Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
JESÚS SABE QUE SOMOS PECADORES, POR ESO NOS LLAMA
Comentario al evangelio del domingo 7 de febrero de 2016
5º ordinario
Lucas 5,1-11.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Qué bella imagen nos ofrece san Lucas. Después de su fracaso en Nazaret donde se topó con la falta de fe y la rebeldía de la gente, aquí a la orilla del lago se encuentra con un pueblo hambriento de la Palabra de Dios. En Nazaret le pedían a Jesús, milagros; aquí en Cafarnaúm lo que buscan es enseñanza. Y Jesús lo hace desde una barca de pescadores. Jesús no es un magistrado judío de la oficialidad, él es un galileo marginal, pero que hace presente a un Dios que es Dios para su pueblo.

     A pesar de ser secuencias paralelas, hoy coinciden las lecturas en este punto: Dios llama a pecadores para ser sus colaboradores. No puede llamar a santos porque todos somos pecadores, como Isaías y su pueblo, como Simón y sus compañeros, como Pablo. De querer santos necesitaría llamar a los ángeles del cielo.

     Al contemplar estas tres escenas (repasarlas) se antoja decir y trabajar porque en nuestra Iglesia asumamos con fuerza, con decisión y valentía nuestra condición de pecadores, a todos los niveles, no sólo en la base. ¿Por qué presentarnos de otra manera? El Papa confiesa hoy ser un pecador. Todos en la Iglesia padecemos de esa condición. Pero no es lo mismo que reconozcamos en general que somos pecadores a que tengamos la suficiente humildad para aceptar que se nos señalen nuestros pecados en concreto.

     En la Iglesia cuidamos mucho las apariencias. En el pasado se cuidó mucho a los sacerdotes que cometían algún abuso. Todos, clérigos y laicos, cuidamos nuestra presentación pública. Pero tenemos que pensar: ¿qué sirve más a la obra de Dios: nuestra imagen exterior o nuestras personas tal como somos? Indudablemente que unos cristianos santos le sirven más a Jesucristo, pero la santidad no está en las apariencias, sino en el corazón que se manifiesta espontáneamente, sin hacerse propaganda, hacia el exterior.

     ¿Por qué no mejor presentarnos y vivir con transparencia tanto laicos como clérigos, tanto el Papa como los obispos, especialmente los cardenales? No conviene a la obra de Dios que le ofrezcamos a la gente apariencias. Eso a la larga es contraproducente. Hasta en la vestimenta debemos presentarnos como pecadores. Que la gente no vea en nosotros lo que no somos. No se trata de presumir nuestros pecados, sino de no disfrazarnos de santos.

     Por otro lado, no permitamos que nuestros pecados, resistencias y fragilidades nos detengan para colaborar en la obra de Dios. Si fuera por nuestros pecados, nadie estaría aquí, ni yo presidiendo la eucaristía, ni los católicos celebrándola. San Pablo confiesa con toda transparencia que es como un aborto, el último de los apóstoles por haber sido un perseguidor de la Iglesia. De esa condición saca provecho para la obra de Dios, porque así siendo el último, se ve claramente que es la gracia de Dios, y no los méritos personales, los que llevan adelante la obra de la salvación de los pecadores. Seamos por eso testigos vivientes en nuestras propias personas de la gratuidad de Dios.
 

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