Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
RESCATAR AL HERMANO
Comentario al evangelio del domingo 7 septiembre 2014, 23º ordinario
Mateo 18,15-20.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
     En nuestro repaso del evangelio según san Mateo en estos domingos del tiempo ordinario, nos hemos saltado todo el capítulo 17 e incluso el comienzo del capítulo 18. Es necesario echarle un ojo a la parábola de la oveja perdida y encontrada que nos ofrece Jesucristo inmediatamente antes de esta enseñanza sobre la corrección fraterna. Esta parábola, sobre todo su conclusión, nos da la clave para la dinámica del arrepentimiento, del perdón y de la reconciliación que Jesucristo nos enseña para la vida interna de nuestra comunidad, de nuestra Iglesia, e incluso para la vida en nuestra sociedad, desde una óptica cristiana. Nos referimos a los dos pasajes que leemos este domingo y el que viene. La conclusión de la parábola es ésta: "No es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”. Véanlo en su Biblia, para que nos vayamos educando en abrir nuestra mirada y nuestro corazón a la Palabra, aprovechando que estamos en el mes de la Biblia.

     No es fácil poner en práctica esta enseñanza de nuestro Señor, no estamos formados en ella. Nuestra vida de iglesia (nuestro catolicismo ordinario) nos ha educado más bien en el silencio, en cerrar los ojos a las faltas de nuestros hermanos, como si la enseñanza sobre la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio (Mateo 7,3) fuera la enseñanza absoluta o la superior de todas las enseñanzas de Jesús. Éste es precisamente un ejemplo de cómo es necesario trabajar los santos evangelios, trabajarlos espiritualmente, para no pretender sacar la voluntad de Dios de un solo versículo. Es necesario compaginar de manera integral la enseñanza de Jesús, el Maestro.

     En el sermón de la montaña nos enseñaba Jesús sobre la crítica estéril y negativa sobre los defectos de nuestros hermanos, pero ahora nos da un procedimiento para evitar que un hermano, que puedo ser yo mismo, se pierda. Ahora nos dice Jesús: "Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas”. En la primera lectura de la Misa de hoy leemos en el profeta Ezequiel que Dios nos advierte: "Si tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida”. Dios, tanto desde el antiguo testamento como por medio de su propio Hijo eterno, nos hace ver la responsabilidad que tenemos unos y otros en relación a nuestros pecados y situaciones de pecado.

     Recalquemos: no se trata de recortar a un hermano, no se trata de dejarnos ir sobre él para desquitarnos de las cuentas que tiene pendientes con nosotros. Nada de eso. De lo que se trata es de tratar de que un hermano no se pierda, como el pastor que sale a buscar a la oveja perdida. Éste es un buen procedimiento evangélico, un difícil pero bello  procedimiento de vida fraterna. ¿Lo practicamos en la Iglesia? Tristemente no. Nuestra vida de comunidad y de pequeñas comunidades es tan pobre que no contamos con la práctica de la corrección fraterna.
 
     Nuestro Señor, es necesario dejarlo bien claro, no dice aquí que los de arriba son los que tienen el derecho y la obligación de corregir o amonestar a los de abajo. No. Los hijos pueden y deben practicar la corrección fraterna con sus padres, los gobernados con sus gobernantes, los pobres con los ricos, los fieles laicos para con sus sacerdotes y obispos, y viceversa.

     Esta corrección (Jesús no lo dice aquí pero el modelo es él mismo) debe ser suave pero a veces también severa, como lo hacía Jesús con sus discípulos. Recordemos el domingo pasado en que le llamaba Satanás a Simón Pedro.

     El pasaje evangélico del domingo que viene debemos leerlo también con la misma óptica. No se trata de dejar pasar las cosas, aunque sea setenta veces siete. No. De lo que se trata es hacer todo lo posible porque uno de nuestros hermanos no se pierda.

     No está de más insistir, en este mes de la Biblia, que es la palabra del Maestro la que ha de darnos forma en nuestra vida cristiana. No son nuestras costumbres, ni lo que dicte nuestra prudencia, ni la conveniencia de la gente que se dice honorable, sino las enseñanzas de Jesús.
 

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