Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
LOS INVITADOS A LA FIESTA DE DIOS
Comentario al evangelio del domingo 28 de agosto de 2016
22º ordinario
Lucas 14,1.7-14.
 
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Jesucristo acepta esta invitación a comer que le hace un jefe fariseo. Debemos fijarnos que Jesús no sólo se junta con los pobres y con los pecadores, sino también con los pudientes y los que se creen buenos. Para cada uno tiene una palabra adecuada. Ellos estaban espiándolo, pero también Jesús era muy observador, como lo leemos en el v. 7.
 
     Jesucristo es un invitado, pero eso no obsta para que sea claridoso. Él no es un "sigue-la-corriente” como lo somos la generalidad de los seres humanos. Cedemos la verdad a las "buenas” costumbres, nos dejamos llevar por el "falso respeto humano”.
 
     Qué bueno que Jesús es observador, porque así nos regresa nuestra propia vida y costumbres, convertidas en buena noticia. De su observación brotan estas enseñanzas:
 
     "Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal”, nos dice Jesús. Qué sabiduría encierra este consejo que nos da Jesús. En nuestras relaciones mundanas, sirve mucho, nos ahorra la vergüenza de que lo tengan que bajar a uno del pedestal en que uno mismo se coloca. Cuando te sientes a comer, diría yo, aunque sea en tu propia casa, no te sientes en la cabecera, mejor siéntate cerca de la estufa, para que tú les calientes las tortillas a los demás miembros de tu familia. No te creas el más importante o el consentido de la casa. Es mejor que te hagan subir a que te hagan bajar. Esto se aplica a toda nuestra vida social, familiar, vecinal, comunitaria y eclesial.
 
     En otros lugares del evangelio, Jesucristo nos pide humillarnos, ocupar el último lugar: Lucas 18,14; Lucas 22,26. ¿Qué hizo Jesús al venir a este mundo? Ocupó el último lugar, nació en un pesebre, fue un artesano, un predicador ambulante y murió crucificado como un delincuente. Jamás reclamó para sí el primer puesto al venir a este mundo, al contrario, se abajó a sí mismo en esta obra de salvación (ver Filipenses 2,7). Por eso, porque es el camino y la condición del Hijo de Dios, los católicos debemos tomarnos muy en serio el buscar el último lugar. Que no sea jamás una pose, una actuación. No. Debemos buscar siempre los últimos lugares, porque no nos interesa nuestro yo sino la salvación del mundo, no los honores a nosotros mismos. Si todo mundo hiciera así las cosas, este mundo ya estaría salvado. Precisamente se pierde porque todos pretendemos los primeros puestos, todos queremos estar arriba, y por eso vienen los conflictos, los celos, la guerra. En las telenovelas, en las películas a todo mundo le repugnan las personas soberbias, pero en la vida real no nos fijamos que nosotros somos así.
 
     "Cuando des un banquete, llama a los pobres”, nos sigue diciendo Jesús. Suena muy bonito, pero por compromisos familiares no es fácil hacerlo. Se requiere valor, valentía, decisión para hacer así las cosas. ¿Se imaginan ustedes a unos novios, o a una quinceañera, o cualquier otro festejo, que los festejados inviten a los pobres, a los discapacitados? En vez de un salón de eventos, lo tendríamos que hacer en un parque, para que todos puedan asistir.
 
     Desde luego que no se trata solamente de cuando hagamos un banquete, sino de toda nuestra vida. Nuestros invitados deben ser siempre los pobres, los últimos: en nuestra vida parroquial, en nuestra vida de Iglesia, en toda nuestra vida. Jesucristo vivió siempre para ellos. Él nunca organizó una fiesta de bodas, o un banquete pero sí vino a convocar a todos, partiendo de los más pobres, a la fiesta de Dios. Cuando realizó el milagro de los panes y de los peces (comida muy sencilla), los beneficiarios fueron las gentes pobres de Cafarnaúm.
 
     Por eso algunas gentes de las parroquias les hacen y les llevan comida a los migrantes, a los más necesitados, a los enfermos. Bueno sería que todos los católicos nos involucráramos, directa o indirectamente, en estas obras sociales de nuestra Iglesia, porque la Palabra del Maestro llega a nuestras vidas. Que no sea en nuestras parroquias la asistencia a los más pobres como un anexo de la pastoral, sino como el renglón más importante. Y qué mejor que la asistencia se vaya convirtiendo en una verdadera promoción social y, más aún, en una verdadera transformación de nuestra estructura social, desde los corazones.
 
     A la fiesta de la salvación, la fiesta de Jesucristo, permítanme insistir, los primeros invitados de Dios son los pobres, los enfermos, los pecadores, los marginados, los impuros. En eso se revela más palpablemente la misericordia de Dios, hay que recordarlo precisamente en este año santo de la misericordia.
 
 

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