Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
ENVIADOS A INCLUIR A LOS EXCLUIDOS
Comentario al evangelio del domingo 15º del tiempo ordinario
12 julio 2015
Marcos 6,7-13.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     En los capítulos precedentes, san Marcos nos vino hablando de la obra realizada por Jesucristo: sus enseñanzas y sus milagros, incluso algunos de sus conflictos. Ahora nos ofrece el evangelista el primer envío, el de los doce. No se trata del envío definitivo, ese vendrá cuando Jesús haya resucitado. Para que veamos que la formación de los discípulos incluye la puesta en práctica de sus enseñanzas. Así debe ser nuestra vida cristiana: reunirnos a los pies de Jesús, nuestro Maestro, y luego salir a pregonar lo que hemos aprendido.
 
     Así es que san Marcos nos dice que Jesucristo llamó a los doce. Es importante detenernos en esta palabra: llamar, porque sin el llamado de Jesús no puede haber enviados. No se trata de una frase meramente redaccional, así como que les habló porque andaban un poco desparramados. No. Se trata de un verdadero llamado, una convocatoria, una vocación. Eso quiere decir la palabra vocación, y con ese significado la utilizamos en la Iglesia. Vocación viene del latín "vocare”, que quiere decir "llamar”.
 
     En la sociedad se utiliza la palabra "vocación”, como una inclinación personal, o aptitud que tiene alguien para algo, como vocación para la música, para las matemáticas, para alguna carrera. A veces se utiliza la palabra vocación como sinónimo de carrera profesional. Nosotros la utilizamos como un llamado que viene de Dios. No reducimos su llamado a la vida sacerdotal o religiosa, como lo hacíamos antes: "este muchacho o muchacha tiene vocación”.
 
     Nosotros vivimos la convicción de que Dios llama a todos, a cada uno. Así lo leemos en san Pablo, en pasajes que no hemos proclamado en esta Misa: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1 Corintios 12,4-11).
 
     Repito, estamos convencidos de que Dios nos llama a cada uno de nosotros: a unos para ser sacerdotes, a otras para ser religiosas, o catequistas, al ministerio de la caridad de la comunidad, de los enfermos, agentes de pastoral juvenil, familiar, pastoral obrera, campesina, maquiladora, etc. Ningún católico debe sentirse exento de este llamado que viene de Dios.
 
     Lo que cada uno de nosotros tiene que hacer no es saber si Dios lo llama, sino discernir ¿a mí para qué me llama Dios?, ¿en dónde me quiere?, ¿para qué me necesita? Desde niños tenemos que educarnos en la escucha, en el discernimiento del llamado de Dios.
 
     Hasta el momento somos una Iglesia pasiva en la gran mayoría de sus miembros, y activa en una minoría. Tenemos que revertir poco a poco esa manera de ser Iglesia. Yo sé que así fuimos educados, no sintamos culpa de esta realidad, pero sí sintámonos responsables del cambio de nuestra Iglesia.
 
     Nuestra tarea común es el programa o proyecto de Jesús que se llama Reino. Por eso no los envía en primer lugar a dar sacramentos, a extender alguna devoción o práctica piadosa. No. Los envía con poder sobre los espíritus inmundos. Esta expresión "espíritus inmundos”, o "espíritus impuros” ya nos debe ser familiar porque hemos seguido con atención las páginas de San Marcos que hemos recorrido en estos domingos del tiempo ordinario. Expulsar a los espíritus impuros ha sido la tarea de Jesucristo. Recordemos al espíritu de la impureza de la sinagoga de Cafarnaúm, la purificación del leproso, todo esto en el capítulo 1. Recordemos al hombre de los sepulcros del cap. 5, en tierra de paganos, al oriente del lago de Galilea, poseído por una legión de espíritus impuros, como estaban marcados todos los extranjeros por el mundo judío, y la purificación de aquellas dos mujeres, una con doce años enferma y la otra de doce años de edad. Jesucristo vino a purificar a todos los contaminados, o que así eran considerados por los supuestamente puros y religiosos, para sacarlos de la exclusión, para convocarlos a la inclusión, para ir formando la familia de Dios.
 
     Jesús nos envía a nosotros con la misma misión. Nuestras muy diversas tareas eclesiales llevan o deben llevar esa misión, recoger a todos los seres humanos: a los pobres, a los marginados, a los campesinos, a las mujeres, a los discapacitados, a los pecadores, a los delincuentes y criminales. Convocarlos a todos a una sociedad inclusiva, donde nadie viva excluido de la paz, del amor de Dios, de la justicia, del bienestar, etc., etc.
 
     Y Jesús quiere que sus enviados seamos gentes pobres, sencillas, desprendidas de todo afán mundano. Porque la tarea evangelizadora se realiza de abajo hacia arriba. La que se realiza de arriba hacia abajo, no es evangelización de Jesús.
  
 

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