, en pleno desierto, llega cerca de un pueblito de samaritanos y se queda junto a un pozo. Los discípulos se van a conseguir comida y dejan a Jesús ahí solo. De ese pozo, que los samaritanos habían recibido de su padre Jacob, bebían ellos y sus animales. Un pozo en el desierto es una riqueza invaluable. Los seres humanos y todas las criaturas vivientes dependemos de las fuentes de agua. Donde hay agua hay vida. Jacob, por esa razón, era el que les daba la vida. No podían olvidarlo.

     Llega esta mujer a sacar agua, como seguramente lo tenía que hacer todos los días. Contemplemos a Jesús y a la samaritana. En la samaritana vemos nosotros representadas a innumerables personas, a todos los seres humanos: una ama de casa que batalla para sacar adelante a sus hijos, entre muchas penalidades; un campesino y la gente del campo, que depende tanto del agua para su sustento pero también para alimentar a toda la población. Veamos también en esta mujer a un obrero, una obrera de la maquiladora, un comerciante, un empleado,… todos embebidos en su vida rutinaria, en sus cortas miradas. Veámonos a nosotros mismos en ella.

     Jesucristo está ahí, ha salido a nuestro encuentro partiendo de nuestra realidad para hacernos un ofrecimiento mucho más grande que sólo una dotación de agua. Fijemos nuestra atención en el v. 10: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. ¿Qué quiere decir la palabra "don”? La palabra don es sinónimo de regalo, de algo gratuito. De la palabra don se derivan donar, donativo, donación. Jesucristo le está hablando a la mujer de la gratuidad de Dios. ¿Somos conscientes de la gratuidad de Dios? ¿Cuántas y cuáles cosas recibimos gratuitamente de Dios? Una infinidad de cosas de las que ni siquiera tenemos capacidad de hacer conscientes: el universo, tan inmenso y tan lleno de energía; el sol y este planeta tan lleno de vida que habitamos por gracia de Dios; el agua, el aire, el suelo, los ríos, los mares, las plantas (cuya gran diversidad ni siquiera conocemos); los animales (igualmente). Cada persona es un regalo de Dios. Cuando en la Iglesia utilizamos la palabra gracia, no estamos hablando de algo mágico, no. Con esta palabra nos referimos a la gratuidad de Dios. La palabra de Dios es una gracia, la vida de fe, los sacramentos. Especialmente Dios mismo es un don para nosotros, se nos da en su Hijo, en su Santo Espíritu. Por ello Jesús nos dice: "si conocieras el don de Dios”. Este es el mensaje que tenemos que llevar a todas las personas atrapadas en sus necesidades más inmediatas: ábrete a la gratuidad de Dios, vive la vida de la gracia, vive una vida impregnada de gratitud. Si los seres humanos conociéramos el don de Dios y de qué manera se nos da en Jesucristo, nuestras vidas cambiarían radicalmente. Echaríamos fuera las amarguras, las angustias, los pendientes, los desánimos, las depresiones. Una persona que vive con más intensidad su agradecimiento permanente con Dios, es una persona completamente positiva.

     Ésta es la obra de Jesucristo en esta mujer y en nosotros. Dejémonos transformar por él.

     (En otra ocasión nos detenemos en esta otra frase de oro que pronuncia Jesús y que él la vive intensamente. Es el versículo 21: "se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. O también esta otra del v. 34: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra”).

 
 

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