DIOS ES EL DIOS DE LA VIDA
Domingo 2 de noviembre de
2025. Conmemoración de los fieles difuntos
1 Juan 3,14-16; Mateo 25,31-46.
El Evangelio. -
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del
hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su
trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él
apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los
cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi
Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del
mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de
beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y
me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán
entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y
te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y
te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el
rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante
de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí,
malditos; vayan a infierno preparado para el diablo y sus ángeles porque estuve
hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era
forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y
encarcelado y no me visitaron.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o
sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y
él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de
aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’.
Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
Un comentario. -
El día 1 de noviembre la Iglesia celebra la memoria de todos los
cristianos (y muchos más no-cristianos que han sido ejemplares) que ya gozan de
la paz de Dios, de la plenitud de su santo Reino, donde reina definitivamente
su amor, su misericordia, su justicia, la humanidad nueva calcada en
Jesucristo, su Hijo eterno. A muchos de ellos la Iglesia ya los ha canonizado,
es decir, los ha anotado en la lista de todos los santos. Pero creemos que son
muchos más los que no están en esta lista, pero sí en la lista de Dios, en su
presencia. Y, por otro lado, el día 2 de noviembre recordamos a todos nuestros
seres queridos que ya partieron de este mundo. ¿Ya gozan de la santidad de
Dios? Sólo él lo sabe. Nosotros no lo sabemos pero sí creemos en la Palabra de
nuestro Señor que nos asegura que hay un lugar para cada uno de ellos y
nosotros en la Casa del Padre, porque él fue a prepararnos un lugar (lean Juan
14,2).
El día 1 de noviembre tiene categoría, en la liturgia, de solemnidad,
pero no es de precepto aquí en México. Y el día 2 tiene categoría de
conmemoración, pero como cae en domingo, sí es de precepto, y, a diferencia del
día 1, que trae sólo un juego de lecturas, el día 2 trae en el leccionario
romano cuatro juegos de lecturas, de los cuales, el celebrante puede escoger el
que guste.
El día de todos los santos, sábado, escuchamos las bienaventuranzas en
el evangelio según san Mateo 5, que habría que complementar, en nuestra lectura
personal, con las bienaventuranzas según el evangelio de san Lucas 6. Ambas
bienaventuranzas son palabras de Jesucristo. Así es que este día recordamos a
toda esa lista de santos conocidos y desconocidos que gozan de la plena
felicidad en Dios: los pobres y los pobres en el espíritu, los que aquí
sufrieron, los misericordiosos, los que trabajaron por la paz, los perseguidos,
los que aquí tuvieron hambre en el estómago y hambre y sed de justicia, y ahora
están saciados. Jesucristo, en su vida encarnada, quiso vivir así; y nos enseña
a buscar la felicidad verdadera.
El 2 de noviembre, que sólo tiene categoría de conmemoración, es mucho
más celebrado en nuestro país. Todos recordamos con mucho cariño a nuestros
seres queridos que ya partieron: de manera especial a papá y mamá, a nuestros
hermanos, hijos, etc. Dice la Biblia en el libro del Cantar de los Cantares
(8,6) que el amor es fuerte como la muerte, pero iluminados por la Palabra de
Jesús, decimos que incluso el amor es más fuerte que la muerte, porque
la muerte no ha sido capaz de borrar el amor por nuestros seres queridos, así
pasen años y años.
Cuando
se da el caso de que una persona se encuentra sumida en el sufrimiento por la
partida de un ser muy querido, algunos otros que rodean a esta persona, le
dicen: "ya olvídalo-a, déjala descansar”. ¡No se puede! Lo que sí es efectivo
es el consuelo de la fe, y desde ésta debemos expresar nuestra solidaridad y
condolencia: creemos en la vida. Nuestros difuntos no están muertos, gozan de
la eternidad amorosa de Dios nuestro Padre. Sí, Dios nos ha llamado a la Vida,
la vida verdadera, la vida que merece ser vivida, la vida perdurable, la vida
eterna.
Discutiendo
con los saduceos, Jesucristo les decía que ellos tenían puesta su fe en un Dios
de muertos, pero, en cambio, el Dios verdadero es un Dios de vivos (ver Marcos
12,7). Por eso, a pesar de los tormentos, él llegó tan seguro a la muerte en
cruz, porque estaba más que convencido de la vida, que la vida es el proyecto
de Dios Padre.
Pero
incluso para este mundo, Jesucristo nos ha formado en una nueva óptica en ese
dualismo muerte-vida. Dice el apóstol San Juan: "estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos
a nuestros hermanos. El que no ama,
permanece en la muerte. El que odia a su
hermano es un homicida... Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos
nosotros dar la vida por nuestros hermanos”. (1 Juan 3,14).
Según este pensamiento del apóstol, nosotros los cristianos
consideramos la muerte y la vida en un sentido distinto a como se considera en
este mundo. Para el mundo, los vivos son los que caminan, los que respiran, los
que compran y venden. Pero para
nosotros, los verdaderos muertos son los que no son capaces de amar. Y los vivos son los que aman, los que saben
dar la vida por sus hermanos. Por eso
celebramos este día, no como el día de los muertos, sino como el día de la Vida
de Dios, porque para nosotros la vida no se acaba, continúa con más
plenitud. En los panteones no moran los
muertos, los muertos están en la ciudad, los que se mueven pero que no saben
abrir su corazón al hermano. A esos habría que enterrarlos ya de una vez. Vivos los que gozan ya del Amor de Dios. Para éstos va dirigida esa exclamación tan
bella de nuestro Señor que escuchamos en uno de los evangelios que se pueden
escoger hoy (Mateo 25,31-46): "vengan
benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes”. Hoy, día de todos los fieles difuntos para
este mudo, ésta es la Buena Noticia que quiere proclamar la Iglesia, gritarla
con fuerza: "¡vengan benditos de mi Padre!”
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.