Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





JESUCRISTO, NUESTRO VERDADERO TEMPLO

Domingo 9 de noviembre de 2025. Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán

Ezequiel 47,1-2 y 8-9 y12; Salmo 46 (45); 1 Corintios 3,9-11 y 16-17; Juan 2,13-22.

 El evangelio. -

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: "¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: "Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

Un comentario. -

Seguramente nosotros hemos pensado que la catedral del Papa, obispo de Roma, es la basílica de San Pedro, donde lo vemos en las celebraciones más solemnes. Pues no, la catedral del Papa es la basílica de San Juan de Letrán, por eso ahora, como Iglesia Universal, celebramos su dedicación. Desde esa cátedra él ejerce su servicio o ministerio de enseñanza y de presidirnos en la fe y en la caridad.

Pero, cosa curiosa, la Palabra de Dios primero nos hace fijar nuestra atención en el templo de Jerusalén para enseguida quitar ese templo del centro de nuestra fe y colocar al que es nuestro verdadero fundamento y cimiento de nuestra fe, de nuestra vida cristiana, de nuestra vida de Iglesia, y de toda nuestra vida humana, de toda la creación: Jesucristo nuestro Señor.

En la Biblia nos topamos con dos corrientes o tradiciones: una es la que pone a la Palabra de Dios como el fundamento de la religión judía, y la otra, en una construcción de piedra, el templo de Jerusalén. En la Biblia, a veces vemos que se complementan, a veces que se oponen, sobre todo porque esta segunda cae en la superficialidad y en el culto vano.

En el caso de hoy, vemos en el libro de Ezequiel, en el capítulo 47, y en el salmo 46, que los judíos veían en el templo el signo de la presencia de Dios en medio de ellos y el medio por el cual se derramaba su gracia y su predilección hacia ellos. Bella imagen, ciertamente. Del templo brota un torrente de vida, la vida de Dios que transforma todo a su paso. Es un anuncio, limitado, de los tiempos nuevos.

En el evangelio nos encontramos con una imagen violenta. Los cuatro evangelios coinciden en esta escena: Jesús llegó a Jerusalén y chocó con esa estructura de piedra porque no era el medio adecuado para relacionarnos con Dios nuestro Padre, nuestra verdadera religión.

En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) Jesucristo predice la destrucción del templo de Jerusalén, cosa que efectivamente sucedió 40 años después de su profecía. Los romanos arrasaron hasta el suelo esa construcción grandiosa, junto con la ciudad que lo albergaba. Y hasta la fecha el pueblo judío no lo ha querido volver a levantar.

En el evangelio según san Juan, Jesucristo va más allá, les pide que sean ellos y no los romanos los que destruyan ese templo, para darles otro en su lugar. ¿Otro templo de piedra? Claro que no, sino su Persona, como bien lo escuchamos: "él hablaba del templo de su cuerpo”.

Comprendamos que Jesucristo está hablando de un cambio radical en nuestra relación con Dios. Nuestra religión cristiana no consiste en darle culto a Dios en el templo, al menos ese no es el punto principal de nuestra fe. La religión cristiana consiste en conocer, amar y seguirle los pasos a una Persona, a Jesucristo. Utilizamos templos para reunirnos como comunidad de creyentes, pero nuestra fe la vivimos todos los días, en la vida, en nuestros hogares, en la calle, en el trabajo, en la escuela, en el hospital, entre los pobres, en el campo, en la política, en la cultura, hasta en el descanso y la diversión. Somos discípulos, escuchas obedientes, seguidores, colaboradores de Jesús en su obra encomendada por el Padre que es la salvación y la transformación de este mundo, de toda esta humanidad, en el reino del amor, la verdad y la justicia para todos, siempre a partir de los pobres.

En los primeros tiempos de la iglesia recién fundada por Cristo, los cristianos no tenían templos materiales. La morada de Dios eran las personas creyentes, "Ustedes son la casa que Dios edifica”, les dice san Pablo a los fieles de la comunidad eclesial de Corinto, lo escuchamos en la segunda lectura. Es por esta razón que el sucesor de Pedro no tuvo una catedral en los primeros siglos, sino hasta que la Iglesia consiguió su estatus de ciudadanía en el imperio romano, precisamente en el siglo cuarto. La catedral de san Juan de Letrán fue levantada en ese siglo, y se dice que nada menos el emperador Constantino la mandó construir, para evidenciar el maridaje entre la nueva religión y la política de su tiempo. La cátedra desde donde Jesús ejerció su magisterio, su misión de Maestro, fue la orilla del lago, los caminos, el monte, la sinagoga pueblerina, las casas de los pobres, hasta las comidas con los fariseos, y no se diga, desde el púlpito de la cruz.

Los no creyentes, algunos intelectuales, los políticos del poder quisieran que nos encerráramos en nuestros templos. Están lejos de entender cuál es nuestra verdadera religión. Sería una traición a Jesús si nosotros reducimos nuestra religión al templo.

 

Su hermano: Carlos Pérez B., Pbro.


 

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