Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
PEDRO Y PABLO, DOS DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESUCRISTO
Comentario al evangelio del domingo 29 junio 2014
San Pedro y San Pablo
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     La Iglesia celebra con solemnidad la fiesta de san Pedro y san Pablo. Estos dos grandes apóstoles no fueron llamados juntos, ni tampoco salieron juntos a misión. Eran en realidad dos maneras de ser iglesia, pero necesariamente complementarias. Sobre esas dos columnas edificó Jesucristo su Iglesia y la sigue edificando. Simón Pedro era de los doce apóstoles, los que anduvieron muy cerca de Jesús en su vida mortal. Saulo fue llamado tiempo después de la resurrección.

     ¿Cómo llamó Jesucristo a Simón? ¿Cómo llamó a Saulo? ¿Cómo respondió cada uno?

     Pedro fue de los primeros llamados. Era pescador, como todos los sabemos bien, en el lago de Galilea; vivía en el pueblo de Cafarnaúm con su hermano Andrés, también llamado por Jesús para hacerlos pescadores de personas. Su nombre era Simón, Jesús lo llamó y le cambió el nombre por el de Pedro, que significa como suena, "Piedro, Roca”, un nombre que indicaba su nueva identidad y su función dentro de la Iglesia: ser una roca en la construcción de la Iglesia de Jesucristo. Simón Pedro fue escucha de las enseñanzas del Maestro, testigo de sus milagros y  sus conflictos. Era duro de carácter, resistente en ocasiones a las enseñanzas de Jesucristo. Le costó entender el camino de la cruz, por eso se rebeló, pero el Maestro lo puso en su lugar, seguramente no en una sola ocasión, sino en innumerables de veces, aún después de su resurrección. Por eso el Señor lo llamó satanás, una llamada de atención que a cualquiera de nosotros nos parecería demasiado fuerte. Sin embargo era necesaria para recolocar cuantas veces fuera necesario al discípulo detrás de su Maestro, siempre en el seguimiento de sus pasos. Los versículos que siguen al pasaje evangélico que hemos proclamado hoy nos lo dicen (Mt 16,21-23). Simón Pedro fue el discípulo (y espejo de todos los demás y nosotros) que negó al Maestro en el momento de la prueba, y que junto con los demás lo abandonó. Pero el Resucitado persistió en su llamado: lo había proclamado como la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia, y a pesar de las limitaciones de esta piedra, Jesús le encomendó esa tarea.

     ¿Y Saulo? Su nombre hebreo era Saúl, en arameo Saulo, pero en el mundo greco romano adoptó el nombre de Paulus, Pablo en español. Este judío, de los más ortodoxos de la religión judía, se convirtió en un perseguidor de cristianos. No toleró que hubiera judíos que se pasaran a la nueva secta de los seguidores del Camino que después serían llamados cristianos. Hoy día esa intolerancia se vive en algunas regiones de nuestro planeta. A una mujer de Sudán la condenaron a muerte porque era de padre musulmán pero vivía como cristiana. Se casó con un cristiano, lo que le estaba prohibido. Le exigían que permaneciera como musulmana para no acusarla de apostasía pero ella no aceptó. Un tribunal la absolvió pero la han apresado de nuevo.

     En su persecución furibunda de cristianos, Jesucristo se le presentó a Saulo en el camino y lo llamó con cierta violencia, lo derribó por el suelo, así se aplicarían en él las palabras que había dicho Jesús a propósito de Juan Bautista: "el Reino de los cielos padece violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,12). Saulo no veía figura alguna pero sí escuchaba una voz que le preguntaba: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Fijémonos en esto porque es la situación de nosotros: no vemos físicamente a Jesús pero sí escuchamos su Palabra, la que contienen los santos evangelios, y la que nos sigue hablando por diversos medios. Jesucristo convirtió a este recién llamado en todo un gigante del apostolado. Evangelizó Asia Menor, llegó hasta Europa, primero a Grecia y posteriormente hasta Roma, el corazón del imperio en aquel tiempo. De alguna manera a él le debemos que el evangelio haya llegado hasta nosotros, a través de España.

     Pedro y Pablo no anduvieron juntos. La Iglesia los celebra juntos por el papel preponderante en la construcción de la Iglesia. Sin embargo, Pablo nos habla en la carta a los Gálatas de al menos unos tres encuentros que tuvo con Pedro: uno al cabo de tres años de haber sido llamado, y otro a los quince años, posiblemente en el concilio de Jerusalén, y el tercero, cuando Pedro fue a visitar a los hermanos de la iglesia de Antioquía. Gal 1,18 – 2,14. Quisiera que leyeran este relato que nos habla de la transparencia que vivía la Iglesia en aquellos tiempos, para que también nosotros hagamos todo para volver a esos tiempos luminosos:
"… Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?”
     Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia de Jesucristo, son hermanos nuestros, dos discípulos misioneros de Jesucristo. En ellos vemos lo que estamos llamados a ser. Para que sean alimento para nuestra espiritualidad, sería muy conveniente que repasaran nuestros católicos los pasajes de los evangelios, del libro de los Hechos y de las cartas que nos hablan de ellos.

 
 

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